Mi Carrito

Otra de miedo o La maldición de Bly Manor

Compartí esta nota en redes

La maldición de Bly Manor, estrenada en Netflix a principios de octubre, es una serie dirigida por Mike Flanagan y está basada en el clásico de la literatura gótica, Otra vuelta de tuerca de Henry James, a quien —nobleza obliga— no le hace demasiada justicia.

Esta es una historia de fantasmas. Y como tantas otras veces, será narrada con esa sospecha de ambigüedad, entre la verdad y la ficción, que sólo sabe darle un personaje secundario. Inglaterra, años ochenta, la maestra estadounidense Dani es contratada por el tío de dos huérfanos ricos —Miles y Flora— como su institutriz. A continuación, se muda a la casa de Bly en donde conoce a quienes la acompañarán por el resto de la temporada: el cocinero, la jardinera, la singular y —para el caso— tristemente desaprovechada, Sra. Grose y las enigmáticas figuras de la Srta. Jessel y Peter Quint. Hasta ahí todo resulta familiar, niñxs extrañxs, misterio, una historia de amor y como condimento revulsivo, prometedores personajes femeninos. Ahora bien, ¿qué pasa cuando la espectacularidad neutraliza el discurso? El posicionamiento de género que no habilita operaciones de sentido, ¿es un hecho meramente cosmético?

Durante los tres primeros episodios el suspenso está bien dosificado, guiado por recursos visuales sutiles y prolijos que escapan al terror de kiosco al que varias de estas producciones nos tienen acostumbrados. Planos de poca profundidad manejan la tensión con novedosa cintura y lejos de buscar el susto fácil, la serie se destaca por una cuidadosa y bien administrada banda sonora.

Sin embargo, antes de llegar a la mitad de la temporada, esta versión aggiornada de James se enreda con estrategias torpes a fin de condensar una explicación apresurada por ordenar los hechos anteriormente apuntalados por elipsis, al tiempo que fuerza nuevos códigos narrativos que se instalan, notoriamente inverosímiles, en la estructura dramática.

Sucede que a partir del cuarto capítulo y, a modo de efecto Rashōmon, la perspectiva comienza a fragmentarse. Estos abruptos cambios de enfoque sumados a la sobreexposición a montajes y artificios estéticos pretenciosos, que funcionan como trampas innecesarias para lxs espectadorxs, entorpecen la capacidad de elaborar otras hipótesis de lectura. El mayor desconcierto ocurre cuando, en vías de homogeneizar el discurso desvariado y plagado de digresiones que se ha construido a lo largo de la narración, Flanagan decide incluir en el octavo capítulo una referencia a otro relato de James, La leyenda de ciertas ropas antiguas, que termina de arrinconar a este Frankenstein del pastiche.

Un aspecto no menor es que la elección de la mirada claustrofóbica, conscientemente funcional, suaviza y desdibuja, en tanto, la polifonía de sus protagonistas e imposibilita un recorrido más atractivo por las subtramas.

Como consecuencia de su despliegue empalagoso, Flanagan se queda a mitad de camino y adeuda, evidentemente, el tránsito a través de las femeneidades que intenta delinear en el principio del relato, con el propósito de devolverles sus deseos y placeres, aún en una historia de fantasmas.


Compartí esta nota en redes