Numa quiere llorar y no puede. Mientras se mira a los ojos con su compañero, le comenta que quiere volver con su familia. Tiene ganas de todo, de reír y de bailar, aunque Pancho sabe que él nunca baila. La voz se quiebra. No aguanta más. Pancho le empuja la cara y le insiste en que lo haga, que llore con él, que lo largue. Todo para que un abrazo los hunda en un lazo de confianza y vulnerabilidad ante el deseo de estar vivos. La escena los muestra en soledad, acobachados en los escombros de un avión que materializa un antes y un después: lo que queda, lo que es y lo que ya no será.
Ellos son tan solo dos protagonistas de los 45 pasajeros que viajaban en el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. El 13 de octubre de 1972 el avión se estrelló en la Cordillera de los Andes. De todos los tripulantes, 19 eran jóvenes del equipo de rugby Old Christians Club que viajaban para competir contra Old Boys Club en Santiago de Chile.
Momentos antes de despegar, la inquietud de los jóvenes por emprender un viaje los hacía revolotear por el pasillo del avión, hacer chistes de mujeres y entretenerse entre ellos. El desafío de competir, la emoción de las familias y el sacrificio de emprender esa experiencia. Pero todo gira cuando comienza el accidente. De un instante a otro, el destino cambia.
Esta estremecedora historia tiene lugar nuevamente en las pantallas y alcanza críticas mundiales: La sociedad de la nieve fue elegida para representar a España en los Premios Óscar 2024 para la categoría “Mejor película internacional”.
Dirigida por Juan Antonio Bayona, se estrenó el jueves 4 de enero y está primera en la plataforma Netflix. Este relato nos propone una narrativa distinta a las producciones que ya son masivamente conocidas sobre la “Tragedia de Los Andes”. Si bien la película ¡Viven! (1993) ha sido un reflejo de los hechos para la cultura popular, los sobrevivientes y familias de las víctimas fallecidas sostienen que era necesario volver a contar la historia.
J.A Bayona se basó en el libro La sociedad de la nieve (2008) de Pablo Vierci que nos propone una relectura sobre los hechos poniendo en jaque los relatos estandarizados y así visibilizar experiencias más subjetivas sin entrar en las interpretaciones morbosas de la historia.
Según comenta Bayona en una entrevista con Urbana Play, una de las decisiones para lograr la mayor fidelidad posible fue contar con actores y actrices latinoamericanos que respeten los rasgos físicos y culturales de las víctimas. No obstante, lo atrapante de esta película es que nos acompaña con una voz en off el personaje de Numa Turcatti (interpretado por Enzo Vogrincic) para representar a aquellas personas que murieron en el camino y resaltar el grupo completo.
Tropezados en un paisaje blanco, cubierto de montañas y en la desolación de saber que nadie ni nada más está allí, los 72 días estarán acompañados entre ellos mismos: quienes aún resisten y quienes se convertirán en materia. El afecto no se queda atrás en esta historia. Los varones apelan a estrategias de supervivencia, pero florece la contención y el aliento colectivo.
¿Cómo se refleja en la construcción de los personajes masculinos la necesidad de ser ayudados por otros varones? ¿Podemos contar historias donde las emociones tengan un rol central?
Ya es el decimoséptimo día. Quienes sobreviven hasta el momento se encuentran refugiados en los destrozos del avión, cobijados por el poco abrigo y apretados por el calor humano. Juegan a las rimas y ahora es el turno de Adolfo.
― Aunque estamos en este avión muertos de frío, que afortunado es Coco de tener sus pies acá conmigo; pero, Coco, no te vayas acostumbrando, que en Uruguay nos están esperando ―bromea mientras le calienta el pie con sus dedos.
― Yo me voy más por lo sentimental ―sigue el juego Coco.
En una entrevista del año 2000 para la plataforma oficial de ¡Viven!, Fernando Parrado, sobreviviente de la tragedia, cuenta que el rugby fue la razón para el compañerismo y la organización: “No llegamos a la barbarie total, al límite del comportamiento animal, porque éramos amigos”.
Recordemos que hace un tiempo la opinión pública puso en cuestionamiento la cultura del rugby por el asesinato de Fernando Báez Sosa. Sin embargo, la representación de estos jóvenes jugadores permite indagar en cuáles son los estereotipos de masculinidad que queremos ver en las pantallas hoy en día. ¿Qué hay detrás de aquellas subjetividades que están atravesadas por la cultura del aguante? ¿Se puede construir un puente entre la sensibilidad masculina y los lazos de compañerismo?
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No es novedad que los personajes varones de las películas mainstream se edifiquen sobre un estereotipo muy marcado: están en la orden de la seguridad, sus cuerpos juegan a la virilidad y se proponen como salvadores de la historia.
Aunque el contexto es otro, la versión de los noventa no se aleja de eso: una de las escenas más cruciales es cuando Antonio, protagonista de la tragedia, se exalta al ver que sus compañeros consumieron las pocas provisiones que les quedaban y les pregunta si estaban de acuerdo en que él sea el líder del grupo para controlar las situaciones sin cuestionar ni alternar.
La sociedad de la nieve nos invita a conocer la historia con tintes más sensibles y cercanos. Es por eso que la película no termina en el rescate. Este relato nos muestra que no son solo víctimas de un accidente, sino que son jóvenes que tienen historias para contar, con un contacto fraternal en la inestabilidad de sus cuerpos. La afectividad está siempre latente.
¿Puede ser este tipo de relatos un anclaje para proponer otra representación de las masculinidades? ¿Esas que se permitan el llanto en medio del caos? “Yo creo en ese Dios. Creo en Roberto, en Nando, en Daniel, en Fito y en los amigos muertos”, le dice Arturo a sus compañeros cuando por fin los helicópteros de la Fuerza Aérea de Chile fueron a rescatarlos.