Un cuarto propio para escribir era lo que, en 1929, Virginia Woolf reclamaba como símbolo del empoderamiento feminista. En este ensayo la escritora británica daba a entender que el espacio personal y la autonomía económica eran la clave para que las mujeres pudieran pensarse como sujetas políticas. Casi un siglo después, para algunas esa habitación quedó chica y la necesidad de compartir lecturas e ideas las llevó a abrir un local a la calle. Rodeadas de repisas, estantes y bibliotecas, Delfina, Valentina y Cecilia son tres libreras feministas que pasaron de la habitación propia al anaquel.
A Delfina la apodan “Pez” y entre libros se mueve como si estuviera en el agua. Junto con su socia, Catalina, son las fundadoras de Librería Mercurio, un espacio meticulosamente decorado que tuvo lugar por dos años en la Avenida Díaz Vélez 4193 y ahora planea su relanzamiento en una casa de seis ambientes en Chacarita. A la venta de libros Mercurio le suma la constante organización de eventos literarios dentro y fuera del local: desde veladas literarias hasta talleres a la gorra y encuentros en una quinta con pileta.
“Yo vengo de trabajar en grandes cadenas de libros y cuando abrimos Mercurio queríamos lograr justo lo contrario. La idea era sacarle a la librería esa noción abrumadora de que nunca vas a llegar a leer todo lo que hay y cambiarla por una selección acotada, una curaduría amena. Si bien no nos planteamos de antemano priorizar a mujeres y disidencias se fue dando porque respondía a nuestro gusto. La idea es trabajar con los libros que nos conmueven, que nos atrapan”, cuenta a Feminacida y continúa:. “Encontré en esas mujeres una voz y una identificación que no había logrado con autores varones”.
Kokoro acompaña cada uno de los libros vendidos con un vestidito de origami. Estos pequeños gestos son los que distinguen la preciosa estética de la librería. Puntillosas, las manos de Cecilia están detrás de cada uno de los detalles, incluidos los sedosos pañuelos estampados con los que forra los libros. Kokoro fue un proyecto feminista antes de que el feminismo se vuelque a las calles. La librería se fundó a principios del 2017 en Pringles 1152, espacio que posteriormente debió abandonar para mudarse al actual, en la calle Lemos 220. Allí se venden libros nuevos y usados, y mensualmente se realizan ferias. El año pasado cuando Camila Sosa Villada fue a presentar su último libro, “Tesis de una domesticación”, la calle se tiñó de multitud para escucharla.
“Kokoro nace como proyecto feminista cuando el feminismo no era mainstream”, confirma Cecilia y explica: “La idea fue darle más visibilidad a las autoras mujeres y disidencias, hacernos otras preguntas que no se hacían las colecciones tradicionales. Fui rastreando, buceando en catálogos ajenos, más o menos independientes, para ir armando mi propuesta. No fue fácil, pero la respuesta es muy buena. No nos quedamos en la teoría feminista sino que buscamos textos que tengan que ver con lo corporal, lo performático”.
Mandolina surge de una historia de amor mutua y hacia la lectura. El proyecto nace en 2018 de la mano de Valentina y Gianni como un pequeño emprendimiento online para canalizar sus aprendizajes en la carrera de Letras y Periodismo, respectivamente. Al comienzo empezaron contactando a los clientes y editoriales a través de Instagram hasta que, con el tiempo, la idea fue creciendo y tomando forma. En 2020 dejaron sus trabajos formales y se trasladaron a la calle Manuel Ugarte 2439. Actualmente cuentan con una amplia gama de talleres que van desde un acercamiento a la escritura teatral hasta un club de lectura sobre salud mental.
“Desde el comienzo priorizamos transmitir nuestro amor por los libros. El catálogo estuvo guiado por nuestro gusto y las cosas que leíamos, inclusive cuando tuvimos que ampliarlo. Trabajamos mucho con editoriales independientes y le damos un lugar preponderante a la poesía”, se extiende Valentina y agrega: “Siempre nos pensamos como una librería feminista, pero fue algo orgánico. Nos sale intuitivamente leer mujeres y disidencias y al mismo tiempo queremos darles mayor entidad a esas lecturas, teniendo en cuenta que no es lo habitual. Buscamos darles visibilidad a la hora de armar una vidriera, una mesa, un estante, siempre de manera transversal. No es la idea hacer un apartado de género, sino que sea un criterio que se pueda leer entrelineas”.
Las tres libreras acuerdan que si bien cada vez hay más lugar, cuando se trata de realizar gestiones administrativas, llevar adelante la lógica de un negocio o cerrar tratos económicos son subestimadas, poco tenidas en cuenta o directamente pasadas por alto. “Cuando soy la responsable de gestionar el local, desde cerrar con proveedores hasta llamar a un electricista, me doy cuenta que me cuesta más que me den bola. Terminan buscando hablar con Gianni por ser varón aunque él tal vez esté abocado a otras cosas”, cuenta Valentina.
Por su parte, y sobre las dificultades que enfrentan mujeres y disidencias en la industria librera, la fundadora de Mercurio, aporta: “La industria editorial está manejada por varones, lo que nos lleva a tener que hacernos un lugar a los empujones, algo que para el hombre fue natural porque siempre tuvo el privilegio de la palabra, tanto escrita como hablada”.
Las redes, tanto sociales como feministas, permitieron a las libreras generar lazos de cooperación con otros negocios, editoriales y autoras, rompiendo con la lógica extractivista del mercado. Está posición le permite trazar alianzas y pensar proyectos conjuntos. “Ni bien llegamos al barrio establecimos un sistema de préstamos con las librerías de la zona. Esto nos permitió armar una red que tiene que ver más con la colaboración que con la competencia, entendiendo que, si bien el libro que yo recomiendo tal vez no me lo compren a mi sino a la librería que está a quince cuadras, eso también vuelve”, enfatiza Pez.
“El mundo del libro es súper sinérgico, es una red donde se va retroalimentando el saber. Las editoriales y las librerías amigas nos fueron marcando el camino”, suma Valentina. Al día de hoy Mandolina forma parte de la Cámara Argentina del Libro Independiente (CALI), donde están en contacto permanente con otras librerías del estilo, ya sea para cuestiones cotidianas o para la organización de acciones colectivas.
Las tres libreras hacen de cada recomendación un hallazgo y de atender al otro, un arte. Saben qué libro regalar para cada cumpleaños y militan la lectura como espacio de encuentro que permita ampararse de la crueldad imperante. Sus catálogos se nutren de mujeres y disidencias y las lecturas con perspectiva de género exceden al posteo alusivo al 8 de marzo. “Cuando empezamos a hacer los talleres y las veladas nos dimos cuenta de que la librería podía ser un lugar para generar una comunidad. Vimos que la gente se instalaba en el sillón a pasar tiempo y entendimos que tenían ganas de quedarse. Eso nos llevó a empezar a priorizar los espacios de encuentro. De ahí también surge un poco la idea de abrir un centro cultural”, cuenta Delfina.
Te recomendamos visitar: Todos los materiales del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad en un solo lugar
La "Ley del Libro" y sus modificaciones
Entre las normas que buscaba modificar la Ley Ómnibus, que se envió al Congreso apenas asumió Javier Milei, estaba la derogación de la “Ley del Libro” o “Ley de Defensa de la Actividad Librera”. Esta norma, que es una referencia a nivel global, garantiza que los libros se vendan a un precio único en todo el territorio, evitando la competencia desleal.
La Ley del Libro no solo contribuye a la igualdad en términos federales sino que sirve como amparo para que las pequeñas librerías puedan competir contra las cadenas o los grandes supermercados que utilizan los libros como señuelo para atraer clientes. En ese sentido las tres libreras son tajantes: derogar la ley del libro significa un retroceso para toda la cultura, pero especialmente para los proyectos independientes.
“La derogación de la ley del libro afecta a la bibliodiversidad y lleva a la destrucción de todos los proyectos autogestivos. Si bien puede ser que en primera instancia baje los precios de los libros para atraer al público, como en cualquier monopolio, luego van a poder cobrar lo que quieran porque no va a haber competencia. Es un beneficio egoísta que lleva a que las librerías independientes no puedan sostenerse”, asevera Delfina.
Cecilia empezó a trabajar de librera hace 29 años, en Rosario, cuando no había Ley que regule la actividad. “Es un momento muy difícil a nivel consumo. Yo pasé muchas crisis siendo librera y no recuerdo un momento donde la gente se espantara del precio de un libro. Como librería independiente trabajo de manera personalizada y tengo muchos clientes fidelizados, pero esos clientes también son parte de la industria audiovisual, de la cultura, del INADI u otros lugares donde hay recortes”, observa.
Desde Mandolina acotan: “Se ha probado en otros países que cuando no existe esta ley las cadenas rematan los libros con grandes descuentos pensando más en cantidad que en calidad. Terminan vendiendo los únicos tres best seller y los demás autores dejan de circular”.
También podés leer: ¿Por qué el mega DNU ejerce violencia económica?
¿Son las librerías y refugios feministas?
“Refugio no porque no me gustaría que nadie tenga que refugiarse”, ríe la señora Kokoro y concluye: “Creo en el rol social del librero. En el caso de Kokoro todas las actividades que hacemos tienen que ver con abrir el espacio para que los libros circulen, hacer intercambios, comentarlos. Son cosas que tienen que ver más con el capital amoroso y simbólico que con el económico, más allá de que la librería sea un negocio”.
Asimismo Valentina insiste en que muchas personas se acercan a la librería solo para charlar o para encontrar aliados en la resistencia, algo propio del contexto actual: “Funciona como lugar de encuentro porque se dan otros vínculos a través de la lectura. Desde que abrimos sabíamos que queríamos dejar de pensar a las librerías como un espacio sagrado y pensarlas como un lugar donde circulan conocimientos de todo tipo”.
Pez habla de aquelarres: “Hay algo del encuentro que surgió con la lucha por el aborto que nos volvió a refugiar en lo colectivo. En los talleres la mayoría de las veces son mujeres dialogando sobre textos que al ser escritos por otras mujeres tocan fibras de lo personal”. Y concluye: “Las librerías fueron un refugio en todas las guerras y lo son aún más en estas que son guerras del pensamiento. A pesar de las desigualdades, las feministas estamos haciendo un mundo mejor, y lo estamos haciendo solas y a contramarea”.
Qué linda nota. Aguante Mercurio!