¿Qué ocurre con la salud mental en tiempos de profunda crisis? "El estrés sobreviene por todas partes", subraya la psicóloga feminista Leonela Murazzo en esta columna y se pregunta: "¿Cómo armar algo de refugio en un contexto que tiene tantos frentes en tensión? ¿Hay lugar para él? ¿Es posible elaborar estrategias colectivas de resistencia?
Nos vemos avasalladxs y cada vez con más: más calor, más crisis climática, económica, política, más noticias desalentadoras y preocupación por el grado de insensibilidad. ¿Cómo resistir a tanta intemperie?
Estamos viviendo momentos clave en relación a decisiones políticas que siguen impactando en el día a día, en lo cotidiano. Desde los aumentos al transporte, la nafta, los alimentos y medidas que marcan una ceñida dirección a favor del mercado.
No es que esté mal pensar en cómo funciona el mercado o cómo se pueden mejorar las condiciones económicas de nuestro país, las maneras de hacer negocios y cómo acomodar la inflación. Pero lo que parece retumbar cada vez con más fuerza ―y que se viene repicando en el nivel discursivo de las discusiones y las propuestas― es el grado de deshumanización y de centralización en las finanzas descuidando las cuestiones simbólicas atenientes a lo integral que hace a la vida de las personas.
La crítica a los derechos, al amparo en medidas laborales, a la intervención estatal en materia ecológica, en materia de salud. El ataque discursivo a la memoria, a los organismos estatales, a la investigación científica. Al dolor ajeno. Un salvesequienpueda y una voracidad mercantil por sobre la vida. Y estrés. Estrés por todos lados. Condiciones que hacen que lo común se deshaga y que no se vea bien la dirección. O que nos entumezcamos.
De nuevo, puede haber diferencias políticas, de pensamiento, del modo de ver las soluciones. Pero la base desde la que se parte a discutir es una gran marca de en qué lugar se coloca cada cosa. En principio, son necesarios ciertos acuerdos, cierto territorio en común que no ponga en discusión bases elementales, como las constitucionales, la democracia y los derechos humanos, por ejemplo.
¿Cómo resistir ante tantos frentes en tensión y ante tanto discurso plagado de odio? Porque si algo se vio desde el año pasado es el grado de desintegración vincular que se vivió posterior a las elecciones. La polarización se presenta cada vez de forma más aguda. El enemigo externo es una imagen recurrente ―sobre todo con las marcas pandémicas― y la pulsión de muerte está cada vez más en boga. Y eso se puede ver en frases como: "si hay que pagar, paguemos más", "que se jodan".
Sin dudas lo colectivo se resquebrajó y lo comunitario también se fracturó. Entonces hay una sensación de desconfianza, casi paranoica: "¿Quién me odia?", "¿este qué votó?", "¿y aquella?" Entonces podemos seguir la relación con tal y con esta otra persona, no. Porque claro, el proyecto es muy clarito desde el principio: el mercado pareciera ser el regulador. Las vidas se regularían en base al intercambio de mercancías. La vida como artículo, como producto y todo lo que eso conlleva. Si genera dinero interesa, y sino no ―arrastrando emocionalidades, sensibilidades y lo que lleve a su paso―. El odio a la pobreza, el odio a lo propio. Casi una máquina masoquista o una identificación a amos que no existen o que pertenecen a otros lugares que no son los propios.
Lo social como riesgo y lo colectivo como refugio: ¿cómo hacemos?
Después de las elecciones sobrevino un cuestionamiento generalizado respecto de los vínculos. Es cierto, el proceso eleccionario además de ser multitudinario y largo, tuvo mucha conversación política en el común de la sociedad, en diferentes espacios, a veces recreativos, ni hablar de los educativos o familiares. La discusión, de alguna manera u otra, siempre se presentó. ¿Qué vamos a hacer?
¿Las soluciones vienen de la mano de destruir al otre en su diferencia? Por pobre, por queer, por estar en una situación complicada, por mujer, por creyente, por idealista, por querer vivir bien. La desconfianza fue moneda corriente. Y escribo "fue" con un optimismo pintado porque simplemente cambió el año según el calendario gregoriano. Digamos "fue" con el intento de afirmar que ya pudimos pasarlo y armar otros modos.
El estrés sobreviene por todas partes. El cambio climático junto con la intervención humana para negocios, los incendios, las inundaciones. Tormentas que dejan a su paso un escenario apocalíptico. Cortes de agua y luz con calores que no permiten ni pensar. Alquileres en dólares, sueldos desactualizados. La incertidumbre que marca no saber, no si vas a tener vacaciones, sino si vas a poder comer. Hasta tener una salida con amigues es un asunto que se vuelve crítico si en el grupo hubiera personas que sostienen la militarización del país o la derogación de derechos básicos y fundamentales, como la ley de identidad de género, la interrupción de embarazo o las coberturas gratuitas en salud. Sin dudas que ante tanto, la vulnerabilidad se coloca a flor de piel, y el desvalimiento y la angustia toman un lugar protagónico. Es como un cansancio que no tiene lugar a recuperarse.
¿Cómo armar algo de refugio en un contexto que tiene tantos frentes en crisis? ¿Cómo recuperar energías para sostenerse e incluso para poder elaborar estrategias para hacer? ¿Cómo no abandonarse a la desesperación y poder recuperar fuerzas para ejercer actos de vitalidad?
Es necesario ―y ya desde el fin del eterno proceso electoral del 2023― encontrar reparo en algún lado. Las amistades son y han sido catalizadoras de angustia y de procesos de emancipación. Desde poder compartir preocupaciones a ver cómo organizarse. Surgen muchas preguntas en relación a qué vínculos sostener o hasta donde se puede compartir con un familiar que sostiene discursos odiantes que afectan lo más íntimo de alguien a quien tienen al lado. Llamativamente lo que sostiene es todo eso que no se puede comprar: la amistad, los afectos, el abrazo de alguien queridx, la esperanza, la fortaleza para dar batalla y sostenerse entusiasta, el deseo, el amor, a pesar de que se intente instituir lo contrario. Las amistades como refugio de tanta herida. Los vínculos de confianza aseguraron la cura de dolores.
Es momento de encontrar, apachachar, abrazar hasta llorar. De mirarse con ternura o agarrarse fuerte para sentir que de alguna forma va a pasar. Porque no hay tales cosas que sean tan totales, incluso las malas intenciones tienen fallidos o imprevistos en los planes económicos a los cuales no les importan las personas, así que veremos.
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¿Cómo colabora el psicoanálisis?
En este panorama es difícil encontrar una única solución cual pócima que quite todos los males. Buena fantasía, pero poco real. A problemas complejos, soluciones complejas. Es decir, con muchos factores y aristas en juego. ¿Para qué el psicoanálisis? Históricamente ha sido y sigue siendo un dispositivo donde atender el sufrimiento. Por supuesto que sin revisión alguna es capaz de reproducir estereotipos, hegemonía y dominación. Pero hablamos del psicoanálisis cercano a la vida, ese que se cuestiona en lo común y en la calle.
No se puede negar que este contexto es crítico, que engendra preocupaciones y en el cual es difícil proyectar cómo vivir. Un estado de constante alerta, donde el calibre es de supervivencia y donde el estrés es moneda corriente bajo el constante bombardeo de medios que buscan difundir miedo, donde las noticias agraviantes son constantes y donde se busca empujar a la sociedad hasta el límite de lo insoportable. No es casual, ya que el desánimo es bien funcional para que no se construyan estrategias.
Al respecto, Ana María Fernández, profesora con honores de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, retoma la lectura de Deleuze sobre Spinoza y escribe sobre cómo la circulación de pasiones tristes es funcional al dominio. Además, insiste en que la estrategia de vulneración fragiliza el lazo común, "el entre-otros", dice la autora. Entonces, ¿hay lugar para el refugio? ¿Cómo elaborar estrategias colectivas de resistencia?
El agotamiento y el cansancio subjetivo son síntomas de estos procesos. La sobrecarga de trabajo, las precarias condiciones laborales. La fatiga, el burn out, la falta de libido o como se lo quiera denominar. También el análisis supone ese espacio donde movilizar esa energía y donde a veces sacarse pesos ayuda a barajar de nuevo. Sin dudas no es lo único. No es la salvación, pero ayuda muchísimo, permite encontrar vueltas, salidas, formas, maneras. No es estando solxs, es en colectivo. Aunque eso suponga, a veces, encontrarse con la muchedumbre que habita en cada quien: toda esa colección de deseos, temores y voces de las cuales se intenta sacar algo en limpio para ver por dónde seguir.
Tal vez se trate de apostar por hacer algo con lo que cada quien siente o con aquello que cuesta encontrarle una vuelta. Esa puede ser una apuesta, si se quiere, para motorizar que el sufrimiento no sea un lugar donde quedarse, sino un motor desde dónde encontrar modos más habitables de ser y estar en el mundo, sea donde sea.
Los hobbies y los momentos de relajación se convierten en poco opcionales: he allí una fuerza que se suscita como invitación a empoderarse. La revitalización de compartir lo común, el tejido que nos une cuando se puede. Una ayuda, una escucha, dar una mano. Eso que permite que algo de la trama social se sostenga y que el desvalimiento no sea arrasador. Resulta necesario sostenerse desde lugares vitales. El arte, los libros, los mates, una película, un rato en el patio, un mimoseo con el perro, la rememoración, las conversaciones agradables, los espacios nuevos, la creatividad. En fin, la forma que tome aquello donde algo de lo vital se relanza, donde se recupera entusiasmo, incluso pudiendo ser un sueño o un proyecto. Es necesario. No quiere decir estar en negación, mirar para otro lado. Implica que es así de complejo el desafío: cómo sostenerse en tanta incertidumbre.
Las redes sociales muchas veces colaboran con la circulación de información importante, pero su filo peligroso es la sobreestimulación o el aturdimiento de noticias de cierto tipo. Sea por el algoritmo cada vez más específico (cada vez escucho más cómo las personas hablan de “su” algoritmo, como si fuese una entidad a parte o un asistente virtual), por lo que más vende, por lo más visto, o sea, por buscar cierta información que genera cierto "desempoderamiento". No deja de ser un medio masivo de comunicación que responde a intereses biopolíticos. Como tal, tiene esos riesgos y ante esto también es necesario elaborar estrategias de uso.
¿Cómo armar, al menos, algunos pilares que den referencia y den pie para poder marcar una dirección, para poder reparar, sanar, recuperar, revitalizar, fortalecer, motorizar y colectivizar cambios? Probablemente no tenga una sola respuesta ni haya solución mágica, sería lamentable esperar tal hallazgo en una simple nota. Pero ojalá, tal vez, algo de esto sirva de recorte, de collage para que cada quien y en colectivo podamos encontrar salidas.
Como dice Ana María Fernández, “resistir es inventar”. Entonces, ¿qué inventamos?
Foto de portada: Victoria Eger