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"Ilustro para no olvidar": de la trama urbana al hilo de la memoria

Ilustro para no olvidar
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"Soy todos los lugares que en mi vida he amado", escribió la cuentista y poeta feminista Silvina Ocampo en su poema Canto. Treinta años después de su muerte, la frase se resignifica cuando es citada por Natalia Anush Kerbabian, arquitecta e ilustradora, en la bajada de uno de los posteos de Ilustro para no olvidar.

Ilustro para no olvidar empezó como un proyecto personal y fue tomando forma a lo largo del tiempo. Al comienzo, la intención de Kerbabian fue dejar registro a través de sus dibujos de aquellos edificios clásicos de Buenos Aires que eran demolidos a pesar de estar en buen estado para construir torres o cadenas de negocios.

La pérdida del patrimonio la empujó a generar un archivo de aquello que se perdía con los años y las topadoras. Ahora son sus seguidores y amigos los que le proveen la información, pasándole decenas de imágenes de construcciones históricas que van a ser demolidas luego del cambio cambio de código urbanístico y de edificación.

Empezó a subir los dibujos a redes sociales y lo que parecía una anécdota terminó siendo una marca del paso del tiempo. La idea fue cobrando relevancia y ahora son más de 27 mil personas las que confluyen en esta cuenta. Se trata de componer un mapeo ilustrado, un rizoma artístico de la memoria.


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Natalia es la mano detrás del dibujo, la que utiliza sus rotring para bocetar una fachada, para pintar una columna o sombrear una ventana barroca. Entre el eclecticismo de Buenos Aires colorea de manera digital las imágenes, explorando la multiplicidad de opciones de la técnica mixta. Natalia y su memoria activa son el motivo por el cual se mueven, como si tuvieran vida propia, lápices y pinceles. Ilustrar es la consigna, no olvidar el resultado.

Ilustro para no olvidar busca promover la revalorización de la arquitectura como patrimonio material y cultural de toda la ciudadanía. Es una manera de desnaturalizar los entornos cotidianos para valorar su belleza como si fuéramos visitantes ocasionales, exploradores o turistas de nuestra propia ciudad.

Entre las actividades que realizó, en 2023 participó del Festival de Caminatas, dio charlas educativas en diferentes institutos y fue invitada al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Además, hizo muestras en el Ministerio de Educación, la Casona de Flores y en Chimera Arte.


¿Cómo surge el proyecto de “Ilustro para no olvidar”?

Nace en la pandemia, cuando empecé a notar que en Buenos Aires se afianzaba como hábito la demolición de arquitecturas que estaban en perfecto estado y hacían al patrimonio de la ciudad. Durante un tiempo estuve juntando material y masticando la idea pero fue en julio de 2022 cuando vi que demolieron la casa de la esquina de Olazabal y Vidal, icónica para mí, cuando por fin el proyecto tomó forma. La recepción fue inmediata y muy buena. Yo no esperaba tanta interacción ni empatía. Creo que esto se dio porque interpeló a muchas más personas que sentían lo mismo ante la destrucción. 

¿Cómo hacés para encontrar las casas que te gustaría ilustrar? ¿Interactuás con tu comunidad de Instagram?

Si, la comunidad interactúa todo el tiempo. De esa manera rápidamente lo que era un registro personal pasó a ser un relevo colectivo. Cada persona que se sensibiliza con el tema me pasa información de su barrio e incluso de otras localidades, porque esto no pasa solo acá. Todos los datos pertenecen a la ciudadanía al igual que las historias de vida, las anécdotas culturales. Se genera una red.

¿Qué se pierde cada vez que se demuele una construcción?

Cada vez que se destruye una arquitectura histórica, se destruye el hilo de la memoria y con esto no solo la materia, que además muchas veces estaba en buen estado, sino la destrucción de un tiempo, de usos y costumbres, de relatos, de ubicación, de topofilia -que es el amor al territorio-, de reconocimiento del paisaje urbano. Es una ruptura de la trama urbana a muchos niveles. Lo que sucede actualmente es que no se demuele solamente un edificio histórico, sino que son tantos que la percepción de esa “casa grande” que es la ciudad cambia sin previo aviso. Un cambio que ni siquiera es pedido por la ciudadanía.

¿Cómo afecta la pérdida de memoria cultural a los lugares?

La memoria es fundamental para construir un futuro con identidad. Cuando no sabes cómo eran tus raíces, qué es lo que te identifica y lo qué te da peculiaridad, quedás desorientado y es más posible que seas manipulado de diversas maneras. Ahora la ciudad es pensada desde un clientelismo, te venden servicios, ya no hay una construcción desde la pertenencia, desde el arraigo. Hay un fachadismo.

¿Qué efectos tiene la gentrificación y la pérdida de espacios verdes?

Tanto la gentrificación como la pérdida de espacios verdes afectan a la calidad de vida. La gente se desconecta del suelo, que es una de las necesidades básicas. Nuestra ciudad está sobre tierra firme, somos seres biológicos que no podemos estar desconectados de lo natural. Cuando las personas dicen “si querés más verde andate al campo", no se dan cuenta que hay un montón de cuestiones que son intrínsecas del ser humano en esa relación con el territorio. La pérdida de espacios verdes nos afecta anímicamente. Cuando estás a las corridas viendo cómo hacer para pagar el alquiler, ir al laburo y correr a tomar un colectivo esto se normaliza.

¿Qué otras aristas tiene el proyecto?

El proyecto tiene una pata educativa, de hecho la muestra más larga fue en el Ministerio de Educación, que duró de octubre a diciembre del año pasado. Cuando la gente ve los dibujos me cuenta sus historias de vida, se quieren llevar alguna ilustración, crean complicidades. En algunas muestras me pasó que venían personas que habían vivido ahí y me contaban sobre las casas. Ilustro para no olvidar propone diferentes aristas que tienen que ver con lo participativo: talleres, charlas, caminatas, libros, entre otras. Todo reúne y reconecta memoria afectiva y herencia intangible. Una especie de malla invisible que nos sostiene ante la barrida que irrumpe y los negociados que abundan.


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En 2021 la editorial Godot publicó Ciudad feminista. La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres, un libro donde Leslie Klein explica cómo la planificación de los espacios públicos, que están diseñados desde y hacia una experiencia masculina, afecta a las mujeres y disidencias. Esta corriente de urbanismo feminista trata de explicar por qué las ciudades construidas para un supuesto sujeto universal neutro en realidad responden al ideal masculino y pueden ser hostiles para las femineidades. Con ese bagaje se las debe entender como espacios diferenciados y jerárquicos moldeados a partir de un ordenamiento patriarcal y una mirada androcéntrica.  

¿Cómo impacta el cambio en el urbanismo a las mujeres y disidencias? ¿Creés que la ciudad es más hostil para elles?

Hay una deshumanización general en la arquitectura. Hay una homogeneización, una pérdida de identidad absoluta que nos afecta a todes. La sensación de “no lugar” es muy jodida. Está pensado todo para que vos compres y produzcas. Si rascamos un poco más podemos ver que hay algo patriarcal en la conducta fálica de construir en una cuadra de baja densidad poblacional una torre de 20 pisos. Allí todo queda condenado y devaluado. Hay algo de regocijo patriarcal en seguir ampliando el negociado inmobiliario. Esa voracidad nos rompe la matriz, la trama urbana, que es como la madre de la ciudad. Hay una conducta violenta y machista en tener el poder de construir y obligar a los otros a irse o adaptarse.

¿Qué sucede hoy en día con el urbanismo de la Ciudad de Buenos Aires?

Hoy en día el avasallamiento es tal porque el sector privado de desarrollo inmobiliario está alineado con la ley. Eso produce que el código urbanístico se modifique a gusto de las grandes empresas, dejando sin resguardo arquitecturas que antes eran preservadas. Es una combinación letal. Para mi está bien construir, hay colegas que siguen generando cultura y patrimonio que en algún momento va a ser un legado, pero hay que construir en condiciones reales, en consecuencia con las características del lugar y respetando a la población. Para que la ciudad sea un hogar tiene que ser una extensión de nosotros. Todos los habitantes somos células activas que conforman un cuerpo. Nos tenemos que empezar a responsabilizar de los derechos que tenemos y accionar de una forma creativa. Cuando vos empezás a conocer al otro, a involucrarte en esa trama que es la ciudad, generás empatías, te transmutás.


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