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¿Quién dijo que hay trabajos imposibles?

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Las expectativas culturales asociadas a qué roles una persona debe cumplir según su género, junto con la exposición constante a estereotipos y sesgos desde la primera infancia, influyen en la elección de las mujeres respecto a sus estudios, trabajos y profesiones. Si bien en la última mitad del siglo XX se han insertado masivamente en el mercado de trabajo, la brecha de género respecto a salarios, el acceso al mercado laboral y las posibilidades de alcanzar puestos jerárquicos existe y se puede medir. De acuerdo con los datos aportados por la última Encuesta Permanente de Hogares (EPH) realizada por el INDEC, la tasa de empleo es de 45,9 por ciento para las mujeres, frente a un 63,7 por ciento de varones.

Por otro lado, según un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), las mujeres registran una mayor tasa de desempleo e informalidad, se concentran en sectores menos dinámicos y en puestos de trabajo de menor jerarquía. Esta problemática es conocida como “techo de cristal” o segregación vertical y, de acuerdo con este informe sobre la EPH realizado por el equipo EcoFemini(s)ta, mientras que un 10 por ciento de los ocupados varones tienen cargos de dirección o son jefes, solo un 5,4 por ciento de las ocupadas ejercen puestos de esas características. Es decir, hay muchas más probabilidades de tener un jefe o director varón en los espacios de trabajo.

Dentro de esta brecha y con estos datos disponibles, ¿cómo viven sus profesiones las mujeres que se desempeñan en carreras o trabajos cultural e históricamente masculinizados? ¿Qué obstáculos y dificultades afrontan en su vida diaria?


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"No me des flores, dame herramientas"

María Gabriela Tomassoni exhibe en las redes sociales de su proyecto una remera con esta leyenda. En 2018, luego de atravesar una crisis de salud y profesional, decidió abandonar el periodismo como fuente principal de ingresos y fundó Mamá Construye, el emprendimiento a través del cual no sólo ofrece sus servicios para remodelar y restaurar hogares, sino que además le enseña a su comunidad cómo hacerlo. “Me crié en una casa de gente trabajadora, con pocos recursos y todos los arreglos los hacía con mi abuelo. Así aprendí, desde chica, desde cambiar la cinta de una persiana hasta hacer un contrapiso. Cuando me estaba recuperando de la depresión, usé todo esto como terapia y remodelé toda mi casa”, comparte en diálogo con Feminacida y continúa: “Un día típico en mi trabajo arranca en la obra, pintando, restaurando muebles, poniendo un piso o demoliendo un baño”. Consultada al respecto de su experiencia en el rubro de la construcción, sostiene que nunca se sintió inferior ni dejó que la discriminaran por su género. “Me esforcé mucho para que me valorarán por mi capacidad de trabajo, por mi gestión y por los resultados logrados”, afirma.


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Elizabeth Uribe vive en Río Grande, Tierra del Fuego, y trabaja en construcción como Maestra Mayor de Obra. Se desempeña tanto desde la parte técnica en la Secretaría de Proyectos Integradores y Hábitat del gobierno provincial, como de manera independiente en diferentes obras para complementar sus ingresos. Sostiene que “cada vez más mujeres están eligiendo estas carreras, pero somos muy pocas. Como mujeres generamos mucha empatía entre nosotras, intercambiamos ideas o experiencias y nos pasamos información de trabajos”. Sin embargo, su experiencia difiere de la de Tomassoni: “En esta profesión la discriminación es constante. Vos podés ser Directora de Obra e ir con un colega varón a supervisarla y el señor que está trabajando va a hablar con el hombre. En la obra siempre está esto de no ser tomada en serio al ser mujer cuando das alguna dirección o consejo”, relata a este medio. 

Marisa Ferreyra trabaja desde hace doce años como administrativa en una empresa petrolera de la localidad de Sarmiento, en Chubut. Tiene dos hijxs y viaja una hora a diario para cumplir con su trabajo. Luego, retorna a su hogar y se ocupa de tareas de cuidado. Entrevistada por Feminacida, cuenta que empezó en la empresa como cajera hasta que el dueño, el supervisor de esa zona y directivos del sindicato decidieron “darle la oportunidad a una de las chicas que trabajaban en la estación de servicio para desempeñarse como administrativa”. Comenta que hasta agosto del año pasado fue la única mujer en Petrosar S.A. en ese sector.  Sus compañeros se tuvieron que “adaptar a tener una mujer en la oficina”. “Algunos hombres no tienen drama para enseñarte y creen que las mujeres tienen el mismo derecho que ellos. Otros, al contrario, ponen excusas para no tener que lidiar con mujeres: creen que no estamos capacitadas para hacer cosas de campo y cambian la manera de hablar entre ellos”, agrega y reflexiona: “En otros sectores y empresas hay mujeres que desempeñan trabajos como supervisoras, recorredoras de campo y camioneras. En este tiempo recién les están dando más lugar a las mujeres y se las involucra más en muchas áreas sin tanta discriminación”.


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Belén Garbellano tiene 28 años y, desde hace un año, estudia la Tecnicatura en Análisis de Sistema que ofrece el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. “Me empecé a interesar por la Informática cuando estaba en cuarto año de la secundaria y tenía 16 años”, cuenta en diálogo con Feminacida. Luego de probar otros caminos, durante el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio que predominó en el 2020 se inscribió en un curso de Java para no programadores. “Definitivamente me sentí en mi lugar”, comenta. Según un trabajo de recopilación de datos oficiales realizado por la asociación civil Chicas en Tecnología, en los grupos de carreras con más del 70 por ciento de estudiantes mujeres, cuando la carrera o la especialidad tiene que ver con Tecnología, Programación o Informática, decrece el porcentaje de mujeres que la estudian.

“Sé que hay mucha demanda laboral en el mundo de la programación, y me encantaría que haya más gente que se interese en aprender a programar”, comenta Garbellano y suma: “Hasta el momento no me encontré con discriminación por ser una mujer que quiere ser programadora. Eso es un avance. Sé que existe, y sé que hay muchas programadoras argentinas que están luchando para que no haya discriminación en el rubro”.


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Encender los motores

Tamara Vital fundó en el 2020 Vitarti Girls’ Team, el primer equipo mundial de automovilismo profesional compuesto por mujeres. Trabaja con Julieta Gelvez como piloto y con Agustina Carreira como mecánica. 

La trayectoria de todas en el ambiente es de larga data: “Voy desde que tengo un año a las carreras de autos y arranqué a los 14, 15 años como periodista. Estudié la carrera de periodismo deportivo y la ejercí hasta hace unos años, cuando empecé a trabajar con el R36 team, que me brindó todas las herramientas para aprender”, relata Vital en diálogo con este medio. Gelvez, además de pertenecer al equipo, se desempeña dentro de la industria automotriz en el rol de gestión de trabajos preventivos para los equipos que fabrican un modelo de camionetas de la fábrica Toyota. Carreira es egresada del nivel medio como Técnica electromecánica y luego estudió la carrera de Mecánica de autos. “Además de trabajar en el equipo, lo hago en mi taller de Herrería, donde hago toda clase de cosas en hierro, mayormente estructuras deportivas para gimnasios. En paralelo, realizo trabajos de mecánica y electricidad automotriz, y restauro mi auto, una coupé Taunus del 79'”, profundiza.

Consultadas al respecto de los obstáculos que se les presentan dentro del automovilismo, coinciden en que muchos son del orden de lo económico, pero tamizado por prejuicios externos. Para afrontar los costos de mantenimiento del equipo recurren a sponsors y organizan rifas o venden productos. “Lo que buscamos este año es poder empezar a contar con marcas cuyo público sea femenino, que se cierran porque a veces para una marca no está bien visto que una mujer trabaje de mecánica o que ‘sea ‘machona’. Es un estereotipo viejo que estamos tratando de romper”, ejemplifica Vital.  


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Por otra parte, Vital y Carreira acuerdan entre sí y con las entrevistadas de los otros rubros en que, a diferencia de los varones, tuvieron que “ganarse el lugar” a base de imponer respeto y trabajar duro. La propietaria de Vitarti Girls’ Team cuenta que en el taller mecánico que comparte con su pareja al principio un cliente entraba y decía: "Vengo a hablar con el muchacho". "A veces había cosas que yo podía solucionar, pero preferían hablar con el encargado porque él es hombre. Con el tiempo fui más aceptada: es cuestión de que se acostumbren”, sostiene.

En ese sentido, Carreira comenta: “Sufrí situaciones de discriminación y hasta violencia verbal y física en muchos de mis puestos de trabajo, pero siempre destaco que en el automovilismo fue el único trabajo en donde no se me juzgó por mi género, sino por mi desempeño. Y eso es una de las muchas cosas que me animan a seguir”. Asegura que el machismo es el mecanismo de defensa del hombre ante sus propias inseguridades: "Se crió tanto a hombres como a mujeres con el pensamiento de que hay roles que se deben cumplir y en este rubro particular históricamente se abocó a los hombres porque se necesitaba tener mucha fuerza ante la falta de herramientas”.


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La unión hace la fuerza

La camaradería exclusiva entre varones sólo es novedad entre despistadxs. Pese al avance de las mujeres y disidencias en rubros históricamente masculinizados, los hombres parecen nuclearse en grupos cerrados. Los sesgos y prejuicios se reproducen de manera constante. Elizabeth Uribe comenta al respecto que en las reuniones que comparten con otrxs trabajadores como gasistas y electricistas matriculadxs, “se hablan más entre los tipos que comparten asados, y a las mujeres no nos hacen parte de eso. Arman una elite en donde los trabajos pasan de mano en mano". "Cuando hubo elecciones del Colegio Profesional de Técnicos nos convocaron a algunas para integrar una lista, pero luego me enteré de que era porque había que cumplir con el cupo femenino”, recuerda. Frente a esto, Tomassoni afirma que “hay muchísimas mujeres que se destacan en carpintería, herrería, plomería, electricidad, y en todos los rubros asociados, solo que siguen siendo minoría” y que una manera de afianzarse en el rubro es hacer visible su trabajo. "No tener miedo a ser protagonistas, aprender algo nuevo y, sobre todo, enseñarles a otras mujeres lo que aprendimos”, asegura.

Gelvez, Carreira y Vital coinciden en que al interior del automovilismo se genera un clima de solidaridad mutua, especialmente en épocas de carreras y a pesar del espíritu competitivo. Vital considera que “las mujeres deben animarse a afrontar estos desafíos” y agrega: “A nosotras nos han contactado muchas chicas que veían difícil ingresar y después de hablar con nosotras se volvieron a inspirar para realizar lo que más les gusta. Por más obstáculo que haya, si te lo proponés lo podés lograr”.

Tejer redes solidarias entre mujeres para lograr mayor equidad en trabajos masculinizados, entonces, parece ser la respuesta intuitiva y unánime al pacto de caballeros en el ámbito laboral. “El consejo es ir por ahí: encontrar y acercarse a las otras mujeres y unirnos porque la profesión te lleva a aislarte y competir por los trabajos”, apunta Uribe y agrega que es importante romper la barrera de lo unilateral y no tener miedo a ocupar espacios de poder. "Invito a luchar porque hay mucho por hacer y cambiar y creo que la única manera de generar un cambio real es poniendo el cuerpo”, sintetiza.


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