Fotos de portada: Strummer PH
“Llegar al verano” y “ponernos en forma” son algunas frases que solemos escuchar y naturalizamos. ¿Acaso no todes llegamos simplemente cuando nos despertamos el 21 de diciembre? ¿En forma de qué? ¿De dónde salieron estos términos? ¿Por qué es importante problematizar y entenderlos como violencia sistemática hacia nuestras corporalidades? ¿Qué sucede con el sistema de la moda? ¿Por qué las diversidades aún estamos por fuera?
Hace unas semanas atrás, desde Feminacida compartimos una serie de tweets dónde una usuaria de la red social manifestaba su disconformidad a la hora de comprar ropa para ir al gimnasio: todo muy reductor, con molderías poco cómodas y la usual falta de talles. Incluso en modo de chiste comentó que “hay que ponerse en forma para empezar al gimnasio”, haciendo alusión a que, con el cuerpo actual, no tiene qué ponerse. Entonces, si la sociedad nos señala con el dedo a las personas gordas y nos mandan a bajar de peso en nombre de nuestra salud, pero no tenemos qué ponernos, ¿cómo hacemos ejercicio? ¿Por qué la ropa está pensada sólo para la comodidad de la hegemonía? ¿Qué sucede específicamente con la ropa fitness?
Moda Fatness: de una gorda para otras gordas
Desde los seis años que el mundo del deporte conquistó mi corazón. Durante mucho tiempo entrené y competí en diferentes disciplinas pero pocas me llenaban el corazón de amor como el agua. Lo que me cambió la ecuación fue volverme una niña gorda a los diez años, a causa de una enfermedad en la piel. Aumenté mucho de peso y en poco tiempo tuve que empezar a habitar otro cuerpo totalmente ajeno al que estaba acostumbrada, sumado al bullying sistemático que recibía por parte de mis compañeres en el colegio. Fueron momentos duros y lo único que me salvó fue esconderme en el personaje que me había armado: “la gordita ágil”.
Durante toda mi vida fui una "gorda fashion", pero siempre elegí la comodidad. En mi adolescencia me di cuenta que vestirme con lo que me gustaba y me fuera cómodo, era la figurita difícil. Lo que encontraba, me lo llevaba, porque no había otra cosa. Pasaba horas mirando las revistas con looks que nunca me iba a poder poner.
Con la ropa deportiva para el club me pasaba lo mismo. Muchas de mis compañeras podían lucir sus conjuntos deportivos o una malla con colores estridentes y yo, siempre, de negro y azul. Además de la violencia que sufría mi cuerpo simplemente por ser una disidencia, siempre era la distinta y la que nunca iba a poder vestir ese top y calza que tanto anhelaba. En esos momentos, no había rastros del activismo por la diversidad corporal ni referentas.
Crecí y los caminos me llevaron desde la Licenciatura en Trabajo Social hacia la militancia gorda, terminando en el emprendedurismo. Empecé a investigar sobre activismo gorde allá por el 2013 y me rompió todos los marcos teóricos: entendí que el problema no era yo, sino la sociedad. Y que todo estaba pensado para la delgadez: los espacios públicos, la salud y la ropa eran privilegio delgado.
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Con la ropa deportiva tenía una deuda conmigo misma. ¡Qué bronca ir a locales mainstream, que me guste todo y que todo sea tan hegemónico! Si en las casas de ropa urbana hay pocos talles; en la de ropa para entrenar, menos. Y eso me llamaba la atención. ¿Por qué la ropa deportiva es mucho más restrictiva que otras? Es simple: si entrenás, por consecuencia sos una persona fitness y, por lo tanto, tenés determinado talle. De algún modo nos están diciendo hasta donde. “XS - S - M - L”, mayor a esto, ya no sos “fit”.
¿Entonces las personas gordas no pueden entrenar? ¿Una persona que entrena tiene que sí o sí ser delgada? ¿Por qué otros tipos de cuerpos no podrían ponerse una calza? O pensado de otra forma ¿por qué la ropa para entrenar la pensamos solo para cuerpos delgados? ¿Qué construcción tiene la gordura en lo social para que sea rechazada de los ámbitos fitness?
Kalista Sports es mi segunda hija. Nació en 2019 para abrazar a la Sami de los diez años que nunca pudo ponerse un conjunto deportivo que le guste. O una malla de natación fucsia con violeta. Lo que siempre tuve claro desde el momento uno es que necesitaba que las molderías base sean pensadas para chicas plus: tiro alto, doble refuerzo y una cintura que contenga. Que la tela sea gruesa para que no se te vea la bombacha a un kilómetro. Ídem con los tops: doble tela y reforzados. Y lo más importante: que la tabla de talles fuera abarcativa. Las gordas no terminamos en un talle 50, existimos arriba del 60 también y no hay tantas opciones para nosotras. El proceso inicial duró como dos meses porque necesité probar toda la curva en distintos cuerpos para asegurarme que el calce sea cómodo: que contenga, pero no te ahogue. Que sostenga el busto y no te duela.
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Lo que me di cuenta, en mi corta experiencia como fabricante, es que cuando hay una persona gorda haciendo ropa para otras, la ropa es distinta: sabemos lo que necesitamos. No es lo mismo hacer una progresión de un talle 1 a un talle 8 solamente por incluir. La moldería tiene que estar pensada para el mundo diverso. “Me pasaba que iba a comprarme un corpiño y la tira del costado me dejaba marca, o las bombachas eran pequeñas adelante en el caso de las tangas”, cuenta Juli de Malitas Perras, una marca de lencería inclusiva que arrancó haciendo prendas eróticas, algo que no existía para nosotras.
La moda es política
Siempre que pensamos en moda, lo relacionamos con “la tendencia”, pero es mucho más que eso. Todo su sistema se basa en el sentido de pertenencia: la identificación con algunos estilos o la manera de expresarnos en el vestir son prueba de ello. A través de cómo nos vestimos, estamos queriéndonos imponer y ser relacionades con algún tipo de grupo. Pensar a la moda como algo despolitizado es un gran error porque el vestir es político y nos posiciona en diferentes lugares.
¿Alguna vez pensaste quién hace la ropa que tenés puesta? ¿Por qué estaría mal que pocos puedan acceder a distintas prendas simplemente por no tener un cuerpo delgado? ¿Quién consume la ropa mainstream y por qué es importante otro tipo de consumos más justos? Cuando hablamos de politizar la moda, queremos hablar de derechos, de los cuales la mayoría están vulnerados. Primero tenemos que entender la moda como un sistema: desde el momento que se produce la ropa, hasta quiénes la consumen y de qué manera.
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Si hablamos de derechos en toda esa cadena tenemos: trabajadores textiles en condiciones de explotación, prendas confeccionadas en talles pequeños o únicos, campañas sin diversidad corporal. Por eso, no tenemos que conformarnos con este “cis-tema”, sino apuntar a transformarlo, como lo hacen muchas marcas de Argentina que tienen una producción horizontal, sustentable e inclusiva. Una de ellas es Limay Denim, creado por Mechi Krom que se define como diseñadora y ñoña: “Me siento muy cómoda con la parte de producción, trabajé muchos años en una fábrica hasta que cerró y lo que más me gusta es probar y ver qué tenemos como resultado final. La gente que siempre me rodeó, mi grupo de amigues es diverso y lo primero que hice fue pensar en ropa para que elles puedan vestirse, que no sea un problema el talle”.
Diversidad corporal es justicia social
“No queremos pertenecer a la parte frívola de la moda. Buscamos que se identifiquen rompiendo todo tipo de límites. Evitamos que las personas que nos elijen, se sientan frenadas y que cada una lleve su cuerpo como tenga ganas. Por eso hacemos ropa libre: Libre de prejuicios y de estereotipos”, cuenta Ana de Wiip Indumentaria, una marca de ropa urbana, con una tabla de talles inclusiva y con prendas que jamás hubiéramos pensado que podíamos conseguir: ropa de sastrería, bodys y crop tops.
El camino de la inclusión y emprender no es sencillo. Como fabricante me encontré con muchos muros: modelistas que no tienen idea en progresionar y nos quede bien en todas las curvas; que las diseñadoras entiendan por qué pedimos, por ejemplo, que la cintura de una calza sea doble tiro alto y la importancia que el elástico esté cosido a la cintura. Y que la comunicación no sea solo para los talles más pequeños, sino que se muestran distintos cuerpos. Nadie más que nosotras sabemos lo importante que es sentir que pertenecemos a través de una prenda. ¿Saben la cantidad de feminidades que me han dicho que jamás usaron una calza en su vida? ¿O que no iban a entrenar porque solo podían usar un “short de varón” y les daba vergüenza?
No queremos ponernos más en forma, ni tener marcas en la piel por la ropa incómoda, ni llorar porque no entramos en un probador. La única norma que aceptamos es la de los derechos para los cuerpos diversos. Democratizar la moda es urgente: no queremos más momentos amargos, sino gozar y disfrutar de nuestra diversidad. La moda tiene que ser para todes, y no un slogan, sino políticas públicas que nos garanticen una vida digna.