Mi Carrito

Sara y el relato de un deseo

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Línea Verde - Mala Junta es un colectivo de feministas que acompaña a personas con capacidad de gestar que desean interrumpir un embarazo. En este texto en primera persona escribe Sara, que utiliza ese nombre para comunicarse con quienes se acercan. “En realidad no solo acompañamos abortos, sino que también acompañamos deseos”, aseguran desde el colectivo.

Era miércoles y un mensaje de Lola, mi compañera, me recordó que teníamos taller. El día siguiente salí de trabajar y de camino agarré el cuadernito, los folletos y el teléfono de batalla (así llamamos al que usamos, cada unx, para los acompañamientos). Eran cinco las chicas confirmadas para ese día. Mientras las esperábamos, con Lola empezamos a recordar lo hermoso que había sido el encuentro nacional en Trelew, al que habíamos ido el fin de semana anterior. Hablamos de lo movilizadas que estábamos y de cómo nos sentíamos con respecto a ese taller en particular, que estaba por empezar y que ya nos significaba muchas emociones. 

Al principio fue un taller como cualquier otro, uno que discurre entre mates, preguntas y conocernos. Recuerdo que una de ellas estaba con su hijita, a quien abrazaba fuerte. Recuerdo que me pidió una hoja de mi cuaderno, porque quería anotar algunas cosas, y no me olvido de su mirada fija mientras nos escuchaba. 

Cuando terminamos la explicación les pedimos tener un rato a solas con cada una para llenar la protocola, con motivo de responder algunas preguntas para sistematizar, pero también para ayudar a acercarnos más y lograr un momento más íntimo. 

Fuimos solo nosotras dos: Natalia, quien me pidió quedarse primera, y yo.

Vuelvo a recordar. Por ese rato dejo de abrazar a su hija, pero ahora sus manos agarraban fuerte la cartera, su marido esperaba en la puerta. No sé bien qué fue, pero algo le generó la seguridad necesaria. Luego de excusar un por qué, entre dientes y apretando la lapicera, me dijo: “Él no quiere que lo tenga” y la mirada fija cayó junto con sus lágrimas. 

Segundos de respiración entrecortada, donde el corazón se para y la cabeza no responde. Mi cuerpo reaccionó con un espasmo, me estiré y le agarré la mano. Con la voz más clara que pude sacar, le dije: “Nadie te va a obligar a hacer algo que vos no quieras”. Su respuesta fue, sin entender mucho, un sí con la cabeza.

Nos dimos cuenta que la conversación no podía extenderse ahí, en ese lugar y con esa persona esperando afuera, así que le propuse idear un plan. Contestamos rápido las preguntas, le di mi número del teléfono de batalla con la promesa al oído de llamarla al otro día, nos abrazamos y se fue.  

II

Sabía que al mediodía ella iba a estar sola en su casa, así que aproveché el rato libre que teníamos en el trabajo para almorzar y la llamé. 

Recuerdo toda la conversación. Me contó sobre su relación, como se sentía ahogada y desprotegida en su propia casa, me habló de todas las formas de violencia que ella misma reconoció y admitió, y como eso la hacía sentir. “No trabajo porque él no quiere: me quedo en casa, hago las compras, me encargo de la nena, visito a mi mamá”. ¿Cliché escrito? No, realidad cotidiana contada en primera persona. 

Yo, mientras tanto, había pensado mil formas de empezar esa charla, pero al final no hice nada, solo la escuché. Hablamos un rato largo, sentí su alivio de poder poner en palabras lo que estaba viviendo, pero sobre todo de poder reconocerlo sola. Tal vez fue en ese momento que tomó la decisión: “Este bebé es mío y lo quiero tener”.

No era la simple decisión de tener o no a su hijx, era ir en contra de lo que se le estaba imponiendo, era batallar, era su deseo. Inmediatamente le dije que sí y que la iba, la íbamos a acompañar. Antes de cortar me dijo gracias. Esa vez todas las lágrimas fueron mías. 

III

Las semanas pasaron y continuamos intercambiando por chat, sus audios eran largos y realmente disfrutaba recibirlos. De a poco pudo ir comunicando la decisión a gran parte de su familia. Tuve esa sensación de que por primera vez estaba disfrutando su propio proceso, se sentía la fuerza que iba tomando su voz. De a poco esa fuerza se empezó a sentir en todo su cuerpo y así la decisión cobraba más sentido para ella. 

Sin embargo esa fuerza chocaba constantemente con la violencia que tenía que vivir por parte de su pareja. Natalia se fue a vivir con su hija a la casa de su madre y comenzó a tener contacto con una amiga abogada. Mucho de lo que compartimos superaba mi corta experiencia y, por mucho, nuestra tarea. Por momentos pensaba en alejarme de la situación, por sentirme incapaz de tener herramientas. Pero pude entender que lo único que ella necesitaba era afirmar todo lo que estaba dando vueltas en su cabeza, alguien que estuviera ahí para entenderla. Pudo haber sido una amiga, una compañera, claro. Pero se encontró con nosotras.

Pasó el tiempo y el embarazo fue avanzando. Sin darme cuenta estaba teniendo el acompañamiento más largo de todos. Faltaba poco y un día mi curiosidad me llevó a preguntar si había pensado un nombre para lx niñx. 

“Van a ser tocayas”, me dijo. “Se va a llamar Sara”.

Sara era el nombre de mi abuela y era el que yo había elegido para mi identidad de acompañante, era lo único que Natalia sabía de mí y fue todo lo que necesitamos.  

Foto de portada: Victoria Eger


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