Michelle Vargas Lobo es una militante travesti que integra la cooperativa de cuidados “Juntas y Unidas”, de Rosario. El pasado 1 de julio participó de la ExpoCoop en la localidad de El Hoyo, Chubut. En esta nota repasa su historia, el rol del cooperativismo en la agenda de los derechos laborales para las personas trans y hace una reivindicación de la política: cómo la militancia se volvió su proyecto de vida.
“Preguntame lo que quieras”, soltó la Miya acomodando sus caderas en el banquito de madera dispuesta a enfrentar cualquier pregunta, así como enfrentó a la vida. Estamos en una de las aulas de la escuela 81 en la localidad de El Hoyo, provincia de Chubut, en el último día de la ExpoCoop, un evento que reunió a más de 40 cooperativas de todo el país y al que la Miya asistió en representación de la cooperativa travesti-trans de cuidados “Juntas y Unidas”.
Hace frío, pero ella al frío lo conoce. Michelle Vargas Lobo nació el 1 de agosto de 1981 en Comodoro Rivadavia y se crió en Río Gallegos, Santa Cruz.
Nunca sintió como suyo ese lugar de varón donde querían encasillarla y al llegar a la preadolescencia, con 11 años, una pregunta comenzó a dar vueltas y vueltas sobre su cabeza: ¿Dónde encajo? “En ese momento no había ESI, no se hablaba, estaba todo muy tabú. Me acuerdo que la vi a Cris Miró y dije: es por ahí lo que siento”, recuerda.
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La “Miya Varga”. Esa marca registrada que lleva con tanto orgullo, como el de su identidad travesti, es el fruto de toda su existencia. La calle, la esquina, las hermanas travestis, los viajes, las drogas, el alcohol, el padre que la echó de su casa con 14 años, la niña que soñó con ser bióloga marina, la militante, la cooperativista. “Amo ser travesti. Mucho tiempo tuve vergüenza, pero hoy las veo a mis compañeras y reivindico esto. Me da mucho orgullo”, dice.
La bautizaron así en Rosario, el lugar que hoy elige para vivir, donde construyó a su familia y conoció la militancia que le salvó la vida. “Pensé que iba a ser un destino como tantos otros y no, desde que llegué sentí que hubo una conexión entre Rosario y yo”, cuenta.
Rosario fue cuna de importantes políticas públicas en materia de derechos, como el cupo laboral trans: fue la primera ciudad del país en adoptar la medida en 2017. Ese año se presentaron 62 aspirantes y en 2022 alcanzaron las 232 inscripciones.
Este tipo de políticas vienen a dar respuesta a una de las principales problemáticas que afectan a la población travesti trans: la precariedad laboral. Michelle se va por un instante a esa etapa, la de su primer trabajo. “Tenía 14 años la primera vez que trabajé sexualmente”, cuenta y agrega: “Yo no lo vivo como un pesar el trabajo sexual, estoy muy agradecida porque fue la única posibilidad de subsistencia que tuve. Me encantaría que tenga un marco legal y que una pueda aportar, facturar”.
El último informe de Fundación Huésped sobre la situación de las personas trans en Argentina señala que la proporción de quienes trabajan en el sistema formal “es baja” y, como consecuencia, “sólo 1 de cada 10 hombres y mujeres trans tiene aportes jubilatorios”. El estudio añade que “el trabajo sexual continúa siendo la salida laboral más frecuente por parte de las mujeres trans”.
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Sin embargo, desde la sanción en 2021 de la Ley “Diana Sacayán-Lohana Berkins” que busca promover el acceso al empleo formar para Travestis, Transexuales y Transgénero, la situación tuvo una mejora. En 2022 se registraron 574 personas del colectivo que trabajan en el Poder Ejecutivo Nacional, lo que representó un incremento del 468,32% respecto de los datos previos al Decreto 721/2020. “Hoy tenemos compañeras trans científicas, médicas, escritoras, cantantes. Este abanico se empezó a abrir”, reconoce Michelle.
En 2017 fundó en Rosario, junto a otras compañeras, la cooperativa trans de cuidados “Juntas y Unidas”. Lo que comenzó siendo una iniciativa para trabajar el consumo problemático terminó por convertirse en un proyecto de vida, en la muestra de que cambiar el rumbo que la sociedad les había marcado, era posible.
“Empezamos las capacitaciones sobre cuidados, a ver la parte administrativa, contable, legal, todo lo que conlleva hacer una cooperativa”, rememora. “Y a la vez empezar a prepararnos para enfrentar el sistema laboral que nos ha dejado por fuera durante toda nuestra vida”.
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Los cuidados
La Miya es una cuidadora innata. Aprendió de experiencias no académicas y el instinto de supervivencia fue su mayor maestra: no estar solas en la esquina, un grito que podía cruzar de una calle a otra para alertar un posible peligro, saber el auto que te lleva.
Pero también tuvo otra mentora, Claudia. Enfermera y docente del módulo de cuidados de adultos mayores, la primera capacitación que tuvo Michelle. A fin de año, un diagnóstico de cáncer avanzado deterioró rápidamente su salud y tomó la decisión que fueran sus alumnas travestis, las que más tarde conformarían la cooperativa, quienes se ocuparan de su cuidado en sus últimos días. “Fue un acto de amor hacia nosotras dejar que la cuidemos”, repara Michelle.
Con la cooperativa inventaron nuevas maneras no sólo de trabajo, sino también de practicar la ternura política, porque saben que en la población travesti el concepto de ancianidad se acorta. Mientras el promedio de vida para una persona cis heterosexual ronda los 77 años, en el colectivo es sólo de 37. “A los 20 podés tener a una persona que etariamente se define en un rango de adulto mayor porque a los 40 y pico se muere”, explica Morena, otra integrante de la cooperativa.
La muerte ronda cerca, coquetea, cuando sos cuidadora y más todavía si sos travesti. “El otro día estuve con Yani, una compañera, que estuvo cuidando a una señora durante tres años, Margarita. Y ella falleció. Yani quedó muy mal, no somos robots”, cuenta Michelle. Y se pregunta: “¿Cómo cuidamos a Yanina? ¿Quién la cuida a ella ahora?”
“El mundo traza a la muerte y a la vida como antagónicas y en el caso de las travas la muerte es parte de la vida”, dice Morena. “No hay una vida asegurada porque siempre estamos hablando de la cuidadora hacia la persona que es cuidada. Pero la trava es un blanco social. Tal vez Yanina vaya a cuidar a la abuela y la maten en el camino”.
"La militancia me salvó"
Michelle Vargas Lobo comenzó a militar en el año 2010 en el Centro Cultural la Toma, de Rosario, a donde fue invitada por una amiga para organizar la marcha del orgullo en la que más tarde conocería a Lohana Berkins y Diana Sacayán.
“Nunca pensé que podría encajar en la política, para mí mi lugar era otro en el mundo: la calle, la esquina, ser el tacho de basura de la sociedad”, dice y confiesa: “acercarme a la militancia me salvó”. Pudo dejar el consumo problemático, terminar la secundaria y comenzar a estudiar enfermería, profesión en la que está a punto de recibirse.
Actualmente forma parte de la cooperativa trans de cuidados Juntas y Unidas, se reconoce como kirchnerista, peronista y cristinista, y sabe que hay otra vida posible para ella y para sus hermanas travestis: “Reivindico mi identidad travesti, con todo lo bueno y todo lo malo, cuando hablo de lo malo hablo de lo que nos pasó, como que me echaran de mi casa. Y a todo eso lo convertí en cosas buenas. Todo eso me constituye como travesti”.