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Maudie y los límites del discurso audiovisual

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Maudie es una biopic que recorre la vida de la artista canadiense Maud Lewis dirigida por la directora irlandesa Aisling Walsh y estrenada en 2016. La película reconstruye su historia desde un evidente enfoque de superación personal, aunque con una mirada especialmente despolitizada y desprovista de una impostergable perspectiva de género que hace que el film se vuelva, por lo menos, incómodo.

El recorrido comienza en los años previos a la mediatización del trabajo de Maudie. Las primeras imágenes muestran a una mujer diversa y dependiente que vive con su tía en un pueblo de Nueva Escocia. La repentina visita de un hermano desaprensivo que ha vendido la casa familiar despierta en la protagonista el deseo pujante de independizarse. Y como en el viaje del héroe, a partir de ese momento comenzarán una serie de peripecias que conectarán a Maudie (Sally Hawkins) con su búsqueda. Sin embargo, experimentará mortificaciones a diestra y siniestra, víctima de situaciones violentas y vejaciones que serán abordadas desde un discurso de llamativa liviandad.

Luego de unas pocas escenas y frente a la constante infantilización y desprecio de su familia, Maudie toma la decisión de abandonar su hogar, no sin antes asegurarse un puesto de trabajo en la casa de Everett Lewis (Ethan Hawke), un pescador analfabeto, de formas vulgares y violento que parece comunicarse mediante golpes o gruñidos: Everett busca una mujer que lo ayude con las tareas domésticas. 

Durante sus primeros encuentros y con el correr del tiempo, las interacciones de los protagonistas estarán signadas por el constante maltrato y descalificación de parte de Lewis. Si bien este personaje masculino es narrado desde su brutalidad, discurre entre la validación del estereotipo de hombre duro del cine hollywoodense, quien ejerce la violencia para demostrar su virilidad y su posición de autoridad, pero en el fondo es un varón candoroso y sensible. Everett forma parte de esa tribu de hombres que no han tenido la “gracia” de que una mano maternal, una mano de mujer, logre atravesar las entrañas de la bestia para, por fin, descubrir su bondad.

Una rareza que convierte gran parte de los hechos aberrantes en momentos intrascendentes hasta naturalizarlos, es la utilización de una musiquita folk extradiegética, bastante simpática, que recuerda a las secuencias de montaje de las películas familiares transmitidas en el cable: en su mayoría comedias románticas o historias sencillas con conflictos desabridos. Pero no es el caso de Maudie. Esta decisión de montaje que simula ser inocente acompañará la narración a modo de alegoría en incontables escenas violentas mientras aleja a lxs espectadorxs de posibles cuestionamientos.

En algún momento del relato y como un plot twist inesperado, los protagonistas deciden casarse. La impulsora de esta decisión es Maudie. En ella existe la necesidad de una tregua que le devuelva, quizás, algo de tranquilidad: una vez más la mujer obediente tiene su recompensa.

En un intento por acercarse al cine de autor, Walsh mantiene un registro estético íntegramente realista mientras ensaya la posibilidad de explorar personajes modernos sin mucho éxito. Los matices empobrecidos de cada uno de ellos van perdiendo profundidad frente a la constante repetición y estancamiento de la curva dramática.

Pese a discrepancias epocales en torno al comportamiento de los personajes -la pintora vivió entre los años 1903 y 1970- y aunque no es difícil hacer un análisis que roce el anacronismo, una zona preocupante que revela el film es su posicionamiento frente a las representaciones de las violencias. Lo que se espera al menos, si queremos ser fieles a la verdad, es que la aproximación a los hechos no esté empañada con retoques reivindicatorios, ni mantos redentores sobre figuras deleznables, algo que en esta película de Walsh deja mucho que desear.

Queda claro que desde el carácter participativo de lxs artífices del lenguaje, no hay una sola forma de ilustrar las reconstrucciones históricas. Pero sí se vuelve necesario que sean transitadas con responsabilidad política para nunca permanecer estáticxs frente a la naturalización de los mecanismos de poder.


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