La politóloga feminista María Florencia Freijo criticó la semana pasada a través de Twitter a Tomás Rebord y a su producto “El método”, un ciclo de conversaciones entre el abogado peronista y personalidades destacadas del ámbito de la política y la cultura. El primer tuit fue publicado luego de que se diera a conocer la entrevista al presidente de la Nación, Alberto Fernández: “Es el ejemplo más claro de cómo se sobrestima a los tipos por el hecho de construirse una narrativa de flaco inteligente, del ámbito “popular” y voz gruesa. Lo inflado que está dios mío, no entiendo cómo no se avivaron que es un pelotudo bárbaro. Ustedes sabrán…”.
Pero la discusión pública se desató principalmente con el segundo tuit, que luego fue borrado por su autora: “Necesito que el ámbito joven del peronismo revea posta a los ídolos del entretenimiento que construyen, porque siempre son el mismo perfil de chabón soberbio con denuncias por abuso contenidas que en cualquier momento saltan. Qué bueno estar acostumbrada a que me puteen”.
Preservar los textuales se vuelve fundamental cuando, precisamente, a partir de estas declaraciones se desataron un mar de interpretaciones posibles. Y también de amenazas. Freijo no solo recibió críticas —algunas muy fundadas y otras no tanto—, sino también una serie de mensajes extremadamente violentos hacia ella. Si bien ayer la politóloga, a vistas de los sucedido, le pidió disculpas públicas a Rebord, lo que dejó este suceso trasciende a los protagonistas.
¿Qué fenómenos de época puso de manifiesto este intercambio? ¿Vale decir todo en nombre del feminismo? ¿El escarmiento sobre una mujer que incurre en un error es mayor que el que reciben los comunicadores varones? ¿Es posible pensar lo ocurrido trascendiendo los nombres?
En primer lugar, hay un consenso extendido, y compartido por este medio, sobre los riesgos de acusar a alguien de un delito semejante como un abuso sin ningún tipo de pruebas. No es un fenómeno casual ni aislado. En las redes sociales hace tiempo viene prevaleciendo una lógica de “escrache” o juzgamiento que, lejos de erradicar violencias, muchas veces contribuye a reproducirlas. Incluso hasta se pueden llegar a banalizar los casos donde hubo abusos comprobados. Básicamente, si “todo es abuso”, nada lo es.
Si bien Freijo negó haber acusado a Rebord directamente de haber ejercido un abuso, desprendió ese estereotipo de “ídolos abusadores” de su argumentación previa, en donde cuestionaba explícitamente al comunicador y a la enarbolación de su programa. Quien vive de la comunicación sabe los posibles efectos de sentido que puede tener una declaración de ese estilo. Tal vez por eso finalmente pidió disculpas ayer.
El hecho de que hayan sido varias las referentes feministas que le marcaron off side da cuenta de un temor (o varios): la mirada feminista no puede convertirse en un señalamiento a las individualidades basado en estereotipos lineales. Tampoco tiene por qué volverse una eliminación de los ídolos, aunque sea válida su propuesta de problematizar cómo se construyen. Más que un decálogo prescriptivo, lo mejor que nos habilitaron los feminismos son preguntas y herramientas para atravesar los conflictos de nuestro tiempo. Y ese desafío trasciende los egos y los nombres propios.
Si no se pueden dar estos debates en términos políticos porque la autora de una frase es mujer y feminista, y cualquier disenso va a ser acusado de machista o misógino, estamos ante un problema grande: los riesgos de la victimización como posición enunciativa. Esto no quiere decir que Freijo no haya recibido comentarios machistas, violentos y misóginos. Pero esos hechos no pueden desactivar discusiones trascendentales para el colectivo de mujeres y disidencias sobre cuáles son los límites de la cancha y de lo decible.
Más que “dañarnos como movimiento”, el debate generado da cuenta de sus múltiples vertientes. El feminismo, como ya nos cansamos de repetir, no es una expresión homogénea y mucho menos construida en base a referencias individuales, a pesar del deseo de muches. La diversidad de posturas, opiniones y banderas es concreta y en esto se basa la transversalidad que supimos construir. Aún así no es tarea de un varón marcarle al feminismo qué le hace bien y qué no. Además, como pudimos ver estos días, la persona que emite los dichos es finalmente una de las que más se ve afectada y no así “el feminismo” como un ente abstracto.
Ahora bien, el hostigamiento virtual y la persecución a Freijo con ensañamiento quebró la posibilidad de seguir conversando. Acá es importante parar la pelota. ¿Qué sucede cuando personalidades reconocidas rivalizan en las redes sociales y esas peleas se vuelven caldo de cultivo para un odio que se termina expresando en la vida real? Si un magnicidio no nos hizo tomar dimensión del problema que enfrentamos en este punto, ¿hasta dónde hace falta llegar para prestar un poco más de atención a este fenómeno? ¿Pueden los protagonistas ser parte de la solución? ¿O simplemente se soluciona acusando a la “locura inmanejable de las redes” como único responsable?
La violencia de género digital existe y es una problemática que hay que abordar. Una de cada tres mujeres la sufrió en Argentina según Amnistía Internacional. Se trata de una violencia que afecta la dignidad digital de las mujeres, “en tanto lesiona alguno o varios de sus bienes y/o derechos digitales, en particular, la reputación, la libertad, la existencia, el domicilio, la privacidad, la inclusión digital o cualquier otro aspecto de su acceso y desenvolvimiento en el ámbito virtual”. Y según una encuesta realizada a 3 mil personas por la compañía BTR Consulting, un 60 por ciento de mujeres y niñas han sufrido abusos de este tipo.
Tomás Rebord escribió en su cuenta de Twitter: “Compatriotas y enemigos, recibo una cantidad sin precedentes de mensajes pidiendo que ‘llame a la calma’, como si hubiera comandado a la locura o como si tuviera algún tipo de control sobre el delirio colectivo que se produce en redes sociales”. Coincidimos en que quienes producimos contenido no tenemos la obligación de “educar” a nuestras audiencias. No solamente esta es una forma de subestimar a quienes nos leen, sino también de considerar que la voz de un formador de opinión puede tener un efecto lineal sobre miles de personas. Pero esto no niega que el referente, en este caso Rebord, pueda hablar y desalentar las conductas violentas de sus seguidores.
Esta discusión también abre la puerta a hablar sobre la diferencia entre lo que la periodista y abogada, Julia Mengolini, describió como la formación de comunidades y de fandoms. “Atrás de una comunidad hay ideas, atrás de los fandoms solamente hay una persona a la que defienden”, dijo en una entrevista con el programa 1990 de Futurock, el medio que conduce. ¿Podemos igualar a un colectivo que respalda ciertas opiniones o perspectivas políticas presentes en un proyecto comunicacional que al fanatismo por un individuo? ¿Qué reacciones devienen de estas construcciones diferenciadas?
Como sostiene la doctora en Ciencias Sociales, Natalia Romé, algunos dispositivos empobrecen los ámbitos de conversación y la forma de circulación de la palabra: “Estamos modulados por redes absolutamente narcisistas”. El desafío es reconstruir un tejido que permita discutir ideas de forma colectiva a través de la crítica fundada, más allá de los personalismos y de las grandes consignas.