Estela Cereseto, Catalina Garraza, Silvia Asaro y Elba Arana son cuatro de las más de doscientos mujeres que estuvieron presas políticas durante la última dictadura militar en la cárcel de Villa Devoto y que reunieron sus testimonios en el libro "Nosotras en libertad". En el penal la solidaridad les permitió tejer lazos que aún hoy perduran: ante la prohibición de todo, la resistencia organizada como respuesta.
A tan solo días de conmemorarse un nuevo 24 de marzo, Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, cuatro mujeres recordaron sus primeros pasos en la militancia durante los años 70, la resistencia en contexto de encierro y reivindicaron el valor de la solidaridad y la organización para enfrentar el espanto de aquellos años cuando coincidieron en los pabellones de Devoto.
Llevan con ellas el libro que publicaron en pandemia, Nosotras en libertad —de la editorial Caravana—, donde reúnen relatos, reflexiones, fotos y canciones de 200 mujeres militantes de distintas organizaciones que dan cuenta de las dificultades que supone “el afuera” tras recuperar la libertad.
“En aquel momento no sabíamos que éramos feministas, pero si se ponen a recorrer esa etapa muchas de las personas encarceladas y desaparecidas eran mujeres que salieron a la sociedad a militar“, reflexionó Catalina frente a un grupo de estudiantes universitarios, de bachillerato y vecinos de La Boca que se reunieron este martes a escucharlas.
El encuentro se realizó en la casa popular de Punto de Fuga ubicada en La Boca, espacio de militancia popular dentro del Frente Patria Grande que realiza talleres en cárceles, ofrece acompañamiento jurídico gratuito para personas que atraviesan un proceso penal y acompañamiento a sus familiares, entre otras actividades.
Catalina, o “Lina” como le dicen sus amigos, estuvo siete años detenida ilegalmente en los penales de San Luis, Mendoza, Devoto y Ezeiza. Militaba en el peronismo hasta que en septiembre de 1976 un grupo de tareas allanó su casa. Su hermana y sus padres también fueron secuestrados. Su compañero de aquel entonces es uno de los 30 mil desaparecidos.
En cambio, Silvia y Estela fueron detenidas en 1975 durante el gobierno de Isabel Perón. Sobre esos años recuerdan que al principio el régimen era “relativamente tranquilo” en Devoto. Podían convivir en los pabellones, permanecer acostadas antes de despertarse y la violencia cotidiana no era comparable con el régimen represivo que se instauró luego del golpe encabezado por Jorge Videla el 24 de marzo de 1976.
“Hasta que un día apareció un señor de verde, cambió el régimen y empezaron a aplicar un reglamento hecho para aniquilarnos como personas —explicó Silvia—. Nos empezaron a despertar a las 7 con un pitido, nos teníamos que parar y vestir al lado de la cama para el recuento. Las requisas se volvieron mucho más violentas, no prohibieron cantar, hacer gimnasia, trabajos manuales, mirar por la ventana y saludarnos entre nosotras. Todo estaba prohibido”.
Silvia tenía 19 años cuando ocurrió la masacre de Trelew. Hasta ese momento, la ciudad donde había crecido era un lugar donde “se suponía que no pasaba nada”. Pero el fusilamiento de 16 jóvenes, quienes habían estado presos en el penal de Rawson, hizo que se involucrara en la militancia política.
“A partir de ahí nunca me despegue. Quería hacer algo como le debe pasar a muchos de ustedes que están en este local cuando podrían estar haciendo cualquier otra cosa. Lo hacen porque tienen algo que lo sensibilizan frente a la realidad y a mí me pasó eso también. Si este encuentro hubiera pasado en aquella época, iríamos todos detenidos porque ya en el 75 venía la represión. No somos unas heroínas que estaban ahí con una ametralladora como nos quieren pintar. No hacíamos otra cosa que lo que hacen ustedes”, reflexionó Silvia mirando a su audiencia integrada mayoritariamente por jóvenes.
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Estela agregó que un día, cuando fueron a una escuela secundaria en el barrio de Lugano, uno de los estudiantes le preguntó en qué andaban. “Yo cuando caí era lo que se dice un perejil. Estudiaba Medicina en La Plata y lo pusieron preso a mi novio. En ese momento, si ya te habían marcado, corrías mucho riesgo que la Triple A o el CNU (Concentración Nacional Universitaria) te buscara”, repuso.
Estela se casó con su novio de aquel entonces y duraron “seis meses” antes de que los detuvieran en Comodoro Rivadavia tras encontrar sus documentos en un allanamiento a la casa de compañeros con quienes vivían. “Nos fueron a buscar y nos agarraron rápidamente. Yo recién empezaba la militancia y él era de la Juventud Trabajadora Peronista mientras estaba estudiando en la facultad”, recordó. En el cuento de su autoría, incluido en el libro, remarca con orgullo que tras su liberación los milicos no pudieron robarle sus sueños y finalmente logró recibirse de médica y ser madre de una niña.
En el penal de Devoto conoció a su amiga Silvia y a otras compañeras con las que sigue en contacto. Sus vivencias compartidas y las herramientas de solidaridad y comunidad que desarrollaron para resistir las hermanaron para siempre. Para ellas esto es algo diferencia a las expresas políticas: la resistencia organizada.
“La incertidumbre es a lo que apuntaban. Si no te podían matar hacían cosas para destruirte psicológicamente y aislarte de tu familia”, dijo Catalina y sentada a su lado, Silvia retrucó: “Pero no contaban con nuestra astucia”.
Fue esa astucia la que les permitió mantenerse firmes durante las requisas que cada vez se habían vuelto más violentas. Los militares les pedían que se saquen la ropa, pero el límite acordado era la bombacha. “Todas nos resistíamos y ninguna se bajaba la bombacha aunque fuéramos a la celda de castigo. Nos pusimos de acuerdo todas y resistimos. Cuando nos decían que no podíamos cantar, nos la rebuscábamos. Llegamos a tener un coro o un teatro en las duchas del fondo mientras alguna hacía de campana”, recordó Estela.
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La comida y la limpieza estaban a cargo de los contraventores, en su mayoría era mujeres trans o prostitutas, que también demostraron su solidaridad ya que gracias a ellas pudieron hacerse algunas denuncias sobre lo que ocurrió en esa época. También se ensañaban las unas a las otras y se realizaban pozos comunes que se dividían en partes iguales para contener a las compañeras que no tenían familiares que le trajeran dinero.
“Teníamos una lucha en común y eso es algo muy fuerte. Haber pasado por la misma situación es algo que nos hermanó de una manera muy grande. Teníamos en claro que el enemigo era el penal y que por más que discutiéramos teníamos que resistir juntas”, expresó Elba.
Elba, que también es vecina de La Boca, permaneció ocho años privada de su libertad. Es peronista y en noviembre de 1976, cuando “la agarraron”, era delegada sindical y trabajaba en villas de emergencia como trabajadora social. Hoy reconoce diferencias entre el contexto socio político actual que lo que vivía en aquella época.
“Son oleadas. Ahora estamos en la derecha absoluta por la sagacidad y capacidad que tiene el imperialismo para arbitrar todos los medios y lograr que los procesos democráticos se vayan frustrando. El poder limita las posibilidades de desarrollar los programas. Pero también hay que reconocer que se fue corrompiendo mucho. No es lo mismo nuestra militancia, que la hacíamos realmente por querer cambiar la sociedad, que la de mucha gente que en estos años se acercó a la política para hacer plata o para obtener un cargo”, apuntó.
Para Estela, de aquel entonces a ahora “el mundo ha cambiado muchísimo”. Los 70 eran “momentos de revoluciones, de movimientos de liberación” y se había logrado organizar una fuerza en toda Latinoamérica. Ahora “la derecha se reproduce en el mundo” y en nuestro país gobierna “un partido de que quiere ir 100 años para atrás”.
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“Lo triste es que hay muchos jóvenes que hoy apuestan a eso. Nuestra intención con venir acá y publicar este libro es contar nuestra experiencia porque existió. Aunque a alguno le de esperanza este cambio y la política haya sido muy desalentadora en estos cuarenta años, no es una salida la destrucción de lo que costó años y años de lucha", aseguró.
Catalina, además, señaló que a pesar de estas trasformaciones, el sistema carcelario y penitenciario desde la dictadura “no cambió mucho” y que es deuda de la democracia una reforma profunda del poder judicial en nuestro país.
Cuando se habilitó el espacio de intercambio y preguntas, muchas manos se levantaron para intervenir y no hubo tiempo para responderlas a todas. En el tramo final del encuentro, una de las participantes les pidió saber por qué es importante movilizar este domingo 24 de marzo en el marco de un retroceso y cuestionamiento a los movimientos de derechos humanos.
“Hay una intención de negar la historia. Si uno se olvida, corre el riesgo de repetir lo mismo —contestó Estela—. Si no hubiéramos contado lo que nos pasó, como pasaba en los primeros años que había mucho miedo en la sociedad, hoy se podría hacer lo mismo o peor. Ahora volvemos a discutir si fueron 30 mil que era algo que había sido elaborado por la sociedad y todo está en revisión: los derechos humanos, los laborales y los sociales. Por eso es importante la memoria para no volver para atrás”.
El libro "Nosotras en libertad" está disponible on line. Podés visitar la web haciendo click acá.