- ¿Qué hacen aquí?
- No tenemos dónde dormir.
- ¿No tienes hogar?
- Lo tenía y lo dejamos
- ¿Quieres llamar a la policía? Todavía estás a tiempo.
- ¿Y decir qué? ¿Que él no me golpeó?
¿Cómo nombrar a la violencia? ¿Qué marcas imperceptibles deja? ¿Cómo identificarla y desarticular su círculo? “Maid” o “Las cosas por limpiar” es la nueva miniserie documental de Netflix que estruja estas preguntas y le pone definiciones que estremecen el corazón de cualquiera que al menos haya estado cerca de algo parecido al maltrato. ¿Qué sucede con la vida de una mujer cuando es madre y decide salir de un sinfín de abusos físicos y psicológicos? ¿Existe una forma de escapar?
La joven actriz estadounidense Margaret Qualley es la protagonista de esta historia que está basada en uno de los libros más vendidos de 2019 en Estados Unidos, “Maid: hard work, low pay, and a mother’s will to survive” (Mucama: Trabajo duro, salario bajo y la voluntad de una madre de sobrevivir), donde se cuenta la vida real de Stephanie Land, una mujer de 23 años y madre de una niña de dos que decide separarse de su marido violento. Para poder subsistir, se dedica a ser empleada doméstica (definición utilizada en la serie).
¿Es lo mismo criar con dinero que sin él? ¿Qué estructuras familiares se repiten a la hora de asumir tareas de cuidado? ¿Cómo se sobrevive una madre con uno de los salarios más bajos del sistema? Son algunos de los otros tópicos que también aborda esta serie que deja bien en claro que el tiempo es un lujo que les pertenece a algunos pocos y que las maternidades deben ser deseadas o no ser.
La violencia es psicológica y también económica
Con un título casi retórico en su traducción al español y una creación y producción en clave concretamente feminista por Molly Smith Metzler, “Las cosas por limpiar” pone en relevancia no solo los abusos psicológicos a los que está expuesta una mujer que sufre violencia doméstica por parte de su pareja -en esta historia Sean, interpretado por el actor Nick Robinson-, sino también a la violencia económica, parte crucial de esta historia que se traduce en una carga mental diaria con la que también ella debe acarrear.
Esta historia duele por cualquier ángulo por el cuál se quiera la observar. Es que su eje tiene un basamento tan real que tuerce los cimientos de cualquier estructura: ser madre, ser víctima de abuso y ser trabajadora del hogar es una situación que exponen a las mujeres a una violencia continua. Además, la línea argumental siempre gira en dos ejes: también hay una madre bipolar que invita a revisar un pasado que ha dejado huellas. ¿A cuántas personas se puede cuidar?
La comparación imposible de esquivar es aquella que sobrevuela, por lo menos para las que miran desde este lado del mundo, durante los 50 minutos que dura cada capítulo: entre la sociedad primermundista llevada a la pantalla y la realidad latinoamericana, el acompañamiento y la presencia del Estado ante estas situaciones de violencia dista mucho de lo que vemos en esta mega producción mainstream. Y ahí es donde hace mella esa pregunta: ¿es posible salir del círculo de abusos cuando una mujer decide irse de su casa y maternar sola?