Por Solana Camaño y Emilia Holstein
Seis jóvenes de entre 20 y 24 años fueron detenidos este lunes por secuestrar y violar a una mujer en el barrio de Palermo a la tarde. Lo hicieron en un auto estacionado, donde dos de ellos actuaban como “campana”. El hecho aberrante es síntoma de un sistema que nos llena de bronca, dolor e impotencia pero también abre muchos interrogantes que ya estaban presentes entre los feminismos: ¿cuál es el camino a seguir para desarmar las lógicas patriarcales que permiten y hasta promueven estas violencias? ¿Cómo se rompe el pacto masculino? ¿Cómo dar discusiones colectivas que trasciendan la dicotomía justicia/venganza?
El mandato de masculinidad
“Son hijos sanos del patriarcado” es quizás la frase que mejor sintetiza el posicionamiento de gran parte de los feminismos desde que se conoció esta violación grupal. Tanto el abordaje mediático como muchos discursos en redes siguen tildando a los violadores como animales, monstruos o enfermos para resaltar lo abominable y despreciable de sus actos. Pero de esta manera solamente se opaca el hecho de que estos varones son el resultado de una estructura social que violenta y disciplina a los cuerpos feminizados.
Al naturalizar que estos sujetos son la excepción a la norma, un fenómeno extraño o que padecen alguna patología que los obliga a cometer estos actos, nos olvidamos que un violador puede ser cualquier persona de nuestro entorno, un amigo o un compañero de trabajo.
Mucho se habló, también, del pacto masculino. ¿Qué es esto? Es la complicidad, la camaradería y el apoyo implícito o explícito que se da entre varones. Es lo que sucede cuando un pibe reenvía una foto de una chica desnuda a un grupo de WhatsApp sin su consentimiento y los amigos no dicen nada o incluso lo festejan. Es cuidarse las espaldas y nunca cuestionar las actitudes machistas del otro. “Están violando para mostrar algo a los ojos de los otros, y tienen que mostrarlo porque así serán capaces de pertenecer a la organización corporativa que llamamos masculinidad”, explicó la antropóloga feminista Rita Segato.
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Este es uno de los puntos a los que suelen dirigirse las linternas de mujeres y disidencias cuando trasciende un caso de violencia. “Varones, hablen entre ustedes”. El pedido se multiplica en tuits e historias de Instagram, pero cómo interpela concretamente a los destinatarios es poco claro. En muchos casos pasa desapercibido, en otros genera resistencia, en algunos, el desconcierto de no saber bien qué hacer o la idea de que no se les está hablando a ellos, mientras que en otros produce una incomodidad que puede inducir al cambio. Y es en ese escenario comunicacional de posibilidades donde se suman las preguntas: ¿alcanza con los “pedidos de tomar conciencia” vía redes sociales? ¿Cómo se puede hablar lo que aún no se problematizó? Incluso aunque sucediera, ¿se traduce necesariamente en un cambio de las prácticas?
El camino sinuoso de la transformación
Una consigna se viralizó a raíz del caso: “Agradezcan que pedimos justicia y no venganza”. La frase generó debates tanto al interior de los feminismos como entre quienes integramos Feminacida. Surgen al menos dos puntos de reflexión en torno a ella que habría que diferenciar, aunque en la discusión pública aparezcan mezclados. Por un lado, las preguntas acerca de qué clase de narrativas construimos como respuesta a la violencia, si es una consigna que trasciende las lógicas patriarcales, si puede conducir a algún tipo de reparación colectiva, o incluso si debería hacerlo. Por el otro, la pregunta por lo que expresa esa consigna, que es una pregunta por los móviles y las raíces, un interrogante que pone el foco en el cansancio y el enojo que genera la desprotección por parte de las vías estatales, los cuales han sido grandes motores de luchas feministas. En un punto ambas aristas se cruzan: ¿puede la bronca conducirnos?
No hay respuestas unívocas, pero sí algunas hojas de ruta para seguir pensando. Primero, las vías punitivistas no resuelven nada: no se trata de mandar a la hoguera a quienes ejercen violencia, en ningún caso eso ha disminuido las cifras de estos casos y existen otras vías judiciales para que atraviesen el proceso que les corresponde. Además de que los linchamientos reales y digitales generan una ficción de buenos y malos que desdibuja el hecho de que el problema no se agota en ellos. La violencia de género es una problemática social que responde a desigualdades de género estructurales, es decir, que exceden a las personas implicadas en cada caso (aunque tengan una responsabilidad innegable). Por este mismo motivo y por mucho que lo deseemos, los cambios en las prácticas no serán rápidos. Requieren de una sinergia de transformaciones en el Estado, las instituciones y los sujetos. Esto no quita que no pueda haber avances; las conquistas de los feminismos en la Argentina son un ejemplo. En ese camino, hay pedidos concretos que exigen respuestas concretas: protección a las víctimas, una justicia que no falle en contra de ellas, Educación Sexual Integral en todos los niveles educativos y también en los medios de comunicación.
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Sin la militancia no se puede, pero con la militancia no alcanza. Todavía queda mucho por hacer y nuestra lucha se da en muchos frentes: en el trabajo, en las escuelas, en las casas y en las calles. La salida es colectiva y a esta altura no hay dudas de que tiene que incluir a los varones. Por eso la ESI también es esencial en la construcción de otras masculinidades; es una herramienta fundamental para desarmar las violencias y contribuir a erradicarlas desde la infancia, para construir una nueva matriz de socialización.
A pocos días del 8 de marzo -Día Internacional de la Mujer-, con 51 femicidios registrados en Argentina en lo que va del 2022, según los últimos datos del Observatorio Ahora Que Sí Nos Ven, la sensación de hartazgo es innegable y generalizada. Pero hay una pregunta que continúa latente: ¿qué vamos a hacer para construir un mundo diferente?
Foto: Milay Echeverría