Mi Carrito

Sobre un aborto legal, seguro y gratuito

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Era viernes 25 de noviembre de 2019. Estaba pedaleando hace rato y el aliento salía blanco y espeso. La piel de la cara tensa, la nariz y los cachetes rojos: el otoño en Dinamarca no titubea. Desde casa hasta el hospital había 10 kilómetros. Pensaba tantas cosas por segundo que sería imposible hacer un relevamiento de esos pensamientos. Eran tantos y se presentaban con tal celeridad que, quizás, ya no era pensar; sino otra cosa. Algo como sentirse arrollada por el propio desconcierto.

Me era inevitable mirar hacia atrás. Había un antes y un después en la línea de tiempo de mi vida. Lo más absurdo era que por más empeño que pusiera en intentar identificarlo, no encontraba ese momento preciso. Tampoco la imagen clave, la que indica que de ahí en más todo va a ser diferente. Hasta me pregunté si ese quiebre acaso existía. Pero lo sentía. Lo sentía como se siente una herida queriendo cicatrizar. Sin embargo, había una calma circundante que me devolvía incansablemente al presente. Quería perderme dentro mío, pero algo me mantenía conectada con el aquí y ahora.

Recordé el día siguiente a la noche que supe que estaba embarazada (sospechaba que ese momento debía ser ese antes y después). Llegué al trabajo y lo primero que hizo mi compañera fue preguntarme qué me pasaba: era evidente que mi esfuerzo por disimular mi malestar no estaba dando ningún resultado. Le dije que estaba bien, pero se me escapó una lágrima. Me abrazó. A diferencia de lo que mucha gente cree, los daneses son cálidos, y, sobre todo, empáticos. Tanto que el abrazo me dio la comodidad necesaria para decirle lo que pasaba. Me miró a los ojos y me dijo: “Va a estar todo bien. ¿Qué querés hacer?” 

Su cara y su manera de hablar me transmitieron mucha paz y, aunque no dije nada, ella -con naturalidad- me contó que había pasado dos veces por eso y por qué, en cada caso, no había elegido maternar. También ese día, mi manager me preguntó qué pasaba y pude contarle con calma y sentirme acompañada genuinamente, como quien da por hecho la posibilidad de elegir. Una obviedad que yo jamás habría dado por garantizada en esa situación (en Argentina todavía estábamos peleando el derecho a decidir).

Mientras seguía pedaleando, los últimos meses se reproducían como una película, en el afán de encontrar la imagen clave, ese antes y después. La burocracia danesa fue clara y sencilla y, si bien estar lejos no me gustaba, estar en casa hubiera significado vivir ese tiempo en la clandestinidad y, sobre todo, en la culpa. Ese es el problema más grande: la culpa que nos enseñan que hay que sentir en una situación así.

Quizás por eso buscaba con ahínco ese momento en mi cabeza: la imagen del dolor, el instante que me hiciera sentir que la experiencia era oscura e indebida. Algo que me hiciera replantear de ahora en más mi existencia y dudar de mis decisiones, casi condenada a una vida de arrepentimiento. Pero no. Las imágenes no cuadraban, aparecían otras cosas. Ese primer médico que me atendió y con respeto me preguntó si había tomado una decisión, les amigues que estuvieron conmigo en todo momento, les compañeres y jefes de trabajo que prescindieron de mí para que tuviera mi tiempo y espacio, protección, calma y acompañamiento. Todo me devolvía al presente, como a un estado de conciencia optimista: pedaleaba y no podía dejar de admirar la belleza del lugar, las nubes, el frío en la cara y las hojas de otoño cubriendo el piso. 

Otra vez, se imponía el aquí y ahora; rescatándome de todo miedo, toda confusión posible. Aunque estaba ahí hacía ya bastante tiempo y reconocía los lugares, cada paisaje me hacía sonreír y el camino al hospital no fue la excepción. Esa ciudad me acogía, fuese cual fuese la esquina o el parque. Y, aún en ese momento,  tuve-pude detenerme a sacar esta foto: un cielo gris y las ramas secas de los árboles que, lejos de ensombrecerme, me transmitieron serenidad. Fueron refugio y amparo en un momento que, en ocasiones, tiene un sabor mucho más amargo. 

¿Será que cuando no tenemos idea de qué va a pasar es cuando verdaderamente tomamos decisiones importantes? 

¿Será que mi antes y después es el día que pisé Dinamarca? 

¿Será?


Este texto fue producido en el Club de Escritura: Una habitación propia.
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