Mi Carrito

¿Quiénes nos cuidan?

Compartí esta nota en redes

¿Quién te hacía la chocolatada durante tu infancia? ¿Quién cuidó a tu abuela y a tu abuelo cuando ya no podían valerse por sí mismos? ¿Quién limpió tu casa o te enseñó a leer y escribir? 

Si recorremos nuestras historias de vida, es probable que encontremos las de muchas otras mujeres entrelazadas con la propia. Niñeras, trabajadoras de casas particulares, docentes, enfermeras, cocineras de comedores. También puede ser que no registremos la importancia que tuvieron en nuestra formación, ni de qué manera nos permitieron desarrollarnos mientras ellas se ocupaban de los trabajos de cuidado. 

Este mecanismo que nos atraviesa no es una excepción. El cuidado está socialmente valorado como una dimensión secundaria de la vida, se da por sentado y parece algo evidente. Se olvida así que gracias al trabajo de todas estas mujeres, el resto de los trabajos son posibles.

La invisibilización de los cuidados no es gratuita. Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares del tercer trimestre de 2023, el 69 por ciento de las tareas de la casa son realizadas por mujeres y la brecha de género en los ingresos es del 26,4 por ciento. Sin contar que muchos de estos trabajos no son remunerados o la relación laboral es informal, es decir que no cuentan con aportes para la jubilación. 

Pero, ¿a quiénes le debemos el cuidado? En un intento por visibilizar no sólo la desigualdad, sino la marginalización de estos trabajos, desde Feminacida conversamos con algunas de estas mujeres.  


Marisa | Trabajadora de casas particulares 

Marisa llegó a Buenos Aires desde Catamarca, su provincia natal, a los 15 años. Desde los siete había vivido con una familia adoptiva con quien su madre, que trabajaba en el campo, la había dejado para que pudiera ir a la escuela.  

El primer trabajo que tuvo fue como niñera cama adentro con un franco semanal, se lo consiguió su hermano mayor que vivía en la Capital. Ella llevaba al niño al jardín, a la plaza, hacía la comida y lo bañaba. Por las noches, lloraba porque extrañaba su hogar.

Cuando conoció a quien sería su pareja, se mudaron a la localidad de Tapiales, en La Matanza. Allí tuvo a tres de sus cuatro hijos. Luego se fueron a Merlo, todavía más al oeste de la provincia de Buenos Aires, porque los dueños iban a vender el localcito donde vivían. Todos los días viajaba a capital  para trabajar limpiando casas: hora y media de ida, hora y media de vuelta 

Marisa es morocha, de tez morena, habla bajito y recuerda a todas las personas con las que trabajó. A Mabel, por ejemplo, la consideraba parte de su familia. “Nos conocíamos mucho. Cuando ella ya había perdido su voz, nos comunicábamos solo con la mirada”, cuenta sobre esta mujer a quien acompañó desde que la diagnosticaron con Esclerosis Lateral Amiotrófica hasta su muerte. 

Durante más de 20 años estuvo en esa casa. Primero, trabajaba ocho horas de lunes a viernes, después se convirtieron en 12. No sólo limpiaba y hacía las compras, también se encargaba de ayudar a los enfermeros y gestionar casi todo lo que sucedía allí. 

Cuando Mabel falleció se tomó unos días de vacaciones. Pensó que no volvería a trabajar ahí, pero a los pocos días el viudo la llamó por teléfono y le pidió que regresara. Ella conocía cada rincón y cada objeto, además de cada maña del patrón: cómo doblar las camisas o cuál era el yogurt que había que comprar. 

¿Cómo hizo para criar cuatro bebés si pasaba tantas horas en otra casa? “Tenía a mi mamá, ella me ayudaba. Ella fue la mamá de mis hijos y ellos se lo reconocen”, dice. Durante muchos años habían estado distanciadas, sólo habían vivido siete años juntas, hasta que se reencontraron en Buenos Aires.  

A sus 54 años Marisa sigue limpiando casas, acompañando adultos mayores y también colabora con un comedor de su barrio. Sin embargo, al igual que el 74 por ciento de las personas que trabajan en este sector, no cuenta con los años de aportes para jubilarse cuando llegue a la edad de hacerlo. 

“Yo soy media tonta con eso, debería haberlo pedido”, reflexiona sobre la cuestión previsional. Aunque trabaja desde los 15 y fue crucial en la vida de muchas personas, solo una familia decidió ponerla en blanco y pagar sus aportes.  


Belén | Enfermera

Desde chiquita, Belén quería ser maestra jardinera. Ese había sido su deseo, hasta que en el último año de la escuela secundaria, en la materia “orientación vocacional”, se cruzó con Enfermería. 

Después de estudiar tres años, ingresó a la clínica Trinidad de San Isidro en el área de Neonatología. Trabajaba de 9 de la noche a 7 de la mañana, después dormía y se despertaba para seguir cursando el ciclo superior de su carrera. 

Belén no tuvo muchos compañeros varones ni en su cursada ni en sus espacios laborales. Lo mismo le pasó a Marisa o a Camila, no se cruzaron con hombres que hicieran su mismo trabajo o ni siquiera pensaban en hacerlo. 

“Uno trabaja mucho no solo con el bebé, sino con los papás también, con toda la familia. Entonces estás muy cerca en momentos difíciles”, explica Belén sobre su tarea cotidiana en Neonatología y continúa: “Imagínate un bebé prematuro, por ejemplo, que nace con 800 o 700 gramos. Se hacen muchas preguntas: ‘¿cómo lo agarro? ¿lo voy a lastimar?’ Tenés que estar todo el tiempo acompañando”. 

Acompañar es la palabra que se repite a la hora de describir su trabajo. No se trata solamente de medir la presión o de suministrar la medicación indicada. Ella acompaña a los bebés, a las familias, construye lazos de confianza en momentos de mucha incertidumbre. 

La paciencia es el otro ingrediente que ella considera indispensable para dedicarse a la enfermería. Poder explicarle a madres y padres cómo acercarse a ese bebé tan delicado, ir corriendo los miedos, son cosas que llevan tiempo y que no tienen una única fórmula. 

Belén abandonó la neonatología casi al final de la pandemia. No tuvo tanto que ver con los protocolos que la hacían sentir como en la NASA, sino con que le tocó desempeñar tareas que no tenían nada que ver con lo suyo. Por ejemplo, tomar la temperatura “con la pistolita” en la entrada de la clínica. 

Hoy trabaja en un programa de soporte al cliente y, si bien lo que más valora es poder contar con tiempos flexibles y no trabajar de noche, no descarta volver a trabajar con niñes en un futuro. 

Quiénes nos cuidan - Belén

Amelia | Cuidadora de adultos mayores

Amelia tiene 71 años y nació en la provincia de Chaco. Cuando le preguntan cómo es que terminó cuidando tantos adultos mayores en su vida, ella responde: “Es algo que ya vino en mí”. Como si se tratara de un designio divino. 

Sin embargo, después recuerda que cuando era chiquita, antes de cumplir los 9 años, sus papás le habían regalado un botiquín de juguete con una cruz roja pintada. No lo soltaba nunca, andaba para todos lados con su valijita atendiendo a quien lo necesitara. 

A lo largo de su vida se ocupó de todas las personas mayores de su familia: su padre, quien tuvo tres accidentes cerebro vasculares; su abuela, que vivió hasta los 102 años; y su mamá, que enfermó y falleció en poco menos de un mes. Su hermana menor es sorda y Amelia también se encarga de sus cuidados. 

“Tenés que tener cariño y amor para cuidar a un adulto mayor. También mucha paciencia para apaciguar su carácter”, explica. Para ella cuando las personas envejecen pueden volverse más irritables, sobre todo porque se enfrentan a la situación de ir perdiendo independencia. 

Los últimos 10 años se los dedicó a Irma, una vecina de la que se hizo muy amiga. Al principio se encargaba de sacar turnos médicos o llevarla a los consultorios, pero con el tiempo necesitó cada vez más acompañamiento. Fue ahí cuando ella le pidió que la cuidara todos los días. 

“Me iba a las 7 de la mañana. Le preparaba el desayuno, la ayudaba a cambiarse, a higienizarse. Estaba por lo menos dos horas con ella. Volvía a mi casa para dejarle el almuerzo preparado y me iba a trabajar”, cuenta Amelia sobre el día a día con Irma. A la noche repetía el procedimiento: preparaba la cena, le daba los remedios, la cambiaba y acostaba. Recién ahí volvía a su casa. 

Además de cuidadora, Amelia trabajó como encargada en una fábrica de mallas y como recepcionista en un espacio de atención a víctimas de violencia de género. Los viernes por la mañana también es voluntaria en el Hospital de Vicente López, en un grupo que se conoce como las Damas Rosadas

Lo de Amelia es una cuestión de fe: “Cuanto más bien hacés, por otro lado te vuelve”. Ella lo lleva como un mantra que repite y aplica con todas las personas que cuida. 

Quiénes nos cuidan - Amelia

Camila | Niñera

“Tengo una amiga que fue mamá muy joven, quedó embarazada con 18 años. Le tocó salir a trabajar de muy chica porque el padre no se hacía cargo. Entonces yo cuidaba a su nene”, cuenta Camila sobre cómo comenzó a trabajar en este rubro.  

Por las mañanas iba desde La Paternal hasta Ramos Mejía para darle una mano a su amiga. De noche trabajaba en una pizzería de su barrio. En 2017 dejó este segundo trabajo y se dedicó a ser la niñera de León y de Luz, a quienes cuida desde hace ya varios años. 

“Con Luz al principio me quedaba más tiempo, porque su mamá hacía doble jornada en un jardín en la villa para las pibas que son madres jóvenes. Una cadena de cuidados”, piensa. 

Los papás de Luz tuvieron un divorcio complicado y Camila acompañó a la nena en ese proceso. A veces la encontraba triste o enojada cuando llegaba. Para animarla le proponía distintos juegos y escuchaba las palabras que ella usaba para referirse a las peleas de sus padres.  

Durante todos estos años estableció vínculos de mucha cercanía con les niñes y con sus familias. Esto le ha permitido tener conversaciones profundas con los padres para hacer recomendaciones o intervenir en la crianza, aunque reconoce que es difícil establecer los límites cuando los lazos son tan fuertes. 

A sus 28 años, Camila ya está cansada de cuidar infancias porque requieren mucha energía que no siempre tiene, pero le gustaría seguir trabajando con grupos. Por eso comenzó a estudiar la Tecnicatura Superior en Pedagogía y Educación Social en un instituto de la Ciudad de Buenos Aires.

Sí sabe que se lleva para siempre los aprendizajes que los nenes le dieron en todo este tiempo. Desde cambiar pañales o calentar mamaderas, hasta poner en palabras cosas que para los adultos pueden parecer imposibles. 


Natalia | Docente de nivel inicial

Natalia es docente de nivel inicial hace 20 años, directora de un jardín de gestión privada y madre de tres hijas. “Tiene que ver con cambiar algo y transformar la realidad”, dice cuando describe su tarea. 

Llegó a Buenos Aires desde Río Negro cuando tenía 15 años. Su mamá fue docente de primaria toda su vida y nunca se le había cruzado la idea de que esta también podía ser su vocación. Se acercó al profesorado de forma espontánea, después de haber pasado por otras carreras, y allí encontró su lugar.

Según ella, trabajar con la primera infancia implica revisar el recorrido propio en la escuela. “Recuperar nuestra trayectoria es un ejercicio necesario para cualquier docente, porque estamos trabajando con personas en un momento de estructuración subjetiva”, sostiene. No existen fórmulas mágicas que se puedan aplicar con todes les pibes, sino que lo que “funciona” se construye en la sala, con cada grupo. Es decir que, más allá de lo que muchas veces se piensa, la docencia conlleva mucho trabajo dentro y fuera del aula. 

Si bien casi todo su recorrido fue en instituciones privadas, también dio clases en jardines de gestión pública estatal. Y fue allí que entendió que estos espacios se ocupan de cuestiones que no están directamente relacionadas con lo pedagógico.

“Hay un montón de cosas que uno atiende que son más asistenciales”, explica. Desde les niñes que llegan con hambre, porque su última comida fue la noche anterior, hasta quienes vienen descalzos o con las zapatillas rotas. Natalia recuerda irse a dormir pensando en las conversaciones que se debía con alguna madre o en la ropa que había que juntar para les pibes. 

Quiénes nos cuidan - Natalia

En comparación, remarca que en el ámbito privado las prioridades son otras porque muchos derechos ya están cubiertos, como el techo, la comida, la vestimenta. Sin embargo, hay algo en común: las docentes siempre están cuidando, siempre están velando por los derechos de un otro. “Nunca dejamos de tener personas a cargo”.

Sus hijas tienen 2, 8 y 14 años. Cada una está en un nivel educativo diferente. Con ellas aprendió la diferencia entre ser docente y ser mamá. Si bien ambas tareas implican cuidados, los roles y las responsabilidades son diferentes. “No somos mamá de nadie, una mamá tiene otro rol. Nosotras somos educadoras”, concluye.


Esta nota forma parte del dossier "Cuidadoras: el trabajo que mueve al mundo".
Hacé click acá para verlo completo.


Compartí esta nota en redes

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *