Mónica Zwaig, abogada de Derechos Humanos, escritora y actriz francesa, habló con Feminacida sobre su segunda novela escrita en español. Ambientada en Buenos Aires, antes y durante el mundial de fútbol 2022, la novela trata sobre una francesa que se anota a un curso de italiano en el CUI.
Es noviembre de 2022. Una mujer recorre una Buenos Aires fantasmal donde las personas se estresan y no pueden hacer sus obligaciones, como asistir a un curso de italiano, por un mundial de fútbol. No ve a su novio hace semanas, supuestamente está en la casa de un amigo para ver los partidos y la evita porque es francesa, es “mufa”. Luego de deambular el largo y ancho de una ciudad que quiere apropiarse, la mujer hace fila en un supermercado y se larga a llorar de felicidad cuando escucha a un grupo de varones cantar “Muchachos”, el mítico himno moderno que compuso La Mosca en honor a la selección de Lionel Scaloni.
Esta escena podría corresponder a una escena de una película de Martin Rejtman, pero no. Es uno de los capítulos de La interlengua, la última novela de la escritora francesa Mónica Zwaig publicada por Blatt & Ríos. “El mundial del año pasado me sirvió porque pude usar ese momento, que es muy fuerte culturalmente, para encontrar un presente en la novela y laburar temas como la identidad”, recuerda Zwaig y añade que pasó el mundial mucho mejor que la protagonista de la novela.
En 166 páginas, 10 capítulos y 8 clases de italiano en el CUI, La interlengua explora el vínculo entre Amanda, una francesa que reside hace 10 años en Buenos Aires y la lengua, o mejor dicho, las lenguas: el español, el italiano y el francés. “Enamorarse de otro idioma es desde el inicio una relación tóxica. El otro idioma te deja acariciarlo, tocarlo, darle un besito incluso, pero está del otro lado de la vidriera siempre”, confiesa la protagonista en uno de los capítulos.
Pero en La interlengua (concepto que refiere al primer estadio del habla humana cuando es dificultoso nombrar las cosas y los sentimientos) también hay otras lenguas por fuera de las romances: la materna, que la protagonista identifica con escenas de su madre argentina llamándola “boluda” o la vincular, aquella que tiene palabras como “chongo” para denominar a un hombre con el que solo se tiene sexo, pero también para mencionar un novio que ayuda a pagar el alquiler.
“Pensé en la interlengua enseguida como título. Me gusta porque detrás de la palabra y del concepto se puede también leer entre lengua, lengua interna, y creo que la novela aborda todo eso también", dice la novelista.
Además de la nacionalidad francesa, Amanda comparte otros rasgos de la biografía de la escritora: ambas son hijas de argentinxs que se exiliaron a Francia debido a la última dictadura militar, son académicas y viven indefinidamente en Buenos Aires desde hace un tiempo. La novela, que nació en el taller del escritor Santiago Llach, le permitió a Zwaig trabajar su relación con las lenguas.
“No podría abordar los temas que me interesan desde lo testimonial porque me aburro de mí -confiesa la autora- En cambio la ficción me divierte, me libera de mí, me permite ir mucho más lejos de lo que podría hacer si estuviera atrapada en contar una verdad”.
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Por otro lado, el humor, el absurdo y los remates ocupan un lugar importante en la construcción de los personajes y las situaciones en las que se mete Amanda. Así hay un compañero de clase llamado Calzone Verdes o un episodio donde la narradora va a un telo con su novio y le pide que descuelgue la pintura de una orca porque “le tiene fobia a las ballenas”. Para la autora, el humor es producto de la misma desubicación de la propia protagonista con el español. “El humor me genera muchas preguntas. No sé por qué a veces funciona, a veces no. Hay que buscarle los límites, es un equilibrio fino, es cultural o no es cultural”, sostiene.
En definitiva, La interlengua es una novela divertida e ingeniosa porque reflexiona sobre la intrínseca relación entre la identidad y las lenguas. Lo que la vuelve tan cautivante, además, es que es una radiografía del “ser porteño” hecha a partir de los ojos de una extranjera. Esa curiosidad también se traslada a que fue escrita en español y no en francés. “Escribir me resulta una actividad riesgosa, pero en otra lengua es un ejercicio de humildad total -reflexiona la escritora- Es trabajar con una gran limitación desde el principio y escribir desde ahí. Es aceptar la limitación. ¿Se dice limitación?”