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Roja para los argumentos biologicistas: ¡que entre el fútbol queer!

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Con sede en Villa Crespo, Maleza y La Ranché Fútbol Queer abrieron sus puertas para construir espacios inclusivos para disidencias que quedaban por fuera de la cancha. Partiendo de una concepción del juego como derecho, ambos espacios se proponen dar batalla por la igualdad al trabajar contra los prejuicios biologicistas, desarrollar estrategias para erradicar la violencia sexista en el fútbol y favorecer una militancia que excede los límites del campo. 

¿Por qué cuando se refieren al “fútbol” se asume que es practicado por varones, mientras que se le agrega el adjetivo “femenino” para mencionarlo cuando es jugado por mujeres? ¿Y las disidencias cuándo entran a la cancha? ¿Desde cuándo y cómo se construyeron estas divisiones basadas en argumentos que aluden a las diferencias de los cuerpos, la fuerza y el rendimiento físico?  ¿Es posible derribar estos prejuicios?

Basta con hacer una prueba sencilla y casera como escribir en el buscador de la computadora la palabra “fútbol” para ver desfilando equipos argentinos, europeos y alemanes compuestos por cuerpos que podríamos definir como masculinos. Cuando se busca en la sección “noticias” el experimento cobra vuelo y las neuronas pueden llegar a explotar de tanta misoginia, frases y escenas de violencia entre o hacia varones. ¡Advertencia! No probarlo en casa, puede ser muy peligroso o desilusionate. 

Esta división sexista del deporte no es nueva. Por el contrario, de acuerdo a la investigadora Mariana Ibarra, los deportes modernos fueron construidos desde una mirada patriarcal, binaria y heteronormativa. Esto provocó que lo “masculino” quedara asociado a la competencia, la fuerza y la virilidad, mientras que lo “femenino” quedó anudado a la idea de maternidad y cuidado de la familia, como contracara de la supuesta debilidad física del cuerpo de las mujeres. Más allá de ser muy generalizante, este argumento biologicista solo logra mantenerse en cuanto se percibe lo social desde la anteojera de lo binario. 

Este enfoque, tal como sostiene Ibarra, determina y limita la participación de mujeres y disidencias en diversas instituciones deportivas a nivel local pero también internacional, como por ejemplo, con los controles y competencias segmentadas por sexo que impone el Comité Olímpico Internacional (COI) en cada juego mundial. 

¿Cuál es la salida a estos argumentos? ¿Es posible pensar el deporte y particularmente el fútbol, bastión de las masculinidades, desde otra perspectiva? ¿Qué alternativas existen para lxs cuerpxs que no “encajan” en este cuadro que sólo admite dos posibilidades de existencia? 

¿Cómo construir un espacio de fútbol Queer?

En el barrio de Villa Crespo, hace un año, Leila Ledesma (Ley) y Flor Boccardo fundaron La Ranché Futbol Queer, donde se desempeñan como coordinadora y DT respectivamente. Ambxs crearon este espacio con el objetivo de constituir una familia-comunidad disidente que no solo juega a la pelota sino que también milita, lee, marcha, pasea, festeja y crece. 

Fieles al espíritu de la rancheada, reciben a todas las personas que quieran acercarse al Club Villa Malcon (Villa Crespo), sin distinción de géneros ni de nivel de juego; a quienes se les proponen entrenamientos recreativos y competitivos basados en una pedagogía horizontal que premia el juego colectivo por sobre el desempeño individual. 

“Transitamos varios espacios de fútbol femenino, y en ninguno nos sentimos verdaderamente comodxs y respetadxs. Es por eso que aunamos energías y pensamos en un espacio que rompa con el binarismo en el deporte, que derribe prejuicios y sobre todo que vaya en contra de la violencia sexista que existe en este juego”, señalan sus fundadorxs.

La Ranché Fútbol Queer

En el mismo barrio, con unas cuadras de diferencia, Lucas fundó Maleza, un espacio que toma el nombre de su perrita y nace con el propósito de romper con el prejuicio de que lo “malo” de la sociedad debe ser arrancado del campo. En el afán de invitar a todxs al disfrute del fútbol, con cita los días martes a las 19.30 hs en la Plaza 24 de Septiembre de Villa Crespo, Maleza abre sus puertas a personas mayores de 18 años que quieran sumarse a jugar por un módico precio, el cual no es excluyente según Lucas, su entrenador.

Ambos espacios se auto perciben como disidentes, en tanto perciben al fútbol como un espacio político de inclusión. Lucas, de Maleza, sostiene: “El fútbol es un deporte, pero también un medio para compartir información. Y sobre todo sabiendo que siempre fue un espacio casi prohibido para muchxs: hoy el fútbol es un territorio que reclamamos y defendemos como propio. Creo que desde ahí queremos marcar la diferencia en que este es un espacio disidente, un espacio queer: no buscamos reproducir un fútbol machista, violento y binario, sino todo lo contrario. Queremos repensar las formas siempre”.

En adhesión, Ley y Flor de La Ranché Fútbol Queer argumentan: “Para nosotrxs jugar al fútbol es un posicionamiento político a todo lo que alguna vez nos negaron. Nadie vino a darnos la pelota desde pequeñxs y generarnos el espacio para jugar: todo lo contrario, fuimos excluides de este fabuloso deporte. Es por eso que tuvimos que buscarlo hasta dar con lo que queríamos, pero nos llevó años. Queremos abrir caminos, que a las próximas generaciones les sea algo brindado como una opción más para elegir, rompiendo con las clasificaciones hegemónicas del sistema binario”.

Con la inclusión como premisa, ¿qué más es el fútbol queer? ¿Cómo se abre espacio en un mundo deportivo atravesado por los argumentos biologicistas y las divisiones binarias? ¿Cuáles fueron sus luchas y qué desafíos lxs esperan? 

Fútbol queer: ¿la respuesta contra los argumentos trans-odiantes?

El concepto “queer” aparece en las teorías feministas de los años ‘70 para ayudar a combatir los estereotipos construidos por la sociedad en torno a la “naturalidad” del sexo. En concreto, habilitó la posibilidad de considerar a los géneros como construcciones culturales, atravesadas no sólo por la anatomía y la clasificación según los genitales con los que nacía una persona; sino también de sus elecciones, sexualidad, identidad y formas de construir los vínculos. Fundamentalmente, permitió pensar a los géneros como espacios fluidos, cambiantes, que pueden modificarse a lo largo del tiempo e, inclusive, exceden a los límites que un nombre o forma de definirse podría imponer para una persona.

Por lo tanto, traer esta categoría a la práctica del fútbol supone la posibilidad de pensar, plantear, jugar y difundir un fútbol distinto: amplio, libre, colectivo, disidente. 

Al respecto, el DT de Maleza sostiene que los argumentos trans-odiantes se caen ya que “los genitales no definen tus capacidades deportivas”. En diálogo con Feminacida, agrega: “He llegado a escuchar que una piba trans no debería jugar en un equipo femenino porque tiene ventaja. O que en torneos de fútbol femenino nos plantearan que podría haber problemas o quejas con respecto a los pibes trans que juegan en Maleza y que ‘deberían anotarse con el nombre femenino para evitar quejas de otras jugadoras”.

En la misma línea, Ley y Flor de La Ranché argumentan que su equipo está compuesto por jugadorxs  transgénero, no binarios, género fluido, lesbianas, bisexuales, etc. La única regla del espacio es promover el cuidado entre lxs integrantes y jugar sin prejuicios. Respecto a los argumentos biologicistas, aseguran: “Todxs tenemos y contamos con diferentes corporalidades, eso es un hecho. Pero como en toda disciplina, si entrenas y dedicas tiempo a lo que te gusta, vas a ser buenx. Nadie nace sabiendo, es una construcción, es por eso que pensamos que nuestra potencia o rendimiento en la cancha,  no tiene nada que ver con la corporalidad, ni con el sexo asignado al nacer. Hay que comenzar a deconstruir eso”.

Como dos caras de una misma moneda, el clima integrador, respetuoso y disidente que se construye y respira al interior de ambos proyectos parece contraponerse a la lucha continua que llevan a cabo ambos espacios por el lugar para jugar. 

En el caso de La Ranché, Ley y Flor narran que su proyecto fue pasando por diversos clubes y canchas hasta dar con el Club Villa Malcom. Aun así, sostienen que la gran deuda son los vestuarios, organizados de forma binaria en la mayoría de las canchas. En su caso, construyeron un código de acompañamiento mutuo entre jugadorxs para lograr mayor comodidad, aunque reconocen que es insostenible en el tiempo por la falta de practicidad y también por el tiempo que supone; lo cual vuelve más evidente la necesidad de contar con vestuario neutros. 

Mientras que Lucas de Maleza sostiene que el entrenar en una plaza pública supuso pelear para ganar ese espacio porque las canchas estaban siempre ocupadas por varones, con quienes afirma que todavía tienen algunas discusiones por el uso de -al menos- la mitad de la cancha. Lejos de rendirse, piensan dar batalla porque “contar con un espacio público también permite que Maleza siga siendo para todxs.”

Maleza Queer Fútbol Disidente

¡Hay equipo!

Puede haber proyecto, espacio, pelotas, entrenadorxs de lujo y mucha garra, pero un equipo no existe sin sus jugadorxs. 

Al ser consultadx por Feminacida acerca de qué implica formar parte de un equipo queer, Luciana Martínez Bayón responde: “Significa construir un espacio colectivo donde repensar constantemente las formas en que nos vinculamos con lxs otrxs, sean lxs compas o el equipo contrincante. Algo que se remarca mucho en los entrenamientos por ejemplo es el cuidado del cuerpo propio y también el ajeno, practicar la sororidad en la cancha, jugar y dejar jugar.”

Lx jugadorx Orne Apella destaca una propuesta de La Ranchè que lx hizo sentir cómodx desde el comienzo: la ronda de pronombres. “Esta estrategia supone que cada persona aclare luego de decir su nombre con qué pronombre/s le gusta ser tratado/a/e. Partir de ahí es fundamental porque lo que hay que desarmar justamente es no dar nada por sentado”, afirma.

Esta fortalezas que se construyen al interior de los equipos también habilita desafíos en el ámbito público. Por ejemplo, respecto a los espacios de juego, lx defensorx Día González Soraires argumenta que otro pendiente para el fútbol practicado por disidencias son los vestuarios neutros -no divididos en varones o mujeres-, aunque reconoce que la sociedad tiene una cultura de la violencia que lo impediría. Su compañera de equipo Virginia Gigena apoya esta idea, y agrega que sería preciso contar con muros o separadores para que no se abra la posibilidad a situaciones de acoso entre lxs convivientes del vestuario. 

La jugadora Lucía Alegría, por su parte, señala sobre las posturas biologicistas: “Como persona que juega con varones cis y que también hace boxeo, sé que muchas veces existen diferencias biológicas en términos de peso y, por tanto, contextura física. Obviamente esto no es absoluto ni privativo del género asignado al nacer: también existen diferencias de contextura entre varones cis y entre mujeres cis. Esto no implica de ningún modo que no puedan compartirse espacios, las diferencias de contextura son sorteables y no implican ni deberían implicar una exclusión.”

Frente a la pregunta sobre si los equipos deberían ser mixtos o haber espacios específicos para disidencias, se muestra abierta a ambas posibilidades, aunque argumenta que lo que debería definir es el deseo de las personas trans y no los impedimentos de las personas cis que organizan las ligas. 

“En equipos tradicionales no nos cuidan, no nos tratan como queremos ser tratades. Entonces nos tenemos que proteger entre nosotrxs. Si no formamos nuestro propio equipo, nadie lo va a formar por nosotrxs. Los espacios hegemónicos nos excluyen, nos apartan y discriminan; no existe la posibilidad de que formemos parte porque les resulta imposible pensar de otra manera que no sea binaria. No sé si debería existir una liga única; lo qué sí sé es que por cómo viene la mano, lejos estamos de jugar todes con y contra todes”, refuerza Orne Apella.

Es en este marco que La Ranché Fútbol Queer y Maleza reflexionan sobre los desafíos a mediano y largo plazo. Ley y Flor cuentan que sueñan con la participación de compañerxs trans en las grandes ligas -lo cual fomentan con la coordinación de encuentros deportivos con equipos profesionales- y que las ligas que incluyen jugadorxs disidentes dejen de ser llamadas “femeninas”, mientras que el desafío máximo para ellxs es que exista una Liga Disidente.

Son también lxs fundadorxs de La Ranché Fútbol Queer quienes señalan la existencia de una iniciativa de su espacio para gestionar canchas propias para fútbol queer, ya que otro de los desafíos es lograr erradicar la discriminación hacia los grupos de fútbol disidentes por parte de varones cis y trabajadores de las canchas de alquiler o clubes.

Por su parte, el entrenador Lucas de Maleza confiesa que desea que se abran cada vez más espacios de fútbol disidentes y que exista la posibilidad de participar en torneos o ligas con el objetivo de lograr una mayor visibilización. “Queremos jugar de igual a igual”, concluye. 

Seguir repensando el fútbol

La pelota queda del lado de lxs lectorxs: ¿es preciso contar con una liga única o bastaría con que los criterios de inclusión en los equipos amateur y profesionales dependieran únicamente del deseo de lxs jugadorxs y no del conteo de sus hormonas? ¿Cómo construir un deporte igualitario e inclusivo sin que suponga negar la diversidad? ¿Es posible un fútbol de todes y para todes? 

Lo que está claro es que las diferencias sexistas y los argumentos basados en la genitalidad y en la posibles diferencias de potencia y fortaleza, se caen. O más bien, son tirados por pibxs que salen a la cancha con sed de gloria y hambre de juego colectivo. ¿Cómo terminará el marcador? Es imposible adelantarlo, pero como dicen muchxs jugadorxs profesionalxs: cada partido es una final y en todos hay que salir a ganar.


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