Las tías travas se acomodan y pasa la niña delante de la bandera. De repente hay una hipnosis fugaz en la Marcha Plurinacional Antirracista contra los Travesticidios, Transfemicidios y Transhomicidios. Una especie de magia y alivio, de honra y fascinación. Pero la pisada apura y hay que seguir.
La niña posa para las cámaras mientras camina. Cada tanto gira sobre su espalda e intenta buscar la mirada que sigue detrás de la cola de su vestido, que por cierto es bien larga. Ahí está su mamá que hace lo imposible para que los tonos del atuendo se destaquen en todos sus perfiles. Rosa, blanco y celeste: los colores del orgullo trans. Los mismos que la niña luce en el antifaz pintado que la cubre de sien a sien. La niña se encuentra en los ojos de su compañera, se voltea para marchar y canta.
“Lo dijo Lohana y Sacayán, al calabozo no volvemos nunca más”, grita. Intenta juntar las manos alrededor de su boca, pero con la derecha no puede porque con ella sostiene un paraguas multicolor que pregunta por Tehuel. No se rinde y prueba con su mano izquierda. Quiere que el eco de su voz llegue más lejos e insiste: “Olé olé, olé olá”.
El encanto del inicio persiste, pero no es ni un sueño, ni una fantasía. Ni la aparición de una santita popular aunque deje algunas señales de fe. Las niñeces travesti-trans existen y también resisten.
Nace una flor, todos los días sale el sol
—Si tuvieras que presentarte, ¿cómo lo harías?
—Como Supertravita.
—¿Y quién es Supertravita?
—Mi nombre artístico.
—¿Y por qué lo elegiste?
—Porque es una superhéroe que yo inventé de chiquita
—¿Y cómo te llamás?
—Yo me llamo Jéssica.
Jessi está por cumplir 10 años. Eligió su primer nombre por una serie de Disney que veía junto a su hermana Anto cuando eran chiquitas. “El segundo es Macarena, por la canción”, aclara mientras copia el pasito de ese baile tan popular, de esa canción que siempre coincide con alegría, que siempre rima con fiesta, que siempre estampa una sonrisa en los rostros de quienes la menean.
Jessi le abrió los ojos al mundo el 2 de septiembre de 2012. Unos meses antes se sancionaba y promulgaba en Argentina la Ley de Identidad de Género. Vive con sus cuatro hermanes, su mamá y su papá en Castelar, al oeste del Conurbano bonaerense.
“Desde la panza hizo lo que quiso”, cuenta Araceli, su mamá, quien recuerda que durante el embarazo los médicos vaticinaron que su bebé sería una nena por cómo se mostraba en las ecografías.
Si bien la sorpresa llegó al momento del parto y tuvieron que cambiar a un nombre de varón, la niña eligió su género unos años más tarde. “Si dejo de usar mi nombre anterior para llamarme Jessica, ¿vas a amarme igual?”, le preguntó a su abuela con apenas cuatro años. Y claro que iba a amarla de la misma manera. “Lo único que te digo es que vamos a tener que pelear”, respondió Marcela.
Mamá la libertad
—¿Cuáles son los recuerdos que tenés de tu última marcha?
—Mi última marcha… que me subí al escenario y estuve bailando con Sudor Marika.
—¿Cómo vas vestida a las marchas?
—Abajo, obvio, ropa abrigada. Y después arriba el vestido, la bandera trans en la espalda, el cartel de Diana Sacayán, y después el paragüitas y el cartel de “Dónde está Tehuel”.
—¿Por qué tenés la foto de Diana?
—Porque es una tía trava y luchamos para que no desaparezcan más como ella.
—¿En las marchas qué haces cuando te encontrás a alguna compañera?
—¿A una tía trava? Me saco 500 fotos.
Costó el DNI. A pesar de la ley, de su reglamentación, de los discursos y eslóganes, fue una lucha llena de obstáculos. No fue un trámite, no fue ágil, no fue respetuoso. Además, la cuarentena por la emergencia sanitaria puso en pausa el proceso.
En febrero de 2021, Jessi y su mamá consiguieron la rectificación de la partida de nacimiento. El documento finalmente llegó para la época de su cumpleaños: tiempos de flores, de sol prolongado, de derecho conquistado. Fue la primera niñez travesti-trans del municipio de Morón en tener el documento con su identidad autopercibida.
En la escuela tampoco fue fácil. Un día llegó con un traje de paisana a un acto patrio. Nunca más volvería de otra manera, usaría la ropa que vestía en su casa. “Cuando empecé la transición, algunos chicos del colegio, que eran más grandes que yo, me gritaban y me decían cosas feas”, relata Jessi y enseguida se responde a sí misma: “Ahí aprendí que la voz de los demás no te tiene que afectar. Aprender a evitarlo. Después ellos mismos van a aprender su lección”.
La plaza es uno de los lugares favoritos de Jessi para jugar. Lo que más le gusta hacer es treparse a los árboles. Siempre intenta ir un poco más arriba. Desde abajo parece querer tocar las nubes. Desde abajo, lo que a un adulto le preocupa o le teme, a la niña le resulta un desafío, o más bien, una aventura. “Me caí muchas veces, pero yo no le tengo miedo a nada”, confirma. ¿Cómo no imaginarlo?
Es necesario cantar de nuevo, una vez más
—¿Nos podés cantar alguna canción?
—Yo soy Supertravita. Vine a defender los derechos de todes. A vos patriarcado te voy a patear. Patear bien lejos pa’ que no molestes más. No dejar nunca de luchar por un mundo de brillitos y arcoíris.
La niña está por llegar a la plaza que abriga al Congreso de la Nación, ese que gestó las leyes que ubicaron a nuestro país a la vanguardia de la región en materia de derechos humanos. Bien sabe que a pesar de la legislación vigente, hay que pelearla. Su mamá no le saca los pasos de encima, la escolta y le sostiene el ajuar que también es bandera.
La Supertravita abraza y es abrazada. Las tías travas la saludan y también lloran. Anhelan el cariño y el amor que no tuvieron cuando eran niñas. Las tías travas suspiran y la miran. La Supertravita es adorada, es admirada. ¿Cómo no depositar la fe en las niñeces travesti-trans? Las tías travas la celebran: “Jessi, en vos creemos, en vos confiamos”.