Dos amigas. Dos nacimientos. Y un trabajo de parto que las une y sana. En Malparida se representa la historia de una amistad que hermana y completa el ciclo de la vida frente a un parto que fue violento y uno que buscará ser mejor. La obra, que fue estrenada el pasado 3 de julio en Belisario Club y que anteriormente había estado en cartelera en Barcelona, constituye una acción política de la memoria al narrar la experiencia de parir como un evento social e histórico, formativo de la maternidad y de los vínculos primarios. Está escrita por Laura Verazzi y, en esta oportunidad, la dirige Carolina Perrotta.
En Malparida, algo toma relevancia cuando lo que hay que contar duele. Como dicen las especialistas de Almatriz, a las personas que deciden gestar les robaron el parto: “Unas cuantas décadas de medicina hegemónica, clasista y capitalista bastaron para desplazarnos del centro de la escena del parto, y quitarnos el protagonismo. Lo que lograron fue patologizar e instrumentalizar los procesos más fisiológicos y humanos de la vida: nacer y parir”.
Malparida pone en evidencia lo naturalizado que tenemos en nuestra sociedad las prácticas violentas al parir y nacer, constituyéndose la violencia gineco obstétrica como una violencia de género de las más invisibilizadas. Pero también nos invita a pensar en la amistad como un refugio que, al mismo tiempo, puede convertirse en una fuerza transformadora, porque hay otra forma posible de parir. Quizás, como muchas veces se dice, si lográramos garantizar partos amorosos y respetuosos, habría mejores condiciones para la vida.
Blanca es la mejor amiga de Isa, pero no se ven desde hace meses, más precisamente desde que Isa se convirtió en mamá. Su pequeño, Gaby, ahora tiene varios meses, pero desde que él nació ya no pudo ser amiga, ni pareja, ni siquiera madre. No pudo conectar con su hijo, tampoco con sus emociones: su parto fue un evento traumático atravesado por situaciones de violencia ginecobstétrica, pero ella todavía no lo sabe. Tampoco su pareja, Amador, quién se siente solo cuidando del niño y trata todo el tiempo de convencer a Isa de que puede - y tiene- que ser una mejor mamá.
Cuando Blanca llega a visitarla embarazada de casi siete meses, todo se resignifica. “Lo que más miedo me da es el parto”, le dice a su amiga Isa, a quien vuelve loca con preguntas y de quien espera palabras tranquilizadoras por haber pasado ya por la experiencia de parir. No solo esto no sucede, sino que va a ser Blanca quien tome de la mano a su amiga y la ayude a recordar cómo fue su parto y a repensar su relación con su hijo y su pareja.
Esta obra habla de partos. A lo largo de las múltiples escenas que se suceden con velocidad cinematográfica, pero que impactan con la intensidad corporal del teatro, se habla de parir. De cómo paríamos, de cómo nos dijeron que teníamos que parir, de cómo parimos. Del miedo a parir, de cómo se construyen y condicionan estas emociones a lo largo de la historia. Como dice Adrianne Rich en “Nacemos de mujer“ (1976), los partos se han educado socialmente para que de ellos esperemos sufrimiento y además están recubiertos de un misterio que provoca miedo.
Escena tras escena las amigas se reencuentran acompañándose en la preparación del parto de Blanca, experiencia que va nutriendo el propio proceso de Isa. De a poco, va pudiendo recordar cómo fue su parto y todas las intervenciones que sufrió. Esto explica las dificultades que viene sintiendo en su experiencia con la maternidad. La búsqueda de Blanca va más allá del horizonte de posibilidades de Isa.
Blanca consulta a una partera, se informa sobre el proceso fisiológico, conoce sus derechos y decide organizar un parto en su casa. Su embarazo es fruto de una inseminación artificial con un donante de esperma y piensa en su amiga Isa como la mejor compañera para que esté el día del parto con ella. Pero Isa no quiere, siente que no va a poder, tiene prejuicios y, al mismo tiempo, parece que su propia historia se lo impide.
La obra cierra con una escena que conmueve. Los tres actores que además de ser Isa, Blanca y Amador también son la iglesia, el médico, el obstetra, el político, el funcionario- y la lista sigue- logran con una escenografía austera y una gran iluminación, construir una escena de parto con mucho realismo e impacto emocional. En un aplauso profundo, los espectadores cierran el evento, algunos emocionados, otros interpelados y muchos llorando.