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La feminidad como arma, la sumisión como objetivo

La estafa de la feminidad
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Hackear. Desarmar y rearmar para que el filo apunte hacia otro lado. Eso nos propone Lala Pasquinelli, autora de La estafa de la feminidad y creadora del proyecto "Mujeres que no fueron tapa", que hace 10 años se pregunta —y nos pregunta— qué es ser mujer, cuáles son los requisitos y quién los decretó. Ella, que además de talleres y libros tiene un podcast, fue impulsora de campañas como #HermanaSoltáLaPanza. Hoy, con su nuevo libro, tiene mucho para decir; pero sobre todo, que la belleza no es un problema personal sino una cuestión política.

Para empezar debemos entender la feminidad como un ideal ambiguo y cambiante, en contraposición con una naturalidad que incomoda y que nos mantiene en cautiverio al exigir docilidad y obediencia. Esto último que la autora repite una y otra vez indigna porque asusta encontrarnos ahí en una jaula de rubor, corpiños incómodos y recetas para adelgazar. 

Pero la trampa real es que eso que pareciera ser nuestro deseo más profundo, que nos llega con la asignación de un cuerpo y un género, es replicado una y otra vez por los medios y el mercado, pero también por madres, abuelas y amigas. Una suerte de síndrome de Estocolmo sociocultural que se repite de boca en boca. A nadie le importa si pica, duele o molesta. Al fin y al cabo, estamos educadas para aceptar la violencia y la sumisión como requisito de supervivencia. 

Hay quienes dicen disfrutarlo lanzando frases como “lo hago para mí”, ignorando millones de años de evolución que dicen lo contrario. Y es por eso que existen cientos de locales de depilación láser dando aviso que ya no tenemos excusas, que es cada vez más barato y menos doloroso dejar de ser un simple mamífero. 

El libro retrata una realidad del día a día, así se vea y acepte o no. En soledad y silencio transitamos la tristeza, ansiedad, duda, miedo y dolor de no sentirnos plenas a pesar de haber hecho todo lo que el mandato propone para ser una “buena mujer”. Seguramente quien lea La estafa de la feminidad se enoje una y otra vez en esos párrafos crudos y dolorosos. Pero una cosa es cierta: aunque duela, abrir los ojos es necesario para caminar hacia la libertad. 



“La mayor efectividad y eficiencia del mandato de belleza es que no se lo detecta como político. Mediante rituales, hábitos, y consumos, constituye el dispositivo principal para educarnos en la docilidad y la mansedumbre que serán el entrenamiento para que cumplamos los otros mandatos: el amor romántico heterosexual y la maternidad en su versión más rosada y edulcorada”, argumenta la escritora. 

Existe crueldad en este intento de hacernos parecer clones. La belleza se ancla en un ‘’modelo aspiracional’’ diseñado por las clases dominantes y que pretende derramarse en el resto aunque las condiciones de base y circunstancias disten de ser similares. Nos piden que gastemos horas interminables y miles de billetes en cosas que no necesitamos hacer para lograr otras que probablemente ni siquiera nos hayamos preguntado. 

Esta violencia estética que menciona la autora —término de la socióloga Esther Pineda— deja entrever que nuestra diversidad es un error de cálculo que debe cercenarse con cualquier método: cremas, cirugías o formol en inofensivos alisados. Pero lastimarnos, comer a escondidas, encerrarnos para llorar o tapar partes de nuestro cuerpo no deberían ser la norma. 


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La clave del libro entonces, es comprender que cualquiera sea el nivel de opresión que tu entorno haya logrado ejercer con o sin conciencia, y cualquiera sea tu nivel de acatamiento y/o aceptación, hay mucho de eso que te perturba sigilosamente. Acechando entre tus conexiones neuronales cuando te mirás en el espejo y esperás algo diferente, siempre, y ni siquiera te hace ruido.

El mismo ideal de belleza que según Florencia Guimaraes García —fotógrafa y activista argentina— es responsable de que personas travestis y trans tengan hoy un promedio de vida de entre 35 y 40 años. Pechos, inyecciones, labios, cinturas diminutas. Esa idea de feminidad nos atraviesa a todas como una lanza envenenada. 

Pero La estafa de la feminidad no trae sólo reflexiones, sino datos. Números que dan cuenta de realidades dolorosas pero más recurrentes de lo que quisiéramos admitir. Como una campaña en redes donde un tercio de las mujeres encuestadas confesó que fueron sus propias madres las primeras en invitarlas a adelgazar.

Como la tía Lydia de "El cuento de la criada", parecieran ser las encargadas de adoctrinar con más o menos amorosidad, pero siempre seguras de que es lo mejor para nosotras mientras repiten el discurso. Esos micromachismos que poco tienen de micro cuando invitan a una nena de 13 años a incorporar un trastorno alimenticio para entrar dentro de los cánones de aceptación social. 


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Enojarnos, reír a carcajadas, ser torpes, rascarnos, comer y hasta estornudar fueron gestos corregidos y direccionados por una cultura que nos acomoda a su gusto y para su disfrute. La autora reclama que "la belleza nos exige callarnos”, a la vez que se silencian a quienes no entran en esos cánones. La mujer bella es frágil, sonriente e ingenua. No sorprende entonces que incluso una sociedad que pondera el rol de madre abnegada, nos obligue a menstruar en silencio, sin incomodar.

Pero hay más de un protagonista en esta escena. La publicidad y los medios son también gestores y emisores de este mensaje que replican una y otra vez. Como se menciona en La estafa de la feminidad, estamos expuestas a entre 400 y 600 anuncios por día relacionados con estética, moda o tratamientos. Con una industria en América Latina de 52 mil millones de dólares al año, podemos entender que nuestros problemas tienen raíces más profundas y que la supuesta belleza, además de enfermarnos, nos empobrece.

Pero hay algo más perverso en ese mandato y es que “la belleza es una pedagogía de la insuficiencia” donde se nos informa de entrada que nunca alcanzaremos el ideal objetivo. Entonces nos invita a vincularnos desde ese fracaso anticipado, esa sensación de inferioridad. La búsqueda del ideal está interrelacionada con la búsqueda del amor y la aceptación. Sólo serás querida si sos bella y ¿quién no quiere ser amada?

El 92% de las mujeres consultadas durante la campaña de #HermanaSoltáLaNovela respondieron que en su infancia creían que la felicidad estaba relacionada con estar en pareja. Y otro 83% respondió que para conseguirla tendría que encajar en el ideal de belleza. La misma historia: belleza, pareja, maternidad, felicidad. Esto, denuncia Pasquinelli, es violencia de género en la infancia y tiene graves consecuencias en el desempeño social en la adultez.


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Se nos intimida para creer que solas no podremos sentirnos realizadas y felices, y que dependeremos de agradarle a una potencial pareja. Nos amenazan con el desamor y eso tiene un gran impacto en nuestras decisiones de vida. Sin embargo, el 60% de los femicidios según una encuesta de la ONU son cometidos por parejas (o ex pareas), pero eso pareciera no anular la fantasía del príncipe salvador. Llegamos a la adultez anestesiadas y convencidas de que cualquier mirada merece nuestra respuesta. 

Sin embargo no todo es denuncia en el libro. Porque como dice la autora, la propuesta es hackear. Y para eso se hace muchas preguntas. Con palabras simples y concretas, pero directas. Porque sólo así vamos a lograr transformarnos. Construyendo nuevos hábitos y creencias y dejando de replicar una y otra vez las cadenas de nuestra misma condición.

La estafa de la feminidad es una invitación al interior de nuestras ideas para descubrir cuánto de ellas fue impuesto. Para entender por qué muchas veces nos sentimos cómo nos sentimos. Y qué podemos hacer para salir. Pero aclara: no va a ser fácil porque el miedo a la exclusión y el rechazo ya fue implantado.



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