Soy una de los 700 trabajadores que recibieron el mail en la madrugada de este lunes confirmando la suspensión de tareas por una semana y la “reconstrucción” del portal de Télam y su cablera. Y estoy, también, entre las personas cuyo trabajo hoy peligra: "Por medio de la presente se notifica que todo el personal se encuentra dispensado de prestar su débito laboral por el plazo de 7 (siete) días con goce de haberes".
Todos los que trabajamos en la agencia de noticias Télam sabemos la importancia de mantener un medio que priorice informar antes que un clic o una ganancia, difundir voces que de otra forma serían silenciadas, dé lugar a relatos que no son negocio y tienda a democratizar la información. Por eso, y ante la propuesta de cierre, la resistencia se vuelve colectiva.
Entre las personas que diariamente asisten Télam, hay periodistas con más de 30 años de experiencia, fotógrafas y fotógrafos reconocidos internacionalmente, y camadas de comunicadores más jóvenes, como yo, que logramos cumplir el sueño de escribir en una agencia nacional gracias a una pasantía universitaria. Para muchos de nosotros, que no tenemos contactos en los medios, sabemos que hubiera sido casi imposible acceder a un trabajo en periodismo con derechos laborales en un oficio donde prima la precarización. Pero el mercado del trabajo sigue igual (o peor) y el medio que nos abrió las puertas, hoy permanece vallado.
Con experiencia o recién llegados, todos nos enteramos de la misma manera que iban a cerrar nuestro lugar de trabajo el pasado viernes y en cadena nacional cuando el propio presidente lo anunció en la apertura de sesiones ordinarias en el Congreso de la Nación. Justificó su decisión —que por el momento sigue siendo informal—diciendo que funcionábamos como mecanismo de propaganda partidaria. La angustia y la sospecha que veníamos manteniendo desde que comenzó el ataque a Télam se estaba volviendo realidad con la excusa de estigmatizarnos.
Rápidamente, el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA) organizó un abrazo solidario. Tuvimos que hacerlo con las vallas mediante porque ese mismo día ya no pudimos volver a ingresar a nuestro trabajo. Allí definimos un plan de acción teniendo como premisa que no haya violencia y con la convicción de no responder a la provocación: analizar una estrategia judicial, cumplir presencialmente con nuestro horario laboral y escribir noticias desde la vereda de la agencia.
Durante esa jornada algunos vecinos y vecinas nos hicieron saber su solidaridad con medialunas y saludos de apoyo. Pero también se hizo presente un grupo de seis hombres jóvenes y seguidores de Javier Milei: se acercaron a la puerta de Télam a festejar el cierre de la agencia frente a varios de nosotros. Los propios vecinos de un edificio de enfrente —que habían visto como compañeros y compañeras pasaron la noche haciendo guardia en la intemperie— le respondieron a los gritos. El momento fue breve y quedó grabado en un video que todavía hoy circula por redes sociales.
Ellos solo se sacaron una foto y se fueron. Nosotros, hoy, iniciamos el tercer día de protesta.
El mate circula entre las caras compungidas y sin dormir. Algunos nos distraemos, otros hacemos un poco de terapia y teorizamos sobre qué puede llegar a pasar. Un compañero comenta que lo llamaron para dar marcha atrás con la firma del contrato del departamento donde se iba a mudar. Fue después de que el presidente anunciara el cierre de la agencia. Nadie sabe qué responder. Yo me acuerdo de otra compañera que se acercó al abrazo solidario embarazada de ocho meses. También pienso en mis compañeros que son pareja y tienen hijos y en las deudas que tengo por pagar. Abro mis redes y vuelvo a leer el mensaje que publicó el vocero presidencial, Manuel Adorni: "Saluden a TELAM que se va…".
Desde la apertura de sesiones ordinarias, una incertidumbre solo parecida a la que sentí durante la pandemia no me deja descansar tranquila. Veo en los ojos de mis compañeros y compañeras que eso no me sucede a mi sola. Somos todos, es la agencia y es la Argentina que va a quedarnos después de que pase la motosierra.
Así y todo nos presentamos en Télam a escribir desde las inmediaciones para estar acompañados, esquivando la crueldad de quienes celebran y a la espera de definiciones de un gobierno que, aunque crea verla, deja en claro que a nosotros no nos ve.
La puesta en marcha del plan comenzó con el sorpresivo operativo realizado ese lunes 3 de marzo por la madrugada, cuando la Policía Federal puso vallas en ambas sedes de Télam bajo la amenaza de sacar a la fuerza a quienes ofrezca resistencia. Una hora más tarde, llegó el mail firmado por firmado por el interventor Diego Chaher a las cuentas de todos los trabajadores. La orden es que hasta el domingo inclusive no nos presentemos a trabajar. Mientras tanto, la página web de Télam y su cablera ya no están disponibles y en estos momentos se encuentran en “reconstrucción”.
Fue así que sin ningún Decreto de Necesidad y Urgencia, ni comunicado por Boletín Oficial, ni autoridad alguna que se presente a dar explicaciones, la agencia de noticias de todos los argentinos y argentinas quedó silenciada y nosotros, sus trabajadores, afuera.
Télam existe hace más de 78 años y es la agencia de noticias más importante de Latinoamérica. Cuenta con 803 medios suscriptos en todo el país y recauda 117.420 dólares anualmente de medios internacionales que pagan sus servicios. Entre sus tareas, Télam mantiene vivo un patrimonio fotográfico y periodístico invaluable dejando registro de momentos históricos de diversas secciones, como la guerra de Malvinas, las dictaduras militares y momentos clave de los pasados mundiales de fútbol.
Es también espacio de consulta de medios, estudiantes y del pueblo en general. Se utiliza diariamente en todo el territorio como fuente de información. Muchos de los contenidos que se leen, escuchan y difunden a diario en los medios de comunicación son réplica o adaptación de lo que se publica en Télam. Además, es la única agencia de noticias que garantiza que la información llegue a todo el país y cubre en todo el territorio: cuenta con 27 corresponsalías generando así un poco de federalismo en un sistema mediático viciado de porteñocentrismo.
Sin embargo, en la mesa de Mirtha Legrand, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, aseguraba que para ella “hoy la agencia es Twitter”. A su lado, Javier Milei asentía. Esa misma noche, la funcionaria también criticó que Télam tenía más empleados que la agencia británica Reuters en todo el mundo. Si bien esto fue desmentido por el propio director de la agencia internacional, Bullrich nunca se corrigió. Ni por redes sociales, ni por medios tradicionales.
La propuesta de reemplazar todas las tareas —aquí apenas mencionadas— de una agencia de noticias por una red social no solo es absurda, sino también peligrosa. En las plataformas circula información falsa de alto impacto que genera efectos difíciles de desandar una vez instalados: videos viejos reflotados, imágenes editadas y datos sin verificar se difunden masivamente bajo un efecto de transparencia.
Télam también mantiene viva la memoria y la historia de nuestro pueblo. No es la primera vez que se quieren cerrarla. Ya hubo intentos durante las dictaduras militares de 1955 y de 1963, y durante los gobiernos de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri. De este último conflicto todavía queda mucha angustia entre compañeros y compañeras que recuerdan meses de desempleo, de telegramas de despidos y de conflicto constante. La urna que fue usada para juntar donaciones y alimentar el fondo de lucha todavía circula en la redacción como recuerdo de esa batalla ganada. Pero también es ese mensaje aprendido el que sigue dando vueltas como marca identitaria de quienes escribimos allí a diario: a Télam se la defiende hoy y siempre.
Foto de portada: Santiago Oroz para El Grito del Sur