La película I care a lot propone protagonistas con un discurso que se pretende feminista sólo para caer en los lugares más comunes de la mirada audiovisual masculinista.
El escritor y director de la película estrenada recientemente en Netflix, J Blakeson, ideó I care a lot a partir de las investigaciones emergidas hace unos años en Estados Unidos sobre guardianes legales que se dedicaban a estafar a lxs adultxs mayores que debían proteger. Pero, ¿es esta película un intento de apelar a la humanidad perdida en el post-capitalismo y volver la mirada hacia lxs más débiles y desprotegidxs? ¿La crítica al orden social y las frases reivindicativas puestas en boca de su protagonista se sostienen luego en el discurso de la película?
Marla (Rosamund Pike) es una mujer lesbiana y feminista que se desempeña como guardiana legal de personas de la tercera edad. Así, logra manejar los bienes de sus víctimas y hacerse rica mientras lxs ancianxs están internadxs y drogadxs en hogares. Sin embargo, el foco de la película no estará en lxs adultxs mayores, y en cómo el sistema legal de Estados Unidos permite -ya que la película no lo acusa de cómplice consciente- este tipo de atrocidades. El film se centra en la lucha entre nuestra impecable villana y un mafioso ruso (Peter Dinklage), que intenta sustraer a su madre de las garras de Marla.
A pesar de las varias falencias del film, que luego de la primera hora sólo se dedica a perder verosimilitud, tono y cualquier tipo de rigurosidad en la trama, resulta interesante aquí la elección de tener una villana homosexual y feminista, y qué función cumple dicha característica del personaje. Su sexualidad y su retórica anti-machista parece ser lo único que define a Marla, ya que no se nos presentan datos de su pasado ni su personalidad, su motivación o cualquier aspecto con el cual poder identificarnos como espectadorxs. Sólo se nos hace saber que le gustaría ser muy rica, lo que no constituye un rasgo de personalidad y menos para un personaje protagónico al que hay que seguir dos horas. Veamos entonces cómo se trata su lesbianismo y luego su feminismo.
La representación del lesbianismo en la pantalla se encontró por años íntimamente relacionada con lo delictivo, la agresividad y la perversión, cuando no literalmente al crimen y el asesinato. De mano del revisionismo feminista comenzaron a aparecer otro tipo de personajes lésbicos. Lo que propone I care a lot, ¿es el cierre de esa brecha, una posición neutra o un retroceso? ¿ya podemos volver a las villanas lesbianas de otra manera si son declaradamente feministas?
Que las pocas lesbianas que veíamos en pantalla solieran ser asesinas perversas que odiaban acérrimamente a los hombres (pero “jugaran como ellos”), es un tropos que se destaca en la producción hollywoodense desde el Código Hays. El mismo dictaba que los personajes “sexualmente desviados” no podían ser queribles, ya que el público no debía empatizar con ellos en ningún momento y se le debía recordar permanentemente que eran condenables. Pero cuando se levantó dicha “vara moral”, sus efectos siguieron operando en tanto pervivió en todas las obras de la época que formaron a generaciones de creadorxs audiovisuales de todo el mundo.
Podemos sospechar que el lugar común de la lesbiana peligrosa y asesina parte de un miedo absoluto a que las mujeres, cuando sustraídas de alguna manera a la dominación masculina, actúen como los varones actúan con nosotras. Pero también, y en este film este aspecto es omnipresente, esconde un subtexto de que la dominación masculina se acaba casi mágicamente cuando la mujer en cuestión, e individualmente, decide no dejarse intimidar. Es decir, como feministas no hace falta organizarnos y luchar colectivamente para transformar un sistema que es injusto, sino que bastaría con que una mujer asuma una actitud un poco más temeraria, y el juego ya estaría equilibrado.
Una de las manifestaciones del carácter indómito de Marla, efectivamente, es que no teme ni se repliega ante las amenazas de los varones, dejándoles en claro que, ante sus ojos, que ellos tengan pene no es una fortaleza sino una debilidad. Sin ir más lejos, Marla pasa de ser una estafadora y una criminal de cuello blanco a andar con un bate de béisbol, jeringas con sedantes y armas Taser para enfrentarse a más de uno sin que antes se dé cuenta de ningún tipo de entrenamiento o conocimiento al respecto de dichas prácticas. Marla y su novia Fran (Eiza González) sobreviven a los elaborados intentos de asesinato orquestados por la mafia rusa casi por mera fuerza de voluntad, unas auténticas supermujeres feministas de acción siempre impecables en look.
En este punto, sin embargo, es cuando el feminismo del personaje necesita ser interrogado. Desde el minuto uno vemos como Marla parasita a mujeres indefensas mientras invoca un discurso de poder femenino. Nunca es confrontada al respecto por ningún personaje o contrapunto irónico, e inclusive varias otras mujeres participan de su red de explotación; lo que naturaliza su posición como algo no problemático. Entre esas socias se encuentra Fran, su novia/asistente latina que pasa la mitad de la cinta con la boca abierta y es 11 años más joven que ella, cumpliendo con todos los estereotipos de la latina sexy escolta del protagonista villano que ya interpretó en “Baby Driver”. De alguna forma, se erigen como lesbianas que aunque contesten y combatan a distintos varones a su alrededor, no dejan de reproducir la hegemonía. Marla no molesta, no cuestiona y no lucha con el sistema patriarcal capitalista en ningún momento, sino que florece dentro de su paradigma.
Pero lo que delata lo poco que hemos avanzado desde el código Hays, y que este se encuentra virulentamente vigente en esta película, es su final. Después de haber logrado salvarse de la muerte, rescatar a su novia del mismo trágico destino y haberle probado al mafioso ruso que lo podría matar si quisiera, Marla se deja seducir por su oferta comercial. La película no sólo deja a Marla como una feminista de pacotilla sino que la construye y la valida a través de la mirada de un personaje masculino como una mujer capacitada para jugar en las grandes ligas, o lo que equivale a decir en este film, con y como los varones. Ella parece muy complacida por la validación del sujeto que logra ver su potencial y rápidamente la vemos prosperar como una gran empresaria. No contento con esto, el creador de I care a lot da otra vuelta de tuerca conservadora. No deja que Marla se salga con la suya sino que, como dictaba Hays, la hace asesinar a último momento por el típico hombre americano.
Una vez más la salida propuesta a los problemas estructurales es la individual. A Marla no la descubren las autoridades, no es repudiada por la opinión pública, sino que el vengador que hace "justicia" por mano propia es la figura cómplice del espectador indignado. Después de regodearse en escenas de golpes y torturas, la cinta nos hace participar del asesinato de una mujer en manos de un varón que le había deseado que la violaran, no sólo como algo aceptable sino como deseable y justo.
Inclusive aceptando que un varón cis y heterosexual como J Blakeson esté contando estas historias y que lo haga con actrices que no se declaran lesbianas, la pregunta que no podemos dejar de hacernos es ¿por qué los varones insisten en representar el feminismo como algo hipócrita e individual y el lesbianismo sigue asociado a la perversión y termina trágicamente? ¿Será acaso que es más fácil presentarse como diverso con las villanas que con las heroínas? ¿Es acaso esta cinta una forma de retomar el discurso del peligro de las mujeres profesionales, ambiciosas, sexualmente proactivas y sin hijos al mejor estilo femme fatale que a los varones se les celebra?
Con este film los avances con respecto a la representación del feminismo y del lesbianismo parecen hacerse trizas. De hecho, la película parece demasiado similar al tratamiento que en 1974 se le dió a una pareja de lesbianas que vivían de la explotación de adultxs mayores en “Police Woman”, lo que mereció una oleada de protestas como se muestra en el documental “Visible: out on television”.
Una vez más el feminismo es desacreditado como una fachada para mujeres psicopáticas y agresivas que sólo persiguen su interés. Una vez más el lesbianismo es utilizado como una vía de masculinización con pinceladas eróticas para el espectador varón cis heterosexual que termina en una muerte aleccionadora en manos de “los hijos”.