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Massa, ¿por qué?

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¿Para qué mentirles? La candidatura de Wado de Pedro ilusionaba y una posible justicia poética que le diera la conducción del país a un hijo de desaparecidos después de 40 años de vuelta a la democracia, también. Pero no solo por toda la magia histórica que esa idea conlleva, sino también porque era una respuesta muy concreta a una avanzada de la derecha y de los modelos que atormentan a los derechos conquistados en el país y en el mundo. 

Ante el panorama que se concretó el viernes después del anuncio de la fórmula del peronismo —alias Unión por la Patria— con Sergio Massa y Agustín Rossi encabezando la lista, la única conclusión que nos queda disponible es la seguridad de que el neoliberalismo más voraz sigue vivito y coleando y que, ante tal situación, el partido político más importante del país tomó la decisión clara de salir a jugar ese juego para no perder, como sucedió en 2015, todas las conquistas sobre las que se han avanzado. Este lunes en el acto por la recuperación de un avión de los “vuelos de la muerte”, Cristina Fernández de Kirchner dijo que hay que tener compresión de texto, pero también de contexto. En eso estamos.

Wado de Pedro era, sin lugar a dudas y según palabras de la actual vicepresidenta, la cabeza de fórmula que iría a las PASO y una conducción que al ala más dura del kirchnerismo y a los transfeminismos peronistas nos convencía mucho más. La gran incógnita que jamás será revelada es si era una estrategia ganadora. Quienes saben dicen que no y que por eso Wado no incomodaba tanto a los de derecha, como sí lo hace Massa; un candidato que, como ya sabemos, se codea con el establishment del país y le resulta agradable al Fondo Monetario Internacional (dato no menor, teniendo en cuenta las complejidades que afrontamos con respecto a la deuda en los próximos cuatro años). 

Una figura que supo construir su potencia 

“El peor de los nuestros para evitar al mejor de ellos”, señala el periodista Yair Cybel en una nota publicada el Grito del Sur que invita a repensar la estrategia que hace que hoy Massa sea nuestro ancho de espadas para salir a ganar. Una figura que luego de militar en la Unión de Centro Democrático (Ucede), de Álvaro Alsogaray, y posteriormente en el PJ, sentó sus bases en la crisis del 2001 y en 2002 asumió la conducción de la Anses durante la breve presidencia de Eduardo Duhalde. Pero Sergio es peronista, dice su padre cuando le preguntan por ese pasado que él adjudica a su búsqueda política. En 2003 mantuvo su lugar y se acopló a las figuras, sueños y promesas de Néstor y Cristina. Hasta que luego de recorrer varios lugares claves de la política —entre ellas la intendencia de Tigre— rompió en 2012 con el movimiento y armó su propia estructura política en el país a base del descontento que había con, en ese momento, oficialismo. Así surgió en 2013 el Frente Renovador.

Quienes lo frecuentan y se codean con él entienden que Massa es un bicho de la política, como se suele decir, un tipo que sabe entender los tiempos y que a su vez supo colarse entre las figuras del Frente de Todos como el tercer nombre más importante de una coalición que trastabilló en los últimos años de gobierno. Tal es su importancia que, luego de la fallida actuación de Martín Guzmán, agarró el timón y se subió a conducir como un “superministro” el Ministerio de Economía, Producción y Agricultura. 

Massa llega a esta elección con una espalda distinta a la del 2015, donde como candidato a presidente por el Frente Renovador sacó el 21 por ciento de los votos y se acomodaba como la tercera fuerza con más votos. Una potencia que le sirvió en 2019 y que hoy lo ubica como una pieza clave entre el Albertismo y el sector K. 

¿El peor de los nuestros es mejor que uno de ellos?

Es una pregunta que, con razón, desde el viernes retumba en el aire. ¿Por qué el peor de los nuestros? El accionar de Massa tiene más olor a patriada que a convicción. Desde las militancias más duras del Kirchnerismo no se olvidan cuestiones como sus declaraciones contra la dirigente de la Tupac Amaru, Milagro Sala, como lo advirtió la periodista Cynthia García este lunes en el programa Duro de Domar. Es por eso que Sergio Tomás no enamora, no ilusiona, no convence. Pero algo hay que reconocerle y es que pone la mejilla cuando la batalla electoral se pone dura y se inclina hacia la derecha. Massa, creen algunos, es el candidato más de derecha que se podía poner. Aunque también está la lectura de que es el único que tiene chances, más de las que muchos vaticinaban como posibles para el peronismo en esta elección.

Eso sólo garantiza la posibilidad de ganar, pero sabemos, abre la puerta a que el sueño de la redistribución de la riqueza siga siendo una zanahoria colgada por delante de la cabeza para quienes pensamos en otros futuros posibles y en quienes creemos en aquella frase que dice: “La patria es el otro”. Hay tres puntos que definirán la política del próximo gobierno: el vínculo con el poder judicial, la política distributiva y las condiciones que el Fondo Monetario Internacional impondrá. Y es ahí donde Massa tendrá el poder para convencernos de que él realmente sigue siendo peronista. 

“Son lo mismo”, dirán aquellos que piensan en la política desde los lugares más simplistas y cómodos. Pero así como supimos que atravesar una pandemia conducida por un gobierno peronista no era lo mismo que comandada por un gobierno macrista —de cara a lo que vimos que sucedió en países como Estados Unidos o Brasil y aún con todos los errores que cometió Alberto—, hoy sabemos que no da lo mismo ganar o perder en noviembre. Lo que está en juego es mucho más que la idea de una conducción que nos haga felices. Lo que se pone en cuestión es más que dos modelos; está en riesgo la democracia. Y no solo la que vivenciamos en términos electorales, están en peligro los derechos, las libertades, las garantías, la educación, la salud. Y para defender esos bastiones, por mucho que les pese a algunos, hay que saber jugar. Y de eso el peronismo puede dar cátedra. 

Parece que fue hace mucho tiempo, pero solo pasaron cuatro años del gobierno de Mauricio Macri. Basta con recordar lo devastado que quedó el Estado, la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores, la deuda externa que nos dejó, el retroceso en materia de derechos y el desfinanciamiento al Instituto Nacional de las Mujeres (INAM), que encabezaba Fabiana Tuñez, para entender que Massa no es el mejor de los nuestros, pero es mucho mejor que cualquiera de ellos. 

Las piezas que son clave

Luego de conocer la fórmula, algunos creyeron apresuradamente que Cristina salió perdiendo. Parecía que las banderas que supimos construir desde el 2003 al 2015 habían quedado en una postal guardada en la caja de los buenos recuerdos.  Pero no es lo mismo ir a jugar una final con un buen arquero y defensa detrás, que sin ellos. Y hace no mucho lo vimos en la plaza el 25 de mayo: los zagueros de Massa son Wado, Axel y Máximo, tres jinetes que ocupan en la lista lugares claves, por si se gana, por si se pierde, pero también por si nuevamente la coalición se vuelve a resquebrajar. Al parecer, con el sabor amargo que le dejó el gobierno de Alberto, Cristina movió sus fichas y, sin un lugar propio en las listas por los impedimentos legales que le impuso la “Justicia”, puso a los que forman su primera línea de confianza en posiciones estratégicas. 

En un segundo plano quedó la figura del militante popular y conductor de Patria Grande, Juan Grabois, que cumpliendo con la promesa de ir a una interna si Massa iba primero en la fórmula, viene a ponerle un poco de condimentos a las PASO y a alivianar a aquellos que con Massa no quieren tener nada que ver, pero que aún así no van a votar a la izquierda por lo que políticamente está en riesgo. Grabois contiene.

La falta de paridad y diversidad encabezando las listas alarma. Nuevamente estamos ante un voto que se disputa entre varones. Lo sabemos, esta es una elección que se juega desde el córner derecho de la cancha, pero a la izquierda –que pareciera ya no ser la tercera fuerza– la necesitamos en el Congreso ocupando bancas. 

El famoso “feminismo te he fallado”

Si hay algo que históricamente los transfeminismos supimos hacer es construir trincheras para pelear las batallas de forma oportuna. Y al parecer, aún con un gobierno peronista, esta no será la excepción. Por mucho que nos desilusione, compañeras, no son tiempos de replegarse y lamentarse por lo que alguna vez supimos ser. Es hora de tener perspectiva y entender que la política no está hecha para votar siempre en las condiciones ideales. Del otro lado están dirigentes como Gerardo Morales, que acaba de reprimir al pueblo jujeño que lucha contra la explotación del litio y la precarización de los docentes; Horacio Rodríguez Larreta, que hace pocas semanas puso a la antiderechos Cynthia Hotton como nueva funcionaria del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en un contundente guiño al sector evangelista; y Patricia Bullrich, autora de la frase: “El que quiere andar armado que ande armado”, y una cantidad infinita de atrocidades.



“El orden está en los cementerios. La política también es conducir el desorden, y tratar de ordenar de la mejor manera posible para convertir a la política en un instrumento de transformación y cambio”, responde Cristina en el primer acto de campaña en el que se la ve junto a Massa y frente a un auditorio que la escucha, como siempre, expectante. Del otro lado, compañeres, está la derecha más recalcitrante de nuestro país que, sin dudas, se va a llevar puestos nuestros derechos. 

¿Será Malena Galmarini, como aliada del feminismo, una pieza clave para el movimiento en esta posible conducción de Sergio Massa? Puede ser. Lo cierto es que hoy la responsabilidad de hacernos creer que sus políticas también van a considerar a las/les/los de abajo la tiene él. Pero no hay que perder de vista que sin Cristina y sus votantes la estructura política del peronismo tambalea y que quienes rodeen al candidato van a ser fundamentales para sostener lo conquistado. No se vota solo una figura, se vota una lista completa y la posibilidad de seguir disputando políticas públicas impulsadas por los transfeminismos.


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