En abril se estrenó en Netflix la serie Heartstopper, la adaptación de las novelas gráficas de Alice Oseman, y la repercusión se sintió inmediatamente en las redes. Además de les fans delirando por ver la obra adaptada, también hubo muchísimas personas que cayeron ante los encantos de una serie queer llena de ternura e inocencia.
Heartstopper brilla al representar varias experiencias diversas dentro de la sexualidad. Y termina de encantar por la forma en que narra a sus personajes y al amor. Charlie, un chico gay, tímido y nerd, y Nick, el rugbier popular de la escuela, viven un romance adolescente, pero no son los únicos arcoíris en un mundo de grises. A ellos los acompaña Elle, una chica trans que se cambió a un colegio de chicas, Tara y su novia Darcy, y Tao, un chico hetero-cis que siempre está dispuesto a enfrentar a los bullys de Charlie para protegerlo.
Una versión más auténtica del final feliz que queremos
Además de la discriminación y la homofobia, Heartstopper también habla de otras cosas. Los amigos rugbiers de Nick molestan constantemente a Charlie y Tao, cosifican a las mujeres y le insisten a Nick para que salga con una: “A veces eres tonto con las chicas”, le dicen. Ser amigo de ellos, descubre Nick, lo hace cómplice de esas conductas, de ese machismo.
Pero cortar con esos vínculos y desprenderse de esa capa protectora que es pertenecer a la heteronorma no es fácil. Nick tiene miedo de mostrar abiertamente su disconformidad pero no le gusta ver cómo esos “amigos” hacen del machismo y la homofobia su pasatiempo grupal. Charlie lo entiende, lo espera y lo acompaña. Sabe que los procesos y descubrimientos funcionan diferente para cada une y que los tiempos son muy personales. "Hay muchas otras sexualidades además de ser gay y hetero. No tienes que descubrirlo ya, yo no desperté un día y dije '¡oh, supongo que soy gay ahora!'", dice Charlie en las novelas.
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La serie retrata la discriminación y el miedo que sufren las personas queer pero también muestra un mundo más feliz de transitar si lo hacés con compañeres que se disponen a defenderte y quererse en la diversidad. Un mundo más amable dónde les padres, madres y hermanes acompañan el descubrimiento sexual con una taza de café, una película nocturna y un "llámame si te tratan mal".
Heartstopper nos muestra el mundo que podemos tener, el que intentamos construir todos los días. No es fácil ni va a serlo, la serie no nos engaña con eso. "Compartir cosas así lo cambia todo y no siempre para mejor", admite Tara ante su novia. En cambio, nos ofrece una visión más auténtica y real del final feliz que buscamos.
El futuro será diverso o no será
Heartstopper nació y explotó en medio del éxito de las historias de género Boys Love (BL) y Girls Love (GL), es decir, de romances entre personas de mismo género. En los últimos años los productos culturales con historias de amor gay comenzaron a proliferar por los medios y ganaron gran popularidad.
Sin embargo, una mirada crítica del boom del BL y GL nos advierte sobre el riesgo de fetichizar las relaciones homosexuales o generar estereotipos en los roles sexuales. El peligro es crear clichés rígidos y estigmatizantes que reproduzcan las lógicas de la comedia romántica heterosexual.
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Antes de que el BL se transformara en un género tan popular las historias homosexuales se caracterizaban por ser trágicas y tener finales tristes. Películas como Brokeback Mountain (Secreto en la montaña) o Loving Annabelle, aún cuando contaban un romance sin estigmatizaciones, terminaban retratando historias moralizantes donde el peso de la sociedad homofóbica hacía imposible un final feliz.
Heartstopper evade estos riesgos y propone otras rutas. Una historia adolescente dulce, con obstáculos y dificultades pero con una perspectiva de final feliz muy real y concreta. Que las nuevas generaciones vean a Charlie, Nick y sus amigues imponerse a la homofobia y el machismo para conquistar su final feliz posibilita proyectar otros futuros.
Y si les adolescentes queer pueden creer que tienen un final feliz esperándoles significa que algo cambió en la forma de representar a las disidencias.
Navegar la incomodidad es más fácil con un referente
En algún punto de 2018 conocí Heartstopper. El azar de las redes sociales (o los algoritmos, que de azar no tienen nada) me llevó a la novela gráfica escrita y dibujada por Alice Oseman. La historia era simple: un adolescente gay tímido y nerd se enamora del rugbier super popular y aparentemente heterosexual de su escuela. Nada que las miles historias de BL no nos hayan dado antes.
Sin embargo, llegó en el momento que más la necesitaba. Hacía apenas un año había descubierto mi bisexualidad cuando me enamoré de una amiga. Con crisis, pánico gay y cuestionamientos de mi identidad incluidos me preguntaba quién era ahora que me gustaba una mujer. ¿Cómo podría ser mi futuro de la mano de una chica? ¿Dónde quedan todas esas expectativas de una vida heteronormada que proyecté desde la infancia?
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Descubrir la bisexualidad fue caótico, desordenado y, sobre todo, confuso. “Estaba confundido y sorprendido y tengo una crisis gay con todas las letras. He estado tan, tan confundido”, dice Nick cuando le confiesa sus sentimientos a Charlie.
Heartstopper puso en palabras ese momento tan extraño en el que una se siente incómoda en su propia piel, perdida; como si el mapa que guiaba nuestras vidas hasta ese momento ya no sirviera para la nueva ruta que venía. “Me gustaron chicas antes, pero ahora me gustas tú. Al principio pensé que te quería como un amigo, pero ahora no sé qué soy…”, admite Nick y yo dije: ¡Sí, esto era, así me sentí yo!
Que un consumo cultural pueda poner en palabras esa incomodidad agobiante y liberarla revela el potencial de la ficción como posibilitador de imaginarios más felices y diversos.