Con la mayoría de las restricciones levantadas, vuelven las entregas de diplomas, los eventos de cierre de año y las fiestas de fin de curso en las escuelas secundarias. ¿Cuáles son las configuraciones culturales que se inscriben en las diversas formas de celebrar que tienen lxs adolescentes hoy? ¿Cómo dialogan con los recuerdos que lxs adultxs tenemos de esos festejos? Aunque todavía quedan violencias por sanar y consumos por desarmar, es posible hacer una lectura con los lentes de la Educación Sexual Integral y dejar los prejuicios afuera del salón.
De disfraces y caravanas, fiestas de ayer y de hoy
Un grupo de amigas intercambia por WhatsApp distintas experiencias sobre sus fiestas de egresadxs. Ninguna supera los treinta años. Las fotos que comparten generan risas y chistes. ¿De qué se ríen? Camila posa arriba de la tarima con un disfraz de conejita de Playboy. En seguida se la ve a Tatiana vestida de enfermera y Malena sonríe en corpiño y pollera con un vaso de vodka en la mano. Monja, mecánica, domadora de circo, azafata, lecherita, colegiala. ¿Qué tienen en común? ¿Por qué, después de un tiempo de intercambio, las anécdotas pierden la gracia? ¿Qué es lo que causa vergüenza e incomodidad?
Agustina Giraudo tiene 33 años, es licenciada en Comunicación Social y egresó en 2005 de una escuela secundaria de la provincia de Córdoba. Al recordar el viaje de fin de curso a Bariloche, pone énfasis en la noche de disfraces. Ella y sus compañeras fueron vestidas con una pollera, una remera corta y una gorra camuflada simulando el traje de militar. “En la pista se repetían los estereotipos de mujer sexy. Todos los disfraces estaban vinculados a la sexualización de las pibas, mientras que a los varones se los caricaturizaba con túnicas amplias al estilo Padre Coraje o con pijamas amplios para parecer presidiarios”, relata en diálogo con este medio.
A raíz de la publicación en redes sociales que hizo Feminacida sobre la reproducción de violencia simbólica en las fiestas de egresadxs, Agustina compartió la experiencia con sus compañeras. A pesar de haber tenido recorridos distintos, de mayor o menor deconstrucción en cada caso, a todas les hizo ruido la vestimenta que llevaban puesta. “Era la oportunidad para que mis compañeros o el pibe que me gustaba vea una parte sensual de mí”, reflexiona y recuerda la presión de tener que estar atractiva: “No todas estábamos cómodas con mostrar ciertas partes de nuestro cuerpo. Muchas nos poníamos remeras o calzas abajo. Y en el lugar donde se retiraban los disfraces tampoco había diversidad de talles; sólo 1 y 2. Dentro de ese ‘deseo’ de mostrar había ciertas incomodidades por no encajar con el estereotipo de chica a la que le debería quedar bien ese tipo de atuendo”.
Durante una clase en el patio de una escuela secundaria de González Catán, los chats explotan de mensajes. Qué ropa se van a poner, qué bebidas se van a tomar, con quiénes van a ir, qué carteles van a llevar. Resulta que a fines de noviembre habrá una caravana de estudiantes donde se encontrarán las promociones que terminan el ciclo lectivo actual con las que egresarán el año que viene. Es así como estudiantes de quinto y sexto año celebran con una caminata por las plazas y las calles de la localidad el comienzo y cierre de una etapa más que significativa en la construcción de sus subjetividades. “Será porque es un sentimiento, será porque lo llevo adentro”, cantan: ser promo representa, para muchxs, lo más valioso del paso por la escuela secundaria. Ahora bien, ¿cuáles son los mandatos y expectativas que circulan alrededor de estos festejos?
Agustín Bártoli terminó sus estudios secundarios en 2020, en una escuela de gestión pública de Berazategui, al sur del conurbano bonaerense. A pesar de que su año de egreso se vio afectado por la pandemia, él y sus compañerxs tuvieron la oportunidad de festejar el primer día de sexto año y el último, después de la entrega de diplomas. Recibido de promotor de Salud Sexual en Casa Fusa y cursando la carrera de Comunicación Social, hoy hace una lectura crítica de lo que fueron las celebraciones de fin de curso. “Nuestra escuela trae consigo una militancia histórica por los derechos humanos y por la Educación Sexual Integral. Primaba mucho la voz de lxs pibxs, el centro de estudiantes trabajaba de manera muy activa”, cuenta el ex alumno de la media N° 7 "Ernesto Che Guevara", quien destaca que, por la presencia de la compañeras feministas en su división, aprendieron mucho y se empaparon de debates que enriquecieron su formación.
El joven recuerda la cursada de Comunicación, Cultura y Sociedad como un antes y un después en su manera de ver y analizar la realidad. “Hacia fines de 2019 empezamos a pensar qué cara le queríamos dar a nuestro proyecto del 2020 y, ansiosxs por cómo iba a ser nuestro último año, no queríamos pasar desapercibidxs”, avisa y en su discurso se imprime la importancia de la ESI: “Era una materia donde analizábamos los entramados sociales y culturales que naturalizan las violencias, entonces teníamos que hacer un festejo no sexista”.
“Otros cursos armaban cuentas de Instagram de las promociones, carteles y banderas. Circulaban afiches con frases cosificadoras hacia la mujer y no hacia el hombre. Se reproducía el estereotipo de la piba borracha, con buen cuerpo y el varón, en esa situación, era el que la pasaba mejor, el más campeón, el ganador”, puntualiza Agustín, pero repara: “No quiero santificar a mi camada porque no éramos ningunos santos, pero sí bastante críticos”. Lejos de hablar en términos de denuncia y señalamiento, hoy puede asegurar que había ciertos sentidos violentos que se colaban entre adolescentes pares. Con respecto a los mandatos y expectativas de los géneros, aclara: “Las pibas tenían que estar apretadas de ropa, para que se le noten los pechos y la cola. Y los pibes tenían que estar siempre activos y chamuyando, y todo planteado desde la heterosexualidad. Reventarse de alcohol y drogas, caer en ese estado a la escuela como una meta”.
Todo consumo es cultural
El “UPD” (Último Primer Día) es una costumbre que se masificó entre lxs adolescentes que inician el último año de la escuela secundaria. “Lo que representa una preocupación de este ritual es que se focaliza, principalmente, en el consumo excesivo de alcohol que se da la noche anterior al comienzo del ciclo lectivo”, introducen las docentes fundadoras de la cuenta Consultorio ESI, al ser consultadas por Feminacida.
¿De qué manera podemos trabajar desde la ESI, por un lado con los mitos y fantasmas que se arrastran en relación a los festejos de las adolescencias, y por otro, con formas más sanas, placenteras y libres de mandatos para celebrar el último año de la escuela secundaria?
“En nuestra cultura, el alcohol está incorporado socialmente como parte insustituible en situaciones de encuentro o festejo. El brindis con bebidas alcohólicas es parte del ritual en las celebraciones familiares”, explica Analía Álvarez, profesora de Biología y Química, quien fue parte del ciclo audiovisual Seguimos Educando. ¿Por qué parece entonces que si no hay escabio no funciona la fiesta? “Las formas del consumo en nuestra sociedad tienen que ver con un proceso cultural que es histórico y el consumo de sustancias psicoactivas, como por ejemplo las bebidas alcohólicas, no escapan a esta regla”, amplía la docente.
Sebastián Camacho es licenciado y profesor de Sociología en escuelas públicas y privadas del municipio de La Matanza. Entrevistado por este medio, observa en el consumo del alcohol un eje clave para pensar qué pasa con lxs pibes y la diversión: “Cuando eventualmente salen esas charlas en el aula, queda implícita la búsqueda del exceso como una condición sine qua non para pasarla bien. Sin embargo, nunca tenemos que perder de vista cómo lo viven ellxs desde adentro, escucharlxs atentamente”.
Al igual que Agustín, el docente percibe el impacto de los feminismos en las adolescencias. “Si bien no hay una transformación radical, sí se ven formas, actitudes, discursos disidentes. Hay situaciones donde se ponen límites más concretos. Aún así, también conviven situaciones claras de violencias: no sólo con las pibas en términos de abuso donde no media el consentimiento, sino también sobre los varones que son obligados a tomar, a consumir y se sienten presionados y descalificados si no lo hacen”, coincide Sebastián.
Al respecto, desde Consultorio ESI agregan: “Desde la infancia los medios de comunicación, principalmente a través de sus publicidades, incentivan y promueven la idea de que el consumo de alcohol se relaciona con el placer, la alegría y la posibilidad de formar parte de un grupo. Estas formas de consumo están tan incorporadas a nuestros hábitos cotidianos que hacen que resulte difícil advertir cuándo el consumo se torna problemático”.
No es sin los varones
Quienes trabajamos en educación advertimos la urgencia de intervenir en la construcción de nuevas masculinidades. “Debemos considerar las cuestiones de género que también atraviesan los consumos. En la adolescencia, la identidad se encuentra en un proceso de construcción muy ligada a la mirada de otras personas, en especial del grupo de pertenencia. Así también se constituye la masculinidad: asumir rasgos y conductas donde los varones demuestran que son ‘verdaderos machos’”, continúa Analía. Así es como se explicita la cultura del aguante: aceptar un vaso más de cerveza o conducir un vehículo poniendo en riesgo la propia vida y la de sus pares.
Por otro lado, Sebastián aporta que la interpelación a las masculinidades también se da repensando el contexto en el cual los adolescentes comienzan a incorporar conocimientos respecto a lo sexual, ya que muchos consumen pornografía desde más pequeños. A partir de la cultura falocéntrica estimulada y reproducida por esas representaciones, se configura la sexualidad y cómo se piensa el acto sexual. Persiste estoico el paradigma de la penetración. “Ser virgo o no es una categoría importante dentro de los adolescentes, porque o los clasifica en ciertos lugares de pertenencia o los excluye. Hay una división entre el que está más apto para la vida adulta y quien todavía no maduró”, analiza el profesor de Sociología.
Una escuela que acompañe
A un año de egresar, Agustín considera que en las escuelas hace falta hablar de los consumos problemáticos desde una perspectiva integral porque, algunas veces, la ESI en las instituciones peca de biologicista, se acota a lo meramente reproductivo y este tema queda absolutamente relegado.
“No vamos a dejar de tomar alcohol, no vamos a dejar de festejar, pero sí podemos problematizar de qué manera lo hacemos y ser conscientes de los efectos. Es necesario que la escuela cumpla un rol activo para concientizar y tensionar sobre los consumos y hábitos de las adolescencias”, asegura el joven, mientras Analía invita a encontrar la forma de trabajar de manera conjunta entre adultxs y adolescentes para poder generar una práctica saludable que no se contraponga con lo que desean lxs jóvenes y, al mismo tiempo, genere hábitos de cuidado entre ellxs.
“Cuando festejamos el UPD, llegamos a la escuela a las 10 de la mañana y los profes nos esperaron con té, café, medialunas y bidones de agua. Nos habían preparado un equipo de música para seguir festejando en el zoom y no estar en la calle. Fue una forma de cuidarnos desde la ternura, sin retarnos por caer medio entonados. Además, había una campaña informativa en los pasillos sobre los pro y los contra de consumir marihuana”, describe Agustín y el ejemplo se emparenta con lo que proponen las docentes de Consultorio ESI de compartir información científicamente validada, actualizada y acorde a sus necesidades e inquietudes.
“Hablemos sin caretas. Hay que generar instancias de sorpresa, de confianza, de empatía. A veces la formalidad hace que el proceso no sea eficiente. ¿De qué forma lo abordamos y cómo interpelamos efectivamente? ¿Hablando con crudeza? ¿Con lenguajes y formas más propias? ¿Con anécdotas y situaciones personales? ¿Con menos rollos y desde la transparencia?”, cuestiona Sebastián. Se traza entonces un nuevo desafío: aportar a un marco institucional donde no primen las lógicas punitivas y prohibicionistas en torno a las celebraciones de lxs adolescentes. ¿O acaso hay algo más placentero que encontrarse a festejar?