Por Malena Falicoff
Simone de Beauvoir mantuvo a lo largo de toda su vida la idea de que una mujer es un ser completo en sí mismo, “la naranja entera”, sin necesidad de otras mitades que la completen. La filosofa advirtió en más de una ocasión que la mujer era una construcción histórica ubicada en un contexto social, sin condiciones biológicas o psicológicas que la definan de antemano, sino que “es la historia la que la construye”.
Entonces, si la historia construye una imagen en el imaginario popular sobre los modos de ser y las características de la identidad femenina, ¿qué consecuencias trae a su subjetividad? ¿Qué identidad se construye cuando la historia posiciona como el segundo sexo? Su novela “La Mujer Rota” es una aproximación desde la imaginación y las posibilidades de la ficción, pues aquí a las protagonistas se les rompe el reflejo cotidiano que les devuelve el espejo y aparecen en su lugar otras mujeres que pasaremos a descubrir junto con ellas.
Publicado en Francia en 1967, la obra está compuesta de tres relatos: La Edad de la Discreción, Monólogo y La Mujer Rota. El primero, traza la experiencia de una ex profesora de literatura jubilada, escritora. Apenas en las primeras páginas del relato se observa que, luego de prepararle el desayuno a su marido y de despedirlo, se topa con hojas en blanco, aunque la llegada de su hijo después de un mes de viaje la distrae y vuelve a su tarea. “Monologo”, por su parte, acontece durante una vibrante noche de año nuevo en un edificio de pleno centro, donde Murielle, una mujer separada, pasa la víspera escribiendo en soledad. En esas líneas reflexiona con furia sobre su familia y rol impuesto que no aceptó adoptar. En “La Mujer Rota”, el tercer título del libro, Monique piensa luego de volver de sus vacaciones sobre la felicidad de aquellos días. En la lejanía pudo sentir cercano a su esposo, sin embargo, bastó volver a la rutina para que el hechizo se deshaga. Una madrugada encontró a su marido en la habitación, sentado y con un vaso de whisky en la mano. Las preguntas de ella y las respuestas de él iniciaran un torbellino de acontecimientos que deshará sus rutinas, tejidas conjuntamente por muchos años.
La autora utiliza eficazmente una primera persona como voz narradora en “La Edad de la Discreción”, y en “La Mujer Rota”, donde la protagonista relata los detalles de sus sentimientos en un diario íntimo, y una conversación interior, también llamado flujo de la conciencia (un recurso literario que expone el pensamiento no-lineal, repetitivo y por momentos confuso), en “Monólogo”. En los tres casos, la autora permite que quienes lean penetren en los deseos, temores y paranoias de las protagonistas, quienes reflexionan sobre la vejez, la soledad, lxs hijxs, el amor, la sexualidad, la vocación y el cuerpo propio.
Con un ritmo dinámico, siguiendo las cuevas que representan estas psiquis, de las que incesantemente brotan imágenes de pasados idealizados y futuros inciertos, nos topamos con obstáculos creados estratégicamente para que estas mujeres no puedan experimentar el mundo tal cual lo hacen sus “mejores mitades”. Estas trampas fueron colocadas de manera tal que las protagonistas no puedan evitar caer en ellas, aterrizando en el universo de la imposición social: maternar hijxs y esposos. Y privándolas, además, a lo que no se ve y no es nombrado, y así, alejándolas cada vez más de sus deseos y ambiciones.