Varias enfermeras y enfermeros que trabajan en la Ciudad de Buenos Aires recibieron un mail en el que se les informaba que sus contratos no iban a renovarse. Esto sorprendió a los destinatarios que enseguida alertaron a sus compañeros y encendieron las alarmas del sindicato. Las personas afectadas fueran las más precarizadas del sector: quienes trabajaban por monotributo o en planta transitoria. En el mensaje no se ofrecía ninguna explicación y solo se supieron rumores de lo que podía llegar a pasar a continuación. Hasta hoy, esto sigue igual.
Gastón Kalniker, delegado de ATE en el Hospital Durand, cuenta que todavía no hay una comunicación oficial acerca de cuántos empleos van a perderse. En ese hospital, de lxs 184 trabajadorxs que fueron contratadxs para asistir durante la emergencia sanitaria, solo 70 tienen posibilidad de continuar en sus tareas. “Todavía no se dijo nada oficialmente, pero el gobierno de la Ciudad en general no avisa y de un día para el otro aparece y no te deja capacidad de acción”, sostiene en diálogo con Feminacida.
Pareciera que para quienes trabajan en la salud, no hay descanso. Todavía no terminó la pandemia que ya se está hablando de pérdida de trabajos, pero no hay que olvidar que en esa primera línea de batalla al lado de lxs médicxs, las enfermeras y enfermeros estuvieron poniéndole el cuerpo al horror durante todo este tiempo.
Ahora que todos respiramos un poco más livianos, es importante no dejarlxs solxs. Fueron ellxs quienes durante los momentos más duros de la crisis sanitaria no tuvieron la posibilidad de refugiarse en las tareas cotidianas, o en otra cosa que no fuese la emergencia de la realidad que se vivía en los pasillos del hospital.
“¿Cómo hoy un enfermero se queda sin laburo”, se pregunta Cintia Buera, enfermera y delegada de ATE en el Hospital Rivadavia. “Si no fuese por nuestro trabajo se muere tu vieja, tu abuela o el que sea porque somos nosotros los que estuvimos vacunando. El médico a las 2 de la tarde se fue y el hospital se sostiene por el enfermero que se queda al lado del paciente”.
Aunque en este contexto parece más brutal, el destrato hacia este sector no es un fenómeno nuevo. Las enfermeras y enfermeros son quienes realizan el 70 por ciento de la atención primaria y a pesar de esto en muchas provincias ni siquiera son consideradxs profesionales de la salud. Su remuneración es muy baja y no se le reconocen los derechos que les corresponden como los días por estrés y descanso o el plus adicional que implica desempeñarse en un área crítica.
“Que nos consideren administrativos es una deuda que la sociedad tiene con nosotros”, explica Cintia Buera, quien también denuncia como forma de violencia el poco acompañamiento que tienen sus reclamos por el resto de la sociedad: “Cuando hay una marcha de enfermería, nadie te apoya”.
A estos momentos de angustia, solo se les pudo hacer frente cuando comenzó la campaña de vacunación en el país. Para quienes trabajan en salud, contar con una inmunización significó un enorme alivio y un nuevo horizonte de expectativa después de meses de trabajar con el miedo de perder la vida. El problema fue que con el avance en la campaña, lxs enfermerxs que tenían la tarea de inocular ya no fueron necesarixs y varios empezaron a ser despedidxs.
“A ellos les importaba que vayas y labures. Si tenes covid o te morís, mala suerte porque nos usan”, cuenta Fernando Ferrin, un enfermero que recibió la semana pasada el mail de baja de la posta de vacunación en la que trabajaba. “Como no hay laburo, si en dos meses hay un nuevo pico de contagios y nos llaman porque nos necesitan, vamos a volver a ir los 200 mil enfermeros queriendo trabajar”, lamenta.
Ferrin se encontraba aplicando vacunas desde marzo bajo un contrato de planta transitoria. Aunque sabía que su empleo tenía la posibilidad de finalizar en cualquier momento sin previo aviso, le sorprendió que nadie se lo hubiese anticipado. Luego de recibir el mail, el destrato se mantuvo porque nadie le dio explicaciones concretas. “Van a seguir despidiendo gente especialmente ahora que en el colegio la vacunación se sostiene con uno o dos enfermeros”, asegura.
En junio la Asociación de Licenciados en Enfermería (ALE) informó que 203 enfermeros habían muerto a causa del coronavirus en todo el país. Durante los momentos más críticos de la pandemia el miedo al contagio y la muerte se volvió algo cotidiano y tangible para el personal de salud que no tenía posibilidad de detenerse.
Cintia Buera cuenta que, aunque tenían miedo, nunca se le pasó por la cabeza no ir al trabajo porque sentía que “era el momento en que tenía que estar” presente en el hospital. “Veías en la cara de todos cuando algún compañero más o menos querido se enfermaba. Veías la cara de angustia, de incertidumbre. Era lo único de lo que se hablaba”, recuerda.
Durante la crisis sanitaria, Buera se encontraba realizando tareas del sindicato y ayudando a los compañeros en lo que iban necesitando. Al principio eran muchas cosas porque no había materiales, ni barbijos, ni nada estaba demasiado claro. Fueron las enfermeras y enfermeros los primeros que aprendieron a guardar comida en el freezer por si era necesario hacer cuarentena en la casa o a contar con una muda de ropa y de materiales a los lockers para estar listo en caso de que hubiese que aislarse en un hotel.
“Se vivió horrible la pandemia, el primer tiempo con mucho miedo, de llevar el virus a tu casa, de contagiar a tu familia. Eran momentos tristes y tenías la sensación de que en cualquier momento te tocaba, que te iba pegando de cerca y todos los días había un compañero más que se contagiaba”, continúa.
Por otro lado, se vivía con cierta culpa por miedo a exponer a seres queridos o a otras personas al virus. La mayoría adoptó medidas extremas de cuidado y le parecía imposible hacerlo de otra manera. Buera dice que no salió en toda la pandemia, que su hija de diez años aprendió a diluir alcohol para preparar y que junto a su marido extremaron los cuidados.
Aun así, fue en este tiempo que su padre falleció por coronavirus y, aunque nunca se puede asegurar con certeza, Buera piensa que el contagio ocurrió el día que fue a vacunarse. Para quienes tuvieron que atravesar el dolor de perder un ser querido en la cuarentena, a lo brutal de la situación se sumó el no poder verlo nunca más, ni dar un último abrazo. Fueron muchos quienes dieron su último aliento en una sala de hospital, diciendo adiós por teléfono, pero Buera sabe que a pesar de esto no estuvieron solxs.
“Fue doloroso no poder despedirse de los familiares, pero yo estoy segura que mi viejo no se murió solo. Estoy segura que en el momento en que dejó de respirar había un enfermero o enfermera al lado porque eso también es lo que hacemos nosotros”, concluye.