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"El viento que arrasa" o cómo narrar las paternidades

El vierto que arrasa
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El viento que arrasa es la última película de la directora y guionista Paula Hernández, basada en el libro de Selva Almada que lleva el mismo nombre. Es un trabajo en conjunto con Cimarrón Cine, productora y distribuidora de contenidos en Uruguay, Argentina y México.

La película abre la puerta a la vida de Leni (Almudena González), hija de un reverendo evangélico cuya misión es recorrer Argentina con sus lemas de fe. Sus misas son ansiosamente esperadas en cada pueblo al que va. Su llegada convoca a creyentes que viajan desde distintas provincias y países limítrofes, buscando ser bendecidos por aquellas palabras con las que el reverendo Pearson (Alfredo Castro) conforma las ceremonias. No saben que es Leni quien las escribe.

La escritura conlleva una observación atenta y detallada que es recurrente en la vida nómade de la joven, determinada por el trabajo itinerante de su padre. Espía las misas desde lejos, a veces desde un hueco en la pared que parece ser el único lugar que se le permite ocupar. Leni transforma la experiencia en un trabajo de campo que le provee nuevas ideas para sus guiones evangélicos.

Un evento en principio superficial con el auto de su padre atrasará el viaje por la Mesopotamia que tienen planeado: acompañante, gestora e hija. El fruto de este imprevisto es el encuentro con el Gringo, dueño del único taller de autos abierto en la zona y padre de Tapioca, un joven de la edad de Leni que también trabaja allí. El arreglo del auto se prolonga y el acercamiento entre dos tipos de vida, dos paternidades y dos crianzas, también.

El viento que arrasa es el movimiento constante de la vida de Leni, que nunca tuvo una casa, no habilita el tiempo de reflexión que sí encuentra en el taller ubicado en una zona rural casi deshabitada, en donde ve la realidad aparentemente opuesta que representa Tapioca, un chico que trabaja y vive en el mismo terreno y nunca salió de su pueblo.

El capital cultural difiere entre ambos y hace que el joven de pueblo chico quede anonadado cuando Leni le comparte su preciado walkman en el que, en secreto, escucha rock nacional; lo único que parece sacarla de la simbiosis con su padre, proceso que se ve cada vez más insostenible para ella cuando el calor irritante, el paso lento del tiempo en el taller, las imágenes de otra dinámica familiar y la incipiente aspiración de algo nuevo empiezan a mover los cimientos de todo lo que conocía. 



Las diferencias abundan, es verdad, aunque entre los dos entramados familiares aparece la similitud de una figura materna ausente: cómo narraron sus respectivos padres a aquella madre que no está guía la construcción que cada hijo e hija hizo sobre su mundo familiar y sus creencias.

Al mismo tiempo, ambas paternidades armaron sus vidas en una relación de estrecha compañía al menos física con sus hijos: trabajan y viven con ellos, siempre están juntos. Los que viajan lo hacen sin excepción acompañados y quienes siempre se quedan en su hogar, no se separan más que para atravesar los 40 minutos hasta la ciudad más cercana. 

En El viento que arrasa el choque de mundos converge en el anhelo de Leni y Tapioca de construir sus caminos por fuera de la estructura familiar binaria que conocen. Al querer ahondar en las formas de vida que no responden a las crianzas ni creencias de sus padres, cada uno por su lado intentará ser más que un hijo acompañante. Tal vez las diferencias no eran tantas.

¿Podrán Pearson y el Gringo sobreponer el amor por quienes criaron ante sus propias doctrinas e ideales? ¿Podrán desdibujar los límites que sentaron?


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