Los Espacios de Primera Infancia (EPI) Juana Azurduy y Bartolina Sisa están gestionados por la organización social y comunitaria del partido bonaerense de San Martín. Las demandas de los territorios y el difícil acceso a una vacante dejan en evidencia la falta de políticas públicas integrales. En este distrito los espacios para las infancias más tempranas, de 45 días a tres años, son escasos. La comunidad organizada busca dar una respuesta integral a esta situación. El principal ingreso de las trabajadoras que sostienen los espacios es el Potenciar Trabajo.
En la intersección de las calles Mónaco y Bolívar, en la localidad de José León Suarez, funciona hace cinco años el EPI Juana Azurduy. Son 32 trabajadoras y un aproximado de 70 niños y niñas, de los cuales en su gran mayoría asisten a jornada completa. Es decir, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde.
Quienes coordinan el espacio desde el comienzo explican que decidieron extenderlo a la doble jornada porque realmente las familias lo necesitan. Y se preguntan: "¿A qué madre o padre (sobre todo madre) le puede servir dejar a sus pibes solo tres o cuatro horas del día, para poder desarrollarse en un trabajo, estudiar o lo que sea?"
El EPI Bartolina Sisa abrió el 19 de abril de este año. Era una demanda de la comunidad de Villa Concepción que exista un lugar así. En el barrio hay dos jardines comunes y una guardería que es del Estado. Sin embargo, Gabriela, una de las coordinadoras, educadora y vecina, anotó a su hija cuando estaba embarazada de tres meses y pudo ingresar a la institución recién en salita de 3 por la lista de espera que había. "Años de espera para entrar. Yo estudiaba, trabajaba, llevé certificados, pero no pude hacerla ingresar antes, nada sirvió para conseguir una vacante", explicó Gabriela en diálogo con Feminacida.
Los jardines que existen no tienen jornada completa y en ninguno hay sala de dos años. Entonces, ¿qué hacemos con esas infancias durante los primeros tres años?
Estos espacios gestionados por la organización social dependen de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación (SENAF). Lo que hace esa área es habilitar una beca por cada vacante que se tenga en el espacio. Estas becas tuvieron el último aumento y actualización en octubre del año pasado y están en $2500 por niñe.
Bárbara Gasalla es coordinadora del EPI Juana Azurduy y cuenta que ese dinero que ingresa debe ser utilizado para pagar el sueldo a las educadoras, comprar insumos, mercadería y material de librería. “Si tenés 70 niñes, son 6 mil pesos de sueldo para cada trabajadora. Eso no es un salario por una tarea tan demandante, y ahí es donde el Potenciar Trabajo viene a saldar un poco esa cuestión. Si nosotras pensamos en 6 mil pesos mensuales, las compañeras de ninguna manera podrían venir 4 horas todos los días y sabemos que, incluso cuando sumamos el Potenciar, también es difícil”, manifiesta Bárbara a este medio.
La mercadería es otro tema. Ellas se organizan para pedir donaciones y las organizaciones sociales aportan. Si bien el Estado municipal ingresó a uno de los dos espacios en la red de reparto de mercadería, ellas también se proponen estrategias para que esa alimentación, con lo poco que tienen, sea saludable y variada. Hace algunos años, en el EPI Juana Azurduy trabajaron junto con una nutricionista que les brindó asesoramiento sobre cómo cocinar saludable con la mercadería que tienen.
“¿Cómo podemos hacer para que esto sea lo más saludable posible? porque no nos olvidemos que estamos hablando de la primera infancia, es muy importante esa alimentación, para algunos es su primer alimento”, aclaran las trabajadoras.
Barbara expresa también que la sensación que tienen es que siempre es todo a pulmón, salir a buscar de qué manera hacer lo mejor posible para los pibes con lo poco que tienen: “Es la organización comunitaria que generamos la que da respuestas y resultados. Nos la rebuscamos y damos respuesta a problemáticas históricas de nuestra comunidad. Que alguien nos venga a decir que no trabajamos”.
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Los procesos de formación de las trabajadoras se dan en un ida y vuelta con las capacitaciones que el Estado ofrece, pero también en los saberes comunitarios que esas compañeras traen por su recorrido. Hacia adentro de los espacios generaron una formación constante y articulada con todas las instituciones del territorio, eso les permite seguir avanzando en la calidad del cuidado que brindan.
“Creamos espacios de calidad donde podamos pensar a la familia y al pibe de manera integral, salimos a generar redes con otras instituciones, con las organizaciones sociales y con los espacios comunitarios porque entendemos que no hay posibilidad. Si esa mamá está, por ejemplo, atravesando una situación de violencia intentaremos que el pibe se pueda criar en las mejores condiciones. Lo mismo con las situaciones habitacionales que viven, todo eso impacta en el desarrollo de ese niño o niña y creemos que ahí es donde, esa mirada ampliada que tenemos, hace la diferencia. Le dedicamos tiempo a las familias. Conocer sus realidades y saber eso nos permite acompañar de otra manera”, asegura Gabriela.
Las tareas del cuidado siempre quedaron relegadas a las compañeras. Hay muchas cosas por hacer y ellas consideran que al desarrollo del niñe se lo puede favorecer o perjudicar. En ese sentido creen que es muy importante que estos espacios existan y se reproduzcan porque sino esa carga vuelve a caer sobre las madres, sobre todo, y las familias que, además de trabajar, criar y acompañar, tienen que dedicarle el tiempo a estimular esas infancias.
Sigue sin haber vacantes suficientes para la primera infancia en los barrios. Mientras tanto, ¿qué impacto tiene ese abandono en las infancias? Ellas analizan brecha de desigualdad social y consideran que es justamente allí donde comienza: en los primeros meses y años de vida y en el acceso o no a estos derechos. Porque hay familias que pueden acceder a pagar un espacio privado y seguir desarrollándose laboral y profesionalmente y, paralelamente que sus hijes tengan un estímulo en un espacio desde los tres meses de vida. “¿Y los pibes de nuestros barrios? Llegan al límite, con tres años a ver si consiguen una vacante y quizás recién consiguen para los cuatro años”, comparan las trabajadoras.
Todavía les falta el reconocimiento económico acorde a la tarea que hacen, pero en el barrio ellas son reconocidas. “A fin de año las familias te idolatran y a nosotras nos llena de orgullo también verlos crecer y acompañar esas familias”, dice Natalia, quien también es coordinadora del EPI Juana Azurduy desde el comienzo. Solo falta que el Estado vea lo importante que es su rol en la comunidad. La manera en que nuestras infancias transitan ese momento tiene que ver con lo que queremos construir a futuro. “Nuestra tarea es transformadora de verdad”, sostienen las mujeres que gracias al Potenciar Trabajo laburan y garantizan un derecho ahí, donde hay una necesidad.