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Lxs jóvenes salvajes: volver al cuerpo

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Si metiéramos en una licuadora al asombroso Murnau, junto con el emblemático Lynch y una pizca de la desfachatez de Corman, obtendríamos algo parecido a Lxs jóvenes salvajes (en francés, Les Garçons sauvages), pero quizás nos quedemos cortxs. La ópera prima de Bertrand Mandico estrenada en 2017, se unió a las filas de las nuevas películas de culto del cine independiente visibilizando de manera magistral la pisada fuerte del feminismo actual. 

Bajo una dirección de arte analógica que combina la artificialidad teatral con lo artesanal del cine de estudio clásico, la película sacude con una primera escena de un joven náufrago en una isla bebiendo de una botella y golpeándose la cabeza contra una roca mientras voces en off repiten su nombre: Tanguy. Entre bamboleos de cámara y algo de confusión, Tanguy es descubierto por un grupo de marineros que lo asaltan sexualmente, no sin antes advertir que, el chico es en realidad una chica, con una sola teta y pene. Él nos relata su historia, a modo de flashback, de cuando era hombre y era salvaje. 

Ambientada a principios de siglo XX, cinco jóvenes acomodados se enfrentan a un juicio: han abusado y matado a su profesora de literatura. Los testimonios de los acusados, Romuald, Hubert, Sloane, Tanguy y, el que parece el más perverso de todos, Jean-Louis -quien inevitablemente nos recuerda a Alex DeLarge en La naranja mecánica- aparecen atravesados por una puesta en escena espectral que coquetea, como lo hace durante gran parte del largometraje, con lo onírico. 

Como forma de escarmiento, lxs xadres de la pandilla deciden intervenir mediante un novedoso método correctivo de la mano de El Capitán, quien asegura poder convertir a cualquier joven violento en un ser dócil y civilizado. Para dar inicio al tratamiento y, casi como un guiño bíblico, los chicos se ven obligados a comer la fruta peluda para luego partir en un barco junto al Capitán con destino a la Isla de los Vestidos. Filmada mayormente en la Isla La Reunión, la película recorre un exótico paisaje selvático repleto de plantas lujuriosas que invitan a la penetración, vainas de las que se desprende un elixir delicioso y que llevarán a toda la tripulación al más profundo de los éxtasis. 

Pero, como no podía ser de otra manera, los placeres son sólo un espejismo: ¿la trampa? La isla convierte a los hombres en mujeres. 

¿Qué peor castigo que convertir al macho en una mujer? Pero, ¿qué significa la pérdida de la masculinidad? ¿A caso representa la pérdida de poder? Por el contrario, la narración muestra sin opacidades cómo las nuevas mujeres abrazan la metamorfosis en una ceremonia inaugural de goce y autonomía, devolviéndole al cuerpo el territorio de lucha. 

Un blanco y negro desaturado es el código cromático elegido a lo largo del film, que sólo es abandonado en algunas ocasiones claves en la narración cuando el color se vuelve necesario para profundizar el caudal visual de la obra. Al  director francés parece interesarle, también, convertir la cámara en un objeto más de la diégesis, iniciativa que logra con extraordinario acierto y que combina con constantes superposiciones de montaje que simulan una doble exposición. 

Mandico conquista con una obra audaz y sensual, una experiencia surrealista en la que pretende desdibujar los géneros y rehabitar lo femenino como promesa urgente de un futuro deseado. Porque el futuro es mujer, el futuro es bruja. 


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