“Me recuerdo a mí misma que la natación se hace con la práctica, no con el pensamiento, a diferencia del resto de las cosas que me ocupan", dice Rocío Cortina en su último libro Zambullidas o la educación acuática, editado por Milena Caserola. Una invitación a conectar la escritura con el cuerpo en el aprendizaje de la natación en la adultez.
¿Cuáles son las inseguridades que afloran en esta etapa a diferencia de la niñez? ¿Qué resistencias se ponen de manifiesto? ¿Cuál será el mayor desafío entonces a la hora de instruirse en esta disciplina? Ésas son solo algunas de los interrogantes que aparecen en esta novela contada en primera persona a través de un yo ficcionado.
Zambullidas invita a ser partícipes y a meter la cabeza debajo del agua con todos los pensamientos. En la quietud de la pileta del club de barrio es donde van a tener lugar aquellos recuerdos mejor guardados. Pasado y presente coexisten en cada inmersión. Se anudan y desanudan en el correr de las páginas. Por momentos, a la autora la invaden recuerdos luminosos: los veranos en la pelopincho de la abuela, esa abuela adelantada que manejaba y se iba a la pileta sola, para contrastarse rápidamente con una práctica que lleva tiempo, para aprender a respirar, para hacer correctamente una brazada de crol, que requiere constancia y sobre todo soltar el cuerpo. Está última parte no será fácil. Desde ingresar al predio, moverse en malla por las instalaciones, enfrentarse a la desnudez propia y ajena, hasta mirarse el cuerpo y amigarse con la imagen que devuelve el espejo.
En esa cotidianeidad también van a ir tomando forma y rostro les docentes de Rocío, con su humor o rigidez bien definidos, cada une con su propia historia. La plasticidad del club también genera que el espacio sea afable, que cada une de sus compañeres de andariveles asuma una personalidad diferente en el agua, así como también distintas motivaciones para estar ahí.
“¿No iba a la pileta porque no sabía nadar? No iba a la pileta porque me daba pudor aprender algo tan básico a mis casi 35 años. Pero decidí subestimar a un pensamiento tan bobo como el pudor: lo mismo que suelo hacer con la nostalgia”, desliza la narradora.
En Zambullidas, el agua opera no solo como una vía de escape: es también un espacio reflexivo que habilita un diálogo permanente con la escritura. Es así como Rocío encuentra un punto paralelo en el acercamiento de algunas de sus estudiantes con los talleres de escritura. La mayoría asociaba el acto de escribir, como una práctica infantilizante, de diario íntimo, ligada a un mundo privado, como si fuese algo de lo que habría que avergonzarse. Muy parecido a lo que sucede con las mujeres que aprenden a andar en bicicleta de adultas y que su autora indaga para una revista. En ellas, el mayor paralizante es el miedo a la caída, la imposibilidad de hacer equilibrio. En clave de género, las experiencias individuales se transforman en deudas colectivas que acentúan las asimetrías en el acceso de las femeneidades a prácticas que enarbolan autonomía.
El agua, presente en todas las páginas de Zambullidas, devela miedos e inseguridades, pero así como coloca a su protagonista en un lugar de exposición, la práctica, a su vez la empuja hacia un lugar de empoderamiento. El libro se vuelve polifónico cuando Rocío se apoya en otras autoras para reforzar sus ideas y, además, lleva dentro de sí un componente pedagógico en el afán de querer poner en evidencia las distintas maneras de aprender por fuera de los saberes de la academia.