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Selva Almada y su apuesta por una literatura federal

Selva Almada
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Era Leopoldo Marechal quien ya lo aseguraba: "¡Mira que al recibir un nombre se recibe también un destino!" Y no fue sólo eso. Selva Almada nació envuelta en agua y rodeada de libros que empezó a descubrir desde niña. A los doce se hizo socia de la biblioteca popular de Villa Elisa, su pueblo, y un año más tarde leía sobre la muerte de Andrea Danne, en su Entre Ríos natal. Iba a pasar mucho tiempo para que ese suceso se convirtiera en parte de Chicas muertas, uno de sus libros fundamentales, pero como muchas de las cosas que sucedieron en ese momento tendrían otra forma en su futuro.

Mientras tanto se mudó a Paraná, estudió Comunicación un par de años, se cambió a Literatura y empezó a escribir, con ganas de que eso sea también parte de su destino. En el ‘99 viajó a Buenos Aires, se anotó en el taller que Alberto Laiseca daba en el Centro Cultural Rojas. Sintió que ahí estaba su camino y se quedó en la ciudad para contarlo. 

Hoy, más de dos décadas después, Almada es una referencia en la literatura nacional y este año el reconocimiento llegó de muchas maneras: fue nominada para el premio "Booker" con No es un río, Paula Hernández estrenó El viento que arrasa -una película basada en una novela suya- y Chicas muertas, uno de sus textos más icónicos, cumple diez años. 

En esta entrevista con Feminacida, la escritora cuenta cuán necesario es seguir escribiendo en momentos como este, en la importancia de nombrar las cosas y de cómo piensa a lo regional: “Hay muchas cosas que pasan por fuera de Buenos Aires”. 

Desde hace cuatros años estás llevando adelante el proyecto Salvaje federal, ¿de qué se trata?

El Salvaje fue una idea que empezó en la pandemia. En realidad lo habíamos empezado a operar antes, como en 2019. Teníamos ganas de armar una librería, que en ese momento iba a ser sólo un local, y ver qué tipo de perfil le encontrábamos porque había muchas propuestas parecidas en ese momento. Así que estuvimos un tiempo pensando qué tipo de impronta podía tener la nuestra, que nos diferenciara un poco de las otras que conocíamos. Yo, por ser entrerriana y por ir mucho a las ferias de las provincias, conocía un montón de autores y editoriales que no llegaban a Buenos Aires. Entonces, les dije a mis compañeras que quizá lo que faltaba acá era una editorial que traiga toda esa literatura que pasaba desapercibida en esta parte del mapa. Y cuando decidimos que sí, que la íbamos a llevar adelante con una impronta federal, justo ahí empezó la pandemia. El proyecto ya estaba bastante avanzado, ya habíamos pensado qué libros podían ser, qué autores. Y dijimos: "Ya que un poco del trabajo está hecho, hagamos una librería virtual mientras, a ver qué pasa". Así que así fue. Igual lo que estuvo bueno fue darnos cuenta que por la pandemia el proyecto iba más allá de Buenos Aires y de que acá pudiéramos conseguir esos libros.

Claro, si no iba a pasar lo mismo y sólo en Buenos Aires se conseguirían las cosas… 

Era eso. Porque ahí también nos dimos cuenta que esos libros no solo no llegaban a Buenos Aires, sino que un libro que se hacía en Córdoba no llegaba a la Patagonia, o llegaba a Chaco, pero sólo a una ciudad. De hecho, gran parte de quienes compran son de las provincias y la ventaja que tiene la tienda virtual es esa. Pero como también desde que surgió la idea queríamos tener un local, en el 2022 armamos una librería en Almagro. Ahí el público es otro y está buenísimo porque nos lleva a buscar otro tipo de libros también, otras cosas. 

¿Cómo es el momento de la curaduría? ¿Buscan los textos? ¿Llegan sugerencias?

Los libros llegan de distintas maneras. A veces nos contactan las editoriales, nos mandan lo que tienen y nosotras seleccionamos lo que más nos interesa. A veces son los propios autores los que nos escriben. Y a veces vamos buscando, descubrimos. Tratamos de ir seleccionando porque los ejemplares los tenemos físicos, no podemos tener todo lo que tienen las editoriales. Y también, como para seguir manteniendo un perfil curado, solemos tener títulos que nos atraigan por distintas razones. Porque sucede que hay libros que a mí como lectora no me interesan, pero que por alguna cuestión es importante que estén en el catálogo: o por la región, o por el tipo de búsqueda que traiga. Yo sé que yo no leo ciencia ficción, pero si de repente hay una autora de Catamarca que está escribiendo ese género ambientado en el valle, me parece súper interesante que eso esté.

Pensar en lo salvaje en este país tiene un sentido especial, ¿cómo se les ocurrió el nombre? 

Nos entusiasmamos con la idea de lo federal primero. ¿Viste que existía una consigna de los federales en el siglo XIX, que era muerte a los salvajes unitarios? A ese concepto quisimos darle una vuelta, porque queríamos poner el acento en eso, en que era un proyecto federal. Y lo de salvaje lo pensamos en el sentido de que, como son todos autores que no son canónicos, autores que hay que ir a descubrir, autores poco conocidos, también requieren de un lector un poco más salvaje, de un lector que tenga ganas de investigar, que tenga ganas de curiosear.

Una lectura más intuitiva, ¿no?

Totalmente. De una apertura menos atada a lo que dice la academia, a lo que dicen los medios de comunicación, el periodismo cultural. Algo más silvestre. Lo salvaje como sinónimo también de una lectura un poco más libre.

Esto es parte de cómo se puede configurar al federalismo en otros sentidos. ¿Qué te parece que cambió en los últimos años?

En la última década, lo que fui descubriendo, lo que fui notando desde que empecé a escribir hace casi 30 años, hay movidas propias en muchos lugares del país. Y son quienes escriben en esos espacios quienes van configurando una literatura en esa región, una literatura importante desde distintos lugares. Hace poco, buscando en las redes, vi que en la ciudad de Tucumán se estaban encontrando autores y autoras a pensar la escritura y a charlar sobre si existe una literatura tucumana. Eso me pareció genial. Encontrarse a discutir, a hablar, a intercambiar opiniones, pensando en la pertenencia a una región y a una literatura. Hay muchas cosas que pasan por fuera de Buenos Aires. En Resistencia, por ejemplo, hace siete años sucede un festival que yo lo conozco desde que empezó, que se llama Mulita. Está buenísimo y lleva autores de todo el país. Y en la Patagonia, que es tan extensa, hay una red entre los poetas y las poetas que viajan: si alguien presenta un libro, arman viajes para ir a verse, se leen y se conocen. Hay un montón de cosas que, por suerte, pasan entre regiones o entre provincias vecinas. Y todo eso me parece buenísimo. Ahí entiendo del federalismo y de que no todo se agota en Buenos Aires. Hay mucho sucediendo fuera de esta órbita.


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¿Y vos cómo concebís lo regional, cómo incluís en tu escritura lo que está lejos de las ciudades?

Cuando vine acá empecé a mirar con otra perspectiva el concepto de región, de la geología literaria también. Y eso empezó a pasar a partir de la escritura de una serie de relatos autobiográficos que entonces me vinculaban, aún desde la anécdota, con mi pueblo, con mi provincia, con el lenguaje, con la oralidad, con todas estas cosas más de la infancia, de los primeros años de vida, que son bastante fundantes para la escritura. Y después me interesó seguir explorando eso, ya no desde lo autobiográfico sino desde la ficción, desde la imaginación, desde poder pensar tramas y personajes que formaran parte de ese universo, pero ya que no tuvieran que ver conmigo directamente.

No es un río quedó seleccionado en la lista de nominaciones al premio "Booker", ¿cómo recibiste la noticia?

Me enteré porque mi editora me llamó muy feliz de que había quedado en la lista. Es mi primer trabajo que eligen como finalista del "Booker", que es un premio muy prestigioso. Yo estoy muy contenta, ahora sólo tengo que esperar, porque pronto van a entregar el premio. Pero para mí ya quedar en la lista está buenísimo, porque siento que le va a dar impulso al libro.

¿Y cómo fue el trabajo de traducción? ¿Estás pendiente de eso?

Sí, bastante. La traductora de No es un río al inglés fue Annie McDermott. Con ella ya habíamos trabajado en Ladrilleros y en Chicas Muertas. Y como pasó con los anteriores, en algún momento me llegó un mail con un montón de consultas, de cosas que ella no terminaba de saber qué hacer y quería encontrarle la vuelta. Entonces con Annie hicimos ese trabajo, que a mí también siempre me hace pensar cómo le explico, cómo lo traduzco. Porque le tengo que contar muchas cosas antes para que entienda. Y yo siento que cuando hay tanto interés en comprender me pone contenta, me deja tranquila. Porque yo no leo en otras lenguas, no sé el resultado de las traducciones. Por eso, cuando hay mucha conversación, está bueno. Veo que están haciendo todo lo posible para transmitir en su lengua esto que es tan local, que están trabajando para escribirlo de la mejor manera posible.

Con esta nominación te sumas a Gabriela Cabezón Cámara, Samanta Schweblin, Claudia Piñeiro, Mariana Enríquez y Ariana Harwicz, candidatas a recibir el premio en años anteriores. ¿Pensaste en por qué se está dando este fenómeno?

La verdad es que no tengo una respuesta de por qué se está dando. Creo que lo más justo es decir que todas son muy buenas escritoras y que todas tienen búsquedas muy particulares. A mí no me gusta usar el concepto de boom ni lo comparto. Porque primero cuando decimos algo así pensamos en el boom latinoamericano que fue algo completamente armado por y para el mercado, y esto es absolutamente espontáneo. No es que alguien nos sentó a todas y nos dijo: "Che, vamos a armar este movimiento de las escritoras latinoamericanas". Esa visibilidad, ese interés, los premios, los reconocimientos, llegaron por el trabajo de cada una. Porque además es bien particular, no es que todas escribimos sobre lo mismo, ni de la misma manera. Cada una tenemos temas, intereses, búsquedas diferentes. Ese es el valor que tiene la literatura que hacemos.


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La traducción de este libro se realizó gracias al Programa Sur, que este gobierno redujo drásticamente. Pensando en el desfinanciamiento de incentivos, ¿cómo ves el panorama cultural?

Hoy el panorama es más que sombrío, es nefasto. Si con el gobierno de Macri pensamos que era la ruptura de la cultura y un montón de otras cosas, esto ya es el aniquilamiento. Pero pensando en los recortes y en la incertidumbre que se genera por eso, creo que hay que seguir haciendo libros, hay que seguir tratando de hacer películas, teatro. Es una de las maneras que, por lo menos quienes hacemos cultura y arte, tenemos para frenar un poco u oponernos a la avanzada de los discursos de derecha, de los desfinanciamientos. Seguir haciendo cosas contra viento y marea, seguir proponiendo miradas diferentes sobre las cosas que nos pasan.

Hace diez años publicabas Chicas muertas, un antes y un después en cómo se abordaron los femicidios hasta ese momento. ¿Sentís que en ese entonces era eso sobre lo que tenías que escribir?

Sí. Fue un proceso largo igualmente. La investigación me llevó mucho tiempo porque eran casos en distintos lugares del país. Al principio tuve apoyo del Fondo Nacional para hacer una parte de esa investigación, pero después me quedé sin dinero. Entonces tardé bastante tiempo en hacer el trabajo de campo, estuve mucho tiempo releyéndolo, revisándolo. A las entrevistas, a los archivos que había sacado de los diarios, a los expedientes judiciales. Y yo estaba sin saber muy bien cómo escribir ese libro. Pero pasó que cuando me senté la escritura fue bastante rápida. Suponía que iba a ser así, fue todo bastante doloroso y yo me sentía un poco sola. Lo terminé escribiendo en tres meses y cuando lo entregué tuve una sensación de despedida. Pero sí, fue muy fuerte. No me pasó con otros libros.

¿Por qué decidiste narrar esos casos?

Todo empezó porque uno de los sucesos que yo conocía había pasado cerca de mi pueblo, cuando yo todavía vivía allá. Tenía 13 años y fue un caso muy impactante el de Andrea, porque nunca se resolvió. Durante mucho tiempo fue una de esas historias que cada tanto te acordás, que surge en una conversación, que alguien la nombra.

Cuando hay una pista nueva, cuando encuentran algo más…

Sí, esas cosas. Siempre me había quedado dando vueltas en la cabeza y cada vez que había un caso parecido me acordaba. También que me encontré con otro de los casos, que es el de María Luisa, medio así, sin querer, hojeando un diario en Chaco. Y ahí conecté enseguida los dos casos, por la época, por las edades, por la juventud de las dos chicas y porque ninguno de los casos estaba resuelto. Y ahí fue cuando me enteré del caso de María Luisa. Ya tenía el de Andrea y dije: "¿Podré investigar esto? ¿Podré escribir algo sobre esto?" Ahí empecé a buscar un tercer caso y apareció el de Sarita. 

El libro encajó justo para poder poner en palabras eso que no nombraban y que no por no poder ser nombrado no existía...

Es que en ese momento estaban surgiendo esas palabras para nombrarlos. Y en mi caso fue eso: traer la memoria de esas muertes que habían ocurrido en pueblos de las provincias, que no habían trascendido sus lugares de origen. Y yo me acuerdo que cuando lo escribí me llevó a pensar que en realidad eso no era algo que estaba sucediendo sólo en ese momento, sino que era algo que estaba completamente invisibilizado. Pero también siento que hubo una evolución tremenda en estos años. Porque en el 2015 surge el primer Ni una menos, que fue un movimiento que además impactó en todo el continente. La ley de IVE, el crecimiento de los feminismos, hubo un montón de pequeños pasos en ese sentido. Y siento que ahora, que es todo tan incierto, hay que volver a las calles, tenemos que estar más atentas. Porque yo también creo que lo que no se nombra no existe.

¿Pensás que ya existe un piso de entendimiento en estas cuestiones? ¿Dónde te parece que tenemos que seguir luchando?

Creo que aún hay mucha gente que se resiste a pensar en los femicidios. Muchas veces yo escucho que alguien te dice: "Ah, bueno, pero si vas a las estadísticas mueren más hombres que mujeres". Dicen eso y no sabe bien el porqué, ¿no? Porque creo que cualquier persona, si escucha la palabra femicidio, ya sabe por lo menos a qué nos estamos refiriendo, pero no que es un crimen sólo por el hecho de ser mujer. Entonces, para mí el lenguaje es importante también, empezar a nombrar las cosas, saber que eso tiene un nombre, saber que no es un crimen igual que el que le puede pasar en un asalto o un ajuste de cuentas con otro hombre, sino que esto es un crimen de odio. Yo creo que se avanzó muchísimo, pero quizás por todo lo que hablamos y todo este futuro que se avecina, espero que en estos tiempos no retrocedamos como en el juego de la oca a la casilla cero. 


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