Les dicen planeras, pero son trabajadoras. En esta nota, cinco mujeres de la Rinconada Nahuelpan, una comunidad mapuche ubicada a 8 kilómetros de la localidad de El Bolsón, provincia de Río Negro, cuentan cómo sostienen la vida gracias a la organización social.
Fotos: Julieta Morales
Élida se ata el delantal atrás de la espalda y se calza el gorro de cocina a toda velocidad. Soledad imita sus movimientos y ajusta su rodete, mientras Paola pone la pava para tomar unos mates, que siempre vienen bien. Son las cuatro y media de la tarde y en dos horas la comida tiene que estar lista: cerca de 60 familias de la Rinconada Nahuelpan, una comunidad mapuche ubicada a 8 kilómetros de la localidad de El Bolsón, provincia de Río Negro, buscarán su vianda para la cena.
La cocina de la Escuela N° 348 donde funciona el comedor es, por esas horas, un corazón que late, lleno de vida.
“Amo cocinar. A pesar de a veces no tener los recursos suficientes, te arreglas, porque para las personas de acá hace falta”, cuenta Soledad sin perder el ritmo del trabajo. Tiene 20 años y hace tres que vive en la Rinconada junto a su pareja, nieto del lonko de la comunidad. En las mañanas se levanta, arregla a su nena de un año, limpia su casa y sale a trabajar con sus compañeras, una posibilidad que tuvo gracias al Salario Social Complementario, una de las líneas del programa Potenciar Trabajo. “No te piden tener el secundario completo, eso es lo bueno. Porque la mayoría de los trabajos te lo piden”. Ella está esperando a que su niña crezca para poder terminar el quinto año de secundaria.
Élida tiene 44 años y desde que trabaja en el comedor no sólo aprendió a cocinar en grandes cantidades, sino también, dice, a “convivir”. Y agrega: “La organización nos dio la gran posibilidad de recibir un sueldito y trabajar acá para la gente de acá”.
Nancy Quilaleo es la compañera del lonko, madre de cuatro hijos y una de las integrantes del grupo de cocina. Para ella, trabajar en el comedor fue muy significativo en su vida: “Fue un golazo porque nunca laburé, me junté a los 15 años y empecé a ser mamá hasta el día de hoy. Una está criada a que la mujer es de la casa, la mujer limpia y con la organización vas conociendo y viendo otras cosas que nunca te dijeron: que sos importante, que no solamente servís para lavar los platos”.
Paola, Élida, Soledad, María, Nancy. Todas ellas forman parte del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), la organización social fundada por Juan Grabois tras la crisis del 2001 con el objetivo de crear trabajo para contener desde la economía popular a las y los marginados del neoliberalismo.
En ese rincón de la Comarca Andina, ubicado en los bordes de la cascada Nahuelpan, el movimiento comenzó con un sólo grupo de trabajo comunitario que se dedicaban a tareas variadas. Después surgió el merendero y luego de la pandemia, el comedor. Actualmente cuentan con dos grupos de huerta comunitaria integrados por 30 personas y un grupo de cocina sostenido por 13 mujeres.
“Yo empecé cocinando hasta que se separó por ramas y ahí planteé implementar la rural acá”, relata Paola, quien actualmente coordina toda la rama rural de El Bolsón que incluye 16 grupos de trabajo en diferentes zonas rurales, como en Mallín Ahogado, El Manso o Cuesta del Ternero. Hay quienes se dedican a la fruta fina, hay crianceros, producción de tubérculos y hortalizas, entre otros cultivos.
A la Rinconada Nahuelpan se puede llegar en auto desde el centro de El Bolsón por una calle de ripio, pasando el camino de Los Nogales y zonas de chacras. La cascada cae imponente a pocos metros de la escuela que está rodeada del pasto verde y corto gracias a las ovejas. Pese a estar en agosto, los brotes de los cerezos ya están empezando a salir y parece una primavera adelantada.
Paola nació allí al igual que su madre y su abuela y todavía recuerda los tiempos en los que había que caminar kilómetros por el bosque para ir a la escuela, el piso de tierra de su casa, la cosecha de frambuesas como primer trabajo a sus 13 años, el señor que bajaba al pueblo una vez a la semana y se ocupaba de traer los mandados para todos los vecinos.
Aunque nunca pensó en meterse en política, en las últimas elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) militó a Grabois. Fue una de las que salió frenéticamente aquel viernes 23 de junio por la noche cuando se anunció la fórmula Massa-Rossi en Unión por la Patria, sorteando las distancias y la falta de internet de la zona rural en donde vive, a buscar avales para que el dirigente social pudiera postularse.
Pesa en su decisión de volcarse a militar la añoranza de las épocas de Néstor y Cristina, cuando, recuerda, podía “dormir tranquila”. “Ahora no quiero dormir porque no me alcanza la plata, me preocupa todo”, confiesa la mujer que trabaja de lunes a sábados en casas particulares, de niñera, haciendo “de todo”. Por eso también le pesa cuando la llaman “planera”.
De las 60 familias que habitan en la comunidad hay al menos un integrante de cada una de ellas trabajando gracias al Salario Social Complementario, una ayuda social que permite sostener un ingreso mínimo en épocas donde la cosecha, una de las principales actividades económicas del lugar, escasea. “Acá la mayoría eran recolectores de fruta fina, juntábamos los maquis, las mosquetas, las murras, los hongos, ese fue siempre el trabajo fuerte de la Rinconada”, describe Paola.
Otra de las fuentes laborales en la comunidad fue, durante mucho tiempo, la estancia Lago Escondido del magnate inglés Joe Lewis. En la mansión donde se habrían dado cita, según relevó el diario Página 12, jueces federales, fiscales, el ex ministro de Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, ex agentes de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y directivos del Grupo Clarín, Paola trabajó de mucama. Fue hace 20 años y puede dar fé de que ya por esos tiempos y por esos pasillos pasaba Mauricio Macri. Todavía recuerda el desprecio con que el ex presidente se dirigía hacia ella. “La pasé muy mal”, dice.
Tras renunciar por los malos tratos que recibía, a la estancia no volvió sino hasta dos décadas después junto a sus compañeros y compañeras del MTE, con el acampe a orillas del Lago Escondido que encabezó Juan Grabois en diciembre pasado.
Desde que la organización llegó a la Rinconada, unos ocho años atrás, la comunidad comenzó a fortalecer lazos que parecían perdidos. “Había vecinos que antes ni se conocían”, cuenta Paola.
“Yo sufrí violencia de género y me ayudaron a salir de ahí. Siento que una parte de mí cambió y estoy haciendo cosas que nunca había pensado que iba a hacer en mi vida”, expresa María Nahuelpan. Ella es una de las que maneja el tractor que consiguieron juntas un grupo de 15 mujeres de la Rinconada a través del programa “En nuestras manos”.
Paola festeja: es la primera vez que un grupo de mujeres encara un proyecto así. Cuando surgió la idea, cuenta que se debatían entre diferentes opciones y ella se plantó en una posición que les abriría nuevas posibilidades, antes impensadas.
–Tenemos tierra, ¿qué pedimos? –, preguntó.
–¿Carretillas?
–No. Un tractor e implementos para trabajar.
La máquina 0 kilómetros llegó hace sólo unos meses y ya está lista para usar. María la monta y comienza a arar la tierra para dejarla a punto de cara a la temporada de siembra. Allí plantarán las papas, el zapallo y otras verduras que abastecerán de alimento a la comunidad. Al mismo tiempo les llegan pedidos de otras chacras, que les encargan el trabajo de arado. Eso la motiva. De no saber manejar ningún vehículo, ahora se sube a un tractor. “Esas herramientas eran siempre para los hombres y ahora las usamos nosotras”, reivindican.