Hace una semana amanecimos con un nuevo video viral y una canción que aún suena en nuestras cabezas. Se trataba de un niño que se perdió en una plaza del barrio porteño de San Telmo. La resonancia estuvo asociada al “gesto solidario de la población”: un señor que lo sube en andas para que el niño vea desde lo alto y sea visto desde más lejos, personas que paseaban y aplaudían como en la playa y el ingenio de una banda de rock and roll con el improvisado y pegadizo “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. Luego de unos minutos el bullicio tuvo su efecto y, el ya famoso Eduardo, acudió al encuentro.
Con el correr de las horas y la velocidad de internet esta anécdota se inmortalizó. Aparecieron decenas de memes y, luego, la canción ya estaba disponible en Instagram copando historias y hasta el festejo futbolero de las jugadoras de Platense, imitando la situación. Sin embargo, es necesario poner luz a un “detalle” no menor de la cobertura risueña de este hecho con final feliz. ¿Qué hubiera pasado si el niño estaba con la madre? ¿Qué dirían los titulares si se hubiera perdido en manos de una tía o una abuela? ¿Y si ese niño se hubiera extraviado en un barrio del Conurbano bonaerense?
Muchas de las respuestas parecen obvias. Aunque en los últimos años las luchas feministas cuestionan los estereotipos en relación a la maternidad y paternidad, aunque las tareas de cuidado se están poniendo sobre la mesa como eje de discusión, mucho camino queda por recorrer. Los sistemas de crianza y responsabilidades que día a día reconstruimos, tratando de ser mejores, siguen teniendo la culpa como prevalecía en las madres y el desapego relajado entre los varones.
Nadina Goldwaser es licenciada en Psicología y psicodramatista. Consultada por Feminacida, explica: “Hay ordenadores de la cultura y modos de pensar que nos atraviesan y, en definitiva, son entramados de relaciones de poder. Estas relaciones de poder son tan determinantes que de algún modo fundan la manera de pensar y ver las distintas subjetividades”.
Desde su experiencia agrega que “son todos estos paradigmas patriarcales que están sostenidos como verdades muy inapelables y son modos hegemónicos de pensamiento que, por supuesto, invisibilizan cuestiones que siempre tienen que ver con el poder y el sometimiento a las mujeres, y que todavía lamentablemente se siguen sosteniendo”.
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Esto nos permite pensar que de haber sido una mamá la que estaba en la escena, la misma llegaría corriendo y llorando, sin poder soportar la culpa y mirada ajena sobre su “acto irresponsable''. Esto se debe a que de este modo hubiera sido juzgada. “Desde una mirada tradicional se siguen exigiendo cosas distintas para cada uno (madre/padre), en donde siempre el rol de la madre tiene que ver con el cuidado. Esta es una exigencia cultural y social con una mirada muy estigmatizante sobre las madres”, aporta Goldwaser.
Y en relación al sentido de culpa que estos mismos modelos hegemónicos imponen, asegura: “Por los propios modos de construcción socio históricos, la culpa siempre recae del lado de la mujer, y muchas veces es la misma mujer quien se siente culpable por lo que sucede. Incluso en casos en los que por supuesto ella no es responsable. Se culpa a muchas mujeres de ser responsables de sus hijos, mientras que del lado del hombre se da por sentado que ellos no tienen por qué ser responsables”.
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Como psicóloga, Goldwaser cuenta con una amplia trayectoria y formación académica en temáticas de género y abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes y adultos. Su amplio recorrido le permite reconocer que “hay muchos padres que se han ido deconstruyendo". "La ayudo con las tareas de la crianza" se escucha menos, pero aun así se siguen sosteniendo algunos mandatos.
"Del lado de las madres sigue habiendo mucha culpa, mucho sostener y sostenerse desde ese lugar ante la mirada de las otras y los otros”, continúa la profesional. Y tras el hecho del niño extraviado, que es disparador de estas reflexiones, agrega: “Si hubiera sido al revés, la mujer hubiera sido mirada con malos ojos. Como la mujer que se quedó mirando la vidriera en lugar de cuidar a su hijo, la mujer que lo descuidó, la mujer que de alguna forma no se hizo cargo de este hijo y lo perdió. En su lugar, al hombre un poco se le festeja la anécdota, yo leí en varios medios y en todos había como un relato casi divertido, anecdótico, en donde se hablaba de la canción. En ningún momento se mencionaba otra cuestión”.
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Aun con el avance de los feminismos y, con ello, la puesta en discusión de muchos mandatos hegemónicos algunos roles, como en este caso el de la maternidad y la paternidad, continúan cargando estructuras estancas. Tenemos la obligación de mirar para adentro, empatizar y forjar en conjunto relaciones de familia más amorosas y coparticipativas.
La anécdota con final feliz nos sirve como vehículo para ver todo aquello que todavía debemos derribar. También nos debemos la pregunta por las emociones de ese niño, no solo en ese momento, sino luego de la viralización de la anécdota. Lleno de angustia, tal vez de vergüenza y con sinceras ganas de que ese momento pase lo más rápido posible. ¿Cómo influirá en su cotidianeidad? ¿Será que, por fin, podremos ponernos en el lugar de las infancias?