Mi Carrito

Refugios

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Carta a mis amigas

“Las amigas nos sostienen, má”, le digo a mi vieja en el medio de una larga charla telefónica. Se lo digo a ella, pero también me lo digo a mí. Durante muchos años creí que una buena amistad era esa que perdura en el tiempo, o la que te permite tener el privilegio de decir “somos amigas desde chiquitas, nos conocemos desde siempre”. Con el camino un poco más recorrido me fui dando cuenta que la cuestión no estaba en el cuánto sino en el cómo.

En un libro que leí hace ya algunos meses la histórica luchadora por los derechos de las mujeres, Marta Rosemberg, asegura que en la última dictadura militar el feminismo fue su “salvaguarda subjetiva”. Usa este concepto para explicar cómo se mantuvo de pie cuando todo se ponía áspero. Para ella los encuentros en la clandestinidad, la idea de construir colectivamente otro futuro posible, la sacaba del terror profundo que se le colaba por la piel en esos años. No soy yo, ni es esta carta la primera que va a recuperar la importancia de vínculos como las amistades, pero sí me voy a tomar el atrevimiento de enamorarme de esta idea.

Tengo una familia un poco desmembrada, dos padres ausentes, abuelos muertos y muchos hermanos pero pocas charlas con ellos. No tengo propiedades a mi nombre, ni una herencia que esperar y cuando me pregunto cómo llegué hasta acá recuerdo esas tardes de debates intensos, de ideas puestas en común, de complicidad, de compasión, de mensajes que dicen “amiga, ¿llegaste bien?”.

¿De qué están hechos los refugios?, ¿de paredes? ¿O en verdad son esos lugares en donde alguna vez fuimos felices? “Hay que aferrarse a las dos o tres cosas lindas que tenemos porque sino esto es imposible”, dice una usuaria de Twitter que tal vez busca respuestas parecidas a las que hoy experimento acá.

Mis amigas son mi salvaguarda subjetiva, son las que me agarran la mano y me ayudan a hacer equilibrio cuando todo se derrumba, las que ponen a disposición su tiempo para que yo aún en las peores tormentas sonría.  

Si hay paredes sostén que me pertenecen, que están a mi nombre, de las que me afirmo propietaria; si existe un refugio posible sin ladrillos a la vista, o una casita de colores en la que me quiero quedar a dormir, las llaves de todas esas puertas las tienen ellas, esas mujeres que a cada segundo y en los días grises me mantienen con vida. 


Este texto fue producido en el Club de Escritura: Una habitación propia de la Escuela Feminacida
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