Ilustración: Rulos Espaciales
Silvia apoya la pava a punto de hervir sobre un individual de crochet rojo y marrón y ofrece un budín en un PH en la localidad de Boulogne, al norte del Conurbano Bonaerense. Alrededor de la mesa hay varios trabajos de costura terminados o a medio terminar desperdigados por todos los muebles. En el living está la máquina de coser Janome con la que trabaja. Su gata es negra y se llama Kiki. Da vueltas por la casa y se entretiene con retazos que va encontrando por ahí. Silvia tiene 68 años y se jubiló hace tres.
Siempre supo bordar y tejer un poco al crochet. Su madre cosió siempre muy bien: les enseñó el oficio a ella y a su hermana mayor, pero hasta su jubilación usaba la costura para hacer trabajos en su hogar: una cortina, ropa para ella o un dobladillo a su marido. También hacía disfraces para sus hijas. “Cuando me pedían alguna cosa en el colegio, ¿viste? Los actos de fin de año, las fiestas patrias. Siempre me quedaban hermosas. Lo hacía porque me gustaba, a veces me quedaba toda la noche haciéndolos, pero me encantaba que las nenas se lucieran”, recuerda orgullosa.
Lo que era un placer, se convirtió en necesidad: ya jubilada se mantiene con sus trabajos de costura. Mejor dicho: tiene un extra para suplementar su jubilación mínima. Antes de jubilarse, Silvia trabajaba en una empresa de bolsas para locales que cerró. “Si no hubiera sido por eso, yo seguiría trabajando. Más allá de que necesito la plata, porque no me alcanza, también lo hago para distraerme un poco. Nunca supe estar sin hacer nada. Mi mamá siempre quiso enseñarnos un oficio, decía que eso siempre te salva cuando tenés alguna necesidad. Siempre nos empujó a tener alguna fuente de ingreso, a nunca depender de un hombre”.
Silvia insiste en que trabajar le gusta, que siempre lo hizo, que está acostumbrada y que no conoce otra cosa. Pero también que le gustaría que no fuera por necesidad, que se quiere dar “los gustos en vida”. Gustos simples, y ni siquiera para ella: regalos para los hijos, para los nietos, pasar tiempo con amigas y cocinar.
Estos consumos elementales se hacen cada día más lujosos: la Canasta Básica Total calculada en el mes de enero de 2025 por el INDEC estaba valuada en 334.536 pesos. Con el aumento de marzo, un jubilado que percibe el haber mínimo en Argentina cobra 279.121,71 pesos, a lo cual se le suma un bono de 70 mil pesos para un total de $349.121,71: solo 15 mil pesos por encima de la línea de pobreza.
Durante 2024 la inflación alcanzó un 117,8%, pero los precios de los medicamentos, según Defensa de Usuarios y Consumidores (DEUCO), aumentaron más de un 200%. En este contexto económico, el Gobierno redujo —y en algunos casos hasta eliminó— la entrega de medicamentos gratuitos por PAMI, forzando a muchos jubilados a interrumpir abruptamente su tratamiento.
El Estado profundiza el abandono
“Ay ay ay ay, qué risa que me da. Si tocan a los viejos, qué quilombo se va a armar", canta un grupo de hinchas de Chacarita que el pasado miércoles 5 de marzo llegó al Congreso a defender a los jubilados y jubiladas que reclamaban por sus derechos. Como cada miércoles, la ronda que rodea el palacio legislativo chocó con la Policía. “Milei, Bullrich cagones, los viejos en la calle con cojones”, sintetiza un cartel que se asoma entre la gente. Después del apoyo de los simpatizantes del "funebrero", hasta ahora unos quince grupos de hinchas de otros clubes se sumarán a la marcha de los jubilados de mañana. Entre ellos, Tigre, Deportivo Merlo, Ferro, River, Boca, Independiente, Racing, San Lorenzo, Vélez, Huracán, Lanús, Banfield, Gimnasia La Plata, Chicago, Estudiantes de Caseros, Temperley, Almirante Brown, All Boys, Atlanta y Excursionistas.
Con la amenaza del gobierno nacional de impulsar una reforma previsional y el vencimiento de la moratoria que permite la jubilación de amas de casa, jubiladas y jubilados de todo el país sufren cada día más el impacto del ajuste y el abandono estatal. Como dijo aquella vez el Diego, “hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”.
En Argentina, más del 40% de la fuerza laboral se encuentra no registrada: solo un mínimo porcentaje de mujeres de entre 55 y 59 años (11%) cuenta con veinte años de aportes. En 2005 se estableció por el decreto N° 1454 la extensión de la jubilación para amas de casa en un acto restitutivo hacia uno de los actores más invisibilizados de nuestra sociedad. La desde entonces denominada moratoria previsional no fue solo una reparación simbólica sino que significó un importante paso de inclusión para más de dos millones de mujeres que pudieron acceder a un ingreso propio y una cobertura de salud por el PAMI.
Esta moratoria vence el próximo 23 de marzo y se acerca la posibilidad de que estas jubilaciones sean reemplazadas por un mero aporte asistencialista, precarizando cada día más las condiciones de vida de los jubilados del país y profundizando cada vez más la brecha salarial entre hombres y mujeres. De acuerdo a los informes del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), 6 de cada 10 mujeres que están jubiladas lo hicieron a través de la moratoria previsional.
El descanso, ese sueño imposible
G. vive en Villa Crespo y tiene 73 años. Según ella, la pavorosa subida de la prepaga, los impuestos y los servicios se llevó puesta su jubilación. Por lo tanto, seguir trabajando se volvió indispensable para mantener una vida digna. Jubilada desde hace doce años, vive sola y en sus tiempos libres le gusta leer, ir al cine, el encuentro con amigas y la actividad física. Trabaja desde hace muchos años en liquidación de sueldos, siempre como monotributista y se jubiló como tal. Dado que su jubilación es muy pequeña, nunca pudo dejar de trabajar, solo reducir su jornada laboral: “Mi gran temor es no poder mantener la prepaga y la casa, temor de ser expulsada de la ciudad, del barrio, de mis vecinos. Amo a mi país, pero siento el síntoma del hormiguero pateado”.
La pulverización del Estado con el consenso neoliberal de los ‘90 dejó a G., como a muchas otras, en una situación de vulnerabilidad: “Fui testigo y protagonista involuntaria de la promoción del trabajo sin relación de dependencia y la tercerización de servicios en las grandes empresas, con lo cual una enorme cantidad de personas quedó sin protección social de ninguna especie. Se generalizó el monotributo como única posibilidad de seguridad social”.
Evidentemente, la jubilación no siempre es sinónimo de descanso. Es difícil coordinar una entrevista con Mónica. En sus mensajes se lee un constante ajetreo: “Mándame las preguntas o sino llámame después de la 18hs si preferís, que yo ahora me voy a trabajar; Bueno, lo hacemos a la 18 hs, ¿te parece? Te contesto por audio porque voy a tardar por texto”.
Trabaja dos días como empleada de una casa particular y otros días asiste a una señora de 93 años: “Dedico a mi trabajo 21 horas semanales, tres días a la semana, siete horas por día. Con mi esposo, que también está jubilado con la mínima, salimos menos. No vamos al cine ni cenamos afuera”. A sus 70 años también asiste a familiares ancianos en sus tareas cotidianas y sostiene que la jubilación para las amas de casas debe seguir: “El trabajo en el hogar es muy sacrificado. Se trabaja las 24 horas: haciendo limpieza, comidas, atendiendo a los hijos, al marido. Sos economista, maestra, enfermera”.
No es menor que muchas de las entrevistadas sean docentes, empleadas de casas particulares o de salud: en Argentina estos oficios son desempeñado mayormente por mujeres. Y su trabajo no cesa aquí: ellas todavía realizan el 75 por ciento de las tareas de cuidados.
Lucrecia tiene 74 años y es de Rosario. Expresa preocupación por las próximas generaciones: “Empezó a surgir con el nuevo gobierno, las redes fomentan esta cuestión de que vos te valés por vos mismo, que depende de vos todo lo que hagas y el éxito que tengas”. Pero aunque las entrevistadas tengan más oficios que la muñeca Juliana, en la Argentina de Milei ningún mérito es suficiente para garantizar un ingreso que permita la supervivencia.
Se jubiló en 2020 y fue docente de escuela terciaria. En este momento tiene un jardín de infantes con el que sigue trabajando porque la jubilación de docente, por supuesto, no le alcanza: “No tengo familiares a cargo, ni hijos, así que vivo en pareja, que también tiene un ingreso acotado. Está activo, pero no alcanza”. Lucrecia es, además, directora de cine, entre sus múltiples actividades. “Reniega” con el INCAA por la falta de actualización de los presupuestos y corre para poder terminar la postproducción de color y sonido de su film en tiempo y forma: “Hay un gran desprecio hacia el sector y eso hace que la vida cotidiana de las personas que hacemos arte o educación esté muy desvalorizada. Todo fue en contra de los que en algún momento peleábamos por una educación transformadora”.
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La brecha salarial no cesa
La implementación de la Pensión Universal del Adulto Mayor (PUAM), que otorga solo el 80% de la jubilación mínima y desconoce los años de aportes, agrava la situación de quienes no alcanzan los 30 años de contribuciones. Esta medida, al extender la edad jubilatoria de las mujeres a 65 años, consolida la precarización del sistema previsional. Un cambio que impacta de manera desproporcionada a las mujeres, quienes históricamente han enfrentado una marcada brecha salarial, y que se traduce en menores aportes a lo largo de su vida laboral.
La brecha salarial de género se refleja crudamente en el sistema jubilatorio. Un alarmante 79,4% de las mujeres jubiladas depende de planes de moratoria para acceder a una pensión, en comparación con el 47,5% de los hombres. Esta realidad proyecta creciente incertidumbre para las nuevas generaciones de mujeres mayores, quienes, tras dedicar gran parte de su vida al trabajo no remunerado, enfrentan nuevamente la carencia de aportes previsionales.
La falta de reconocimiento del trabajo reproductivo como contribución válida al sistema previsional perpetúa la desigualdad económica y condena a muchas mujeres a la indigencia en la vejez, dejando entonces el sostén de los mayores a cargo de su familia ―siempre y cuando la hubiese―. “¿Se deroga con estas políticas de forma definitiva el concepto de comunidad sostén para los mayores?”, se pregunta G. y continúa: “¿Es solo una consecuencia lógica del creciente individualismo, de esta falsa meritocracia de cada cual por sí solo? ¿Quién cuida de quienes nos cuidan?”
Cada miércoles las jubiladas ponen el cuerpo y reciben golpes y gases lacrimógenos de la Policía. La batalla también es cultural: para imponer el ajuste es esencial descomponer estas redes, dividir, e imponer el individualismo por sobre lo colectivo. El proyecto de reforma previsional y el fin de la moratoria son una declaración de guerra contra las y los jubilados, pero sobre todo contra las mujeres mayores, las principales afectadas por los cambios en las regulaciones.
