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La jauría: tocan a una, tocan a todas

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¿Cuántas cayeron en medio de la niebla? ¿Cuántas desaparecieron? ¿A cuántas tragaron la tierra? La vida nos mata, la prensa desangra. Gritamos justicia cuando se nos calla...

Ana Tijoux

Una cámara de video casera se enciende. Sofía aparece en el centro del plano. De fondo, la voz de un hombre, el profesor Ossandon, le da instrucciones para que interprete una respiración agitada y lo que podría convertirse en un orgasmo. Luego, Sofía sale del aula y se encierra a llorar en un baño. Así comienza “La Jauría”, una serie coproducida por Fábula, Fremantle y Kapow, en asociación con TVN y CNTV, y distribuida en Latinoamérica por Amazon Prime Video.

La acción transcurre en el colegio católico en Santiago de Chile. Identificadas e igualadas con un pañuelo verde por el derecho al aborto legal y máscaras bordó, las estudiantes deciden tomar el colegio en señal de protesta para visibilizar un abuso sexual por parte del profesor de teatro. Sin embargo, la líder del grupo, Blanca Ibarra, desaparece y enardece el reclamo que no encuentra eco ni en las autoridades de la institución, ni en el sacerdote a cargo, ni en las familias. 

En ese momento, se inicia una investigación policial llevada a cabo por la comisaria Olivia Fernandez (Antonia Zegers) y la subcomisaria Carla Farías (María Gracia Olmegna) a quienes luego se agregará la oficial Elisa Murillo (Daniela Vega). La trama no sólo muestra la lucha de las nuevas generaciones sino que evidencia la importancia de que la causa esté dirigida por tres mujeres especializadas en crímenes de género, que a lo largo de los ocho capítulos, también se enfrentan contra sus propios fantasmas del pasado. 

Blanca sigue sin aparecer y desata una ola de movilizaciones al grito de “qué parte no entendiste, la N o la O” y pone en jaque a toda la estructura patriarcal: el estado, la iglesia, los medios de comunicación y la familia, cómplices y culpables de la violencia ejercida hacia las mujeres. Estas escenas bien podrían parecerse a las convocatorias de la marea verde en las calles argentinas  o bien el reclamo de estudiantes por el aumento de transporte en Chile. Cientos de mujeres en las calles visibilizando una sociedad repleta de machismo, ilegalidad e hipocresía que se cobra vidas todos los días. 

La serie, guionada y dirigida por Lucía Puenzo (entre otrxs), se inspiró en uno de los casos más mediáticos y atroces ocurridos en Pamplona en 2016 conocido como “La Manada”, donde cinco hombres violaron en grupo a una mujer durante las fiestas de San Fermín. En una entrevista para Página 12, la guionista comentó que la historia comenzó a gestarse hace dos años, en medio del “Ni Una Menos” y las movilizaciones feministas en Argentina, y se plantea como una radiografía de la sociedad atravesada por violencia y desigualdades de género. 

Las policías encargadas de la investigación descubren que la desaparición de la joven está vinculada al “Juego del Lobo”, que reclutaba hombres y jóvenes para formar jaurías y así captar a sus presas: mujeres que son secuestradas, torturadas, violadas y asesinadas. Así, la trama deja al descubierto otra inspiración con la vida real por su parecido al juego “Ballena Azul”, donde los participantes deberán seguir instrucciones o de lo contrario, sufrirán consecuencias. “La verdadera naturaleza del hombre es violenta, territorial y dominante”, reza el juego siniestro que hace circular un video que registra la violación en manada de Blanca.

El guión combina varias aristas perversas de las sociedades: ciberbullying, misoginia, pedofilia, adopciones ilegales, violaciones, el rol de la iglesia, del estado y de las instituciones, el amarillismo de los medios de comunicación, los privilegios por pertenecer a una clase social alta. Entrelazadas en un clima policial, es una serie que te atrapa hasta el último capítulo y no da respiro. Aunque algunos de los temas secundarios no sean abordados en profundidad y queden sin resolver, “La jauría” es un reflejo abrumador de la violencia machista inscripta en las sociedades. 

Si bien la serie tiene un claro tinte coyuntural argentino-chileno, el grito feminista latinoamericano es uno solo: ¿Por qué aún no queda clara la necesidad de una justicia con perspectiva de género para abordar estas problemáticas? ¿Qué respuesta brindan las instituciones fundacionales de la sociedad ante nuestros reclamos? ¿Por qué no podemos decidir por nuestros cuerpos? ¿Cuántas veces más tendremos que salir a las calles a pedir que nos dejen de matar?


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