Si bien se habla cada vez más sobre el ciclo menstrual, aún predominan los discursos biomédicos y tienen poco lugar los saberes experienciales de adolescentes y jóvenes. ¿Cómo construir una educación menstrual integral?
Desde hace algún tiempo, el ciclo menstrual ha comenzado a tener relevancia en la agenda pública. Los medios masivos de comunicación suelen publicar notas sobre el tema, y ya no exclusivamente en la sección de salud; los feminismos lo han incorporado como tema relevante para hablar de equidad, de derechos y de autocuidado; el mercado ha sabido aggiornarse para aprovechar el nuevo clima de época; e incluso empieza a ser “un asunto” de políticas públicas (aunque en Argentina esto sea todavía muy incipiente).
En el contexto local actual, bautizado por la periodista Luciana Peker como “la revolución de las hijas”, lxs adolescentes y jóvenes también han empujado la menstruación fuera del closet. La mencionan en carteles que llevan a las manifestaciones, en videos que publican en YouTube, en historias de Instagram y también en canciones. Pero no se trata sólo de mencionar el tema. Cuando lxs chicxs hablan del ciclo menstrual ponen en juego saberes que han adquirido con la práctica y que, la mayoría de las veces, no fueron parte de la formación premenarca.
La experiencia menstrual es mucho más que un proceso fisiológico. Desde distintos espacios se ha señalado la importancia de enriquecer la información biomédica con una perspectiva que incluya los aspectos emocionales, económicos y políticos de la ciclicidad. Sin embargo, como en muchos otros temas que hacen a la vida de niños, niñas, niñes y adolescentes, lo que se dice sobre el ciclo menstrual continúa construyéndose desde una mirada adultocéntrica que concibe a quienes transitan infancias y adolescencias como sujetxs a ser formadxs, pero nunca como sujetxs de saber. ¿Cómo sería la formación menstrual si las experiencias adolescentes se consideraran una fuente valiosa de producción de conocimiento?
A sus 13 años, Cami tiene mucho para decir sobre el ciclo menstrual. Desde pequeña habla del tema con su mamá, con quien participó de un taller de celebración de la menarca. También es un tema recurrente en su grupo de amigas. Cuenta que en las clases de Ciencias Naturales le tomaron un examen sobre ciclo menstrual: “Me acuerdo que escribí un párrafo así de largo. Me expresé un montón. Con mis amigas sentíamos que sabíamos mucho porque teníamos nuestra propia experiencia”.
Las personas aprendemos cosas en nuestros quehaceres diarios. Lo que es más, generamos conocimientos que permiten explicar y comprender nuestras prácticas cotidianas. Se trata de saberes que surgen de la experiencia personal y de la relación con otrxs. Sin embargo, la mayoría de las veces estos saberes no se consideran válidos. Sobre todo en el espacio áulico, donde se prioriza el conocimiento validado científicamente.
En el caso de la formación menstrual se enseña sobre ciclos hormonales, ventana de fertilidad y periodización del sangrado. Esta información es importante y necesaria, pero ¿es suficiente? ¿Conocer estos datos alcanza para enfrentar el ciclo con menos temor y ansiedad? En clase se explica que la menstruación –por decirlo rápidamente– es sangre que sale por la vagina, ¿pero alguna vez se dice cómo luce esa sangre? Sabemos que no es el líquido azul que solían mostrar las publicidades, pero no se explica que es diferente, por ejemplo, a la sangre que sale de una herida. Como resultado, muchxs niñxs, aun habiendo recibido información antes de la menarca, no reconocen como tal la mancha marrón que ven por primera en la ropa interior, simplemente porque esperaban ver otra cosa. Esperaban ver sangre y eso no lo parece: es marrón, es pegajosa, es espesa.
Lali tuvo la menarca a los 11 años. Su mamá y su maestra le habían explicado qué era la menstruación y ella la esperaba con cierta expectativa. Sin embargo, no pudo darse cuenta cuando sucedió. “Ese día –rememora– yo había comido remolacha. Cuando fui al baño y vi que había hecho pis rojo pensé que era por eso. Le pregunté a mi mamá y ella me dijo que me había venido”.
En YouTube pueden encontrarse videos sobre ciclo menstrual producidos por mujeres jóvenes y adolescentes. Muchos de esos videos están destinados a chicxs que todavía no empezaron a menstruar o que comenzaron hace poco, por lo que el foco está puesto en compartir información e intercambiar experiencias personales que puedan ser útiles en la gestión cotidiana del ciclo. Por ejemplo, se comparten estrategias para quitar la mancha de la ropa o de las sábanas, métodos para fabricar compresas de emergencia y consejos para aliviar el dolor si no quieren o no pueden recurrir a los analgésicos. Es decir: aparecen allí saberes que surgen de la experiencia y que completan la formación menstrual desde una perspectiva de la vida cotidiana. Porque, además de saber cómo varían los niveles de estrógeno, la gestión del ciclo requiere de saberes prácticos.
En la tesis doctoral “Los cuerpos en la formación docente en Educación Sexual Integral” –de reciente publicación–, Micaela Kohen señala las ausencias que se producen en el aula al momento de hablar sobre menstruación. Lxs docentes por ella consultadxs asocian el ciclo menstrual a diferentes dimensiones de la vida cotidiana. Así, aparecen referencias a las emociones, al placer, al dolor, al autoconocimiento. Es decir, a los saberes que surgen de la experiencia y que, probablemente, sean compartidos entre docentes y estudiantes que menstrúan. Sin embargo, esxs mismxs docentes relatan que, cuando están frente al aula, dejan de lado esas dimensiones y abordan el ciclo menstrual casi exclusivamente desde una perspectiva biomédica.
Reducir la experiencia menstrual a un acontecimiento fisiológico es también una manera de reforzar el estigma. Al día de hoy nadie sabe a “ciencia cierta” por qué menstruamos. La respuesta más popular es que lo hacemos para lograr embarazos y tener hijxs. Para unx niñx de 11 años que todavía no decidió si alguna vez querrá gestar, ese argumento convierte al ciclo menstrual en una carga innecesaria. En la práctica cotidiana, sin embargo, quienes menstruamos aprendemos cosas de esa experiencia: reconocemos los cambios en el flujo vaginal durante las distintas etapas del ciclo, podemos identificar variaciones en los niveles de energía y hambre, reconocemos los movimientos de la libido y aprendemos a leer en nuestros cuerpos los indicios de que “nos está por venir”. Y esta lectura de nuestros ciclos nos permite reconocer patrones propios de normalidad y salud.
Romina Castro es una adolescente que ama los deportes. En especial natación. Cuando relata sus experiencias menstruales dice que, con el tiempo, fue aprendido a leer las señales del cuerpo para ajustar la rutina de entrenamiento a sus necesidades: “Sé que los días previos a menstruar tengo menos energía. Entonces, si me siento muy cansada, trato de tomar una siesta para poder seguir. Sé que son cosas que tengo que ir regulando”, dice. Visto así, el ciclo menstrual representa una oportunidad para tener agencia sobre el propio cuerpo, para conocerlo, cuidarlo y administrarlo. Quienes menstruamos contamos allí con una herramienta de autoconocimiento que puede resultar empoderadora. Pero para eso, es necesario poner en marcha una educación menstrual integral que enriquezca la mirada de la biomedicina al incorporar los saberes experienciales de las personas.
Esa es una manera de poner en valor lo que lxs adolescentes saben. Pero, además, recuperar esos saberes es una decisión política: es una manera de comenzar a construir un discurso menstrual más democrático y que reconozca a niñas, niños, niñes y adolescentes como sujetxs de saber.
Ilustración de portada: Ornela F. Laezza. Es Docente en Artes Visuales y productora de arte. Busca reflexionar visualmente sobre las diferentes formas de vivenciar las sexualidades. Actualmente vive en El Bolsón donde lleva adelante proyectos independientes de activismo artístico.