Gilda Morales fue reconocida en la Universidad Nacional de Jujuy con el Premio Palma Rosa Carrillo 2022 por la lucha que lleva adelante desde hace siete años contra la revinculación forzada de su hijo con el progenitor denunciado de abuso sexual. “Es un reconocimiento a todas las madres protectoras”, aseguró. En esta nota, cuenta cómo cambió su vida, los inicios de esta lucha que la hermanó con otras mujeres y un reclamo que persiste: ¡Gilda con su hijo ya!
Foto de portada: Victoria Glanzman / La Tinta
Gilda Morales sonríe. Está montada sobre la bicicleta que le regaló su hermano, una "GT" de color blanco y rojo con cambios, tipo mountain bike. Es sábado 11 de septiembre de 2016, ya la separaron de su hijo, ya estuvo presa, ya la liberaron, ya la difamaron, y la calle está casi desierta: son pocos los autos que circulan a esa hora en la ciudad de Buenos Aires bajo el sol de primavera. Para algunes podría ser un día cualquiera, pero para Gilda, que está llegando a destino después de viajar en bici desde Córdoba hasta la capital del país, no lo es.
La sonrisa ocupa casi todo su rostro que está rojo del cansancio, un rostro que pasó por la lluvia, el viento y el calor. Adelante, atado al manubrio, se posa un bolsito de cuero bordó obsequiado por un amigo. Como amuletos de la suerte también lleva el casco que otro par le regaló y una remera confeccionada por su amiga con la leyenda: “En bici por mi hijo”.
Está exhausta. Pedaleó 695 kilómetros durante once días para llevarle una carta al entonces presidente Mauricio Macri pidiendo la restitución de su hijo, al que la jueza Silvina Cristina Morcillo arrancó de su centro de vida en 2015, cuando V. tenía cinco años, otorgandole la guarda al progenitor denunciado de abuso sexual contra el niño. Desde ese entonces comenzó su lucha como madre protectora.
Bajo el cielo celeste y plano, Gilda gritó su historia a los cuatro vientos dando entrevistas a los medios de cada uno de los siete pueblos en los que paró. “Ese viaje fue muy sanador, más que cualquier terapia”, cuenta en diálogo con Feminacida seis años después de aquella travesía.
Mira la foto tomada por el celular de una amiga que salió a la calle para retratar ese instante, el momento exacto en que su causa se hizo visible a nivel nacional, y suspira: “No pedalee con el cuerpo, fue otra cosa lo que me movió”.
Como docente
Antes de todo, Gilda daba clases de inglés y dice que esa profesión le salvó la vida durante los dos meses que pasó detenida, acusada injustamente de “sustracción de menores” en una causa de la que este año fue sobreseída.
Era 2015. Estaba llegando a su casa después de intentar sin ningún éxito ser atendida por la jueza de Familia cuando la detuvieron. Siete allanamientos y 30 policías no habían logrado en los días anteriores separarla de su hijo, que se resistía a ser alejado de su mamá. La abuela del niño quiso frenar esta situación que, creía, “no podía ser” y se lo llevó a Esquina, provincia de Corrientes, la ciudad natal de Gilda, con intenciones de interponer una acción de amparo. Esta fue la excusa para detenerla.
En esa cárcel donde no había nada, ni tele, ni radio, ni nada; en ese cubículo preparado para diez personas donde se encontraban hacinadas unas 35, Gilda ejerció la docencia para sobrevivir. “No podíamos ni caminar, estábamos una al lado de la otra. Ahí, ¿cómo conectas? Estaba yo como docente, desplegando todo tipo de estrategias de entretenimiento y charlas”, recuerda.
Hubo algo más que le salvó la vida: los médicos y médicas del Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba, a donde la derivaron como consecuencia de la tortura policial. Presentaron un oficio detrás de otro diciendo que Gilda carecía de patologías mentales, que no entendían por qué estaba detenida, hasta que por fin logró la libertad.
“Mirá Gilda, cuando obtengamos una sentencia favorable la noticia no va a salir en ningún diario”, le había dicho uno de sus abogados años atrás, cuando todavía no había sido sobreseída. Y tuvo razón.
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Corazón valiente
Gilda nació en Esquina, en los primeros años de la dictadura militar. Un pueblo del sudoeste de la provincia de Corrientes, lugar de río, turismo y pesca.
Su nombre lo eligió su padre, un hombre descendiente de españoles amante del cine, que decidió llamar a su hija igual que la película que catapultó a la fama a Rita Hayworth, una de las actrices más glamurosas de la década de los 40’ en Estados Unidos: “Gilda”. Con la cantante argentina de cumbia abanderada de la bailanta y santa, comparte la tez blanca, blanquísima, el pelo oscuro y el corazón valiente.
Desde hace siete años, cuando el Poder Judicial cordobés le arrebató a su hijo como “sanción” por acusarla de “obstruir el vínculo paterno-filial”, el lenguaje jurídico se le pegó al cuerpo como un vestido en un día de lluvia. Palabras como “casación penal”, “causa”, “expedientes” se agolpan una tras otra mientras cuenta su historia. Se volvieron parte de su vida cotidiana.
Con otras
¿Estará bien? ¿Cómo habrá dormido? ¿Habrá cenado? ¿Le habrá crecido el pelo, la altura, la espalda, el cuerpo? ¿Tendrá frío? Las preguntas que una madre podría hacerse sobre su hijo cuando está lejos quizás nunca salgan de los pensamientos de Gilda, que se duerme pensando en su causa y en las de otras.
El cuidado de sus otros dos hijos, la casa, la comida y su trabajo de tareas pasivas en la escuela convive con la lectura de causas similares a la suya, de madres que se acercan a ella buscando ayuda.
“Cuando me empiezo a conectar con otras madres me doy cuenta de que el mío no es un caso aislado, es una cuestión sistemática”, afirma Gilda. Hace referencia a las revinculaciones forzadas ordenados por el Poder Judicial de niñes con los progenitores denunciados de abuso sexual que se repiten a lo largo y ancho de todo el país, como el caso de la niña Arcoiris en La Rioja, o de Alerta por Martín en la Ciudad de Buenos Aires.
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Las mujeres que luchan contra este flagelo se denominan “madres protectoras”, como Gilda. En esos encuentros con otras hay una sensación de alivio, de no estar sola, pero también mucho dolor: “Me empecé a conectar con un costado oscurísimo, de mucha violencia, de falta de recursos. Sentí por un lado el alivio de poder acompañar y que te acompañen pero nunca alcanza, esto es tan grande”.
Dibujos para esperarte
En la casa de Gilda Morales una bolsa acumula dibujos de su hija de nueve años dedicados a ese hermano al que el Poder Judicial le impide ver. “Cuando te sacan a los hijos de mínima pasas un año sin verlos. Los niños y niñas son sometidos a una especie de domesticación, de adoctrinamiento”, explica Gilda y añade: “Cuando les ves después de todo ese tiempo están como en un limbo resiliente, plástico, ya se acostumbraron. Son otres”.
Mientras Gilda espera que la causa avance en el fuero penal, el niño continúa con el progenitor sobre el que pesan denuncias de nueve delitos: dos causas de abuso sexual, abandono de persona y lesiones gravísimas, impedimento de contacto, coerción psicológica y amenazas.
Volver sobre sus hombros
A su hijo, el que está lejos, le encantaba estar sobre los hombros de su mamá. Así lo retrató la artista plástica María Belen Bianchi en el mural pintado por la Asamblea Ni Una Menos de Córdoba, organizaciones políticas y sociales en la intersección entre las calles Arturo M. Bass y Achaval Rodriguez, a dos cuadras de Tribunales donde en 2017 Gilda pasó días enteros en huelga de hambre reclamando por su hijo.
“Tengo récord de caminatas a Tribunales, siempre paso por ahí, pasan cientos de personas por día, y ahora quedó plasmado ese momento de felicidad cuando estábamos todos juntos”, dice con la esperanza que su hijo también lo vea.
En el mural se la ve a Gilda y sus tres hijes, con una sonrisa pintada. Detrás de elles, una bandera roja, cientos de personas y una consigna: Yo sí te creo, ¡Gilda con su hijo ya!