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"El espanto", donde creer es curar

El espanto
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El Dorado es una localidad ubicada al noroeste de la provincia de Buenos Aires, donde viven aproximadamente 300 personas. Allí, la medicina tradicional no ocupa un rol predominante sino todo lo contrario. “Nos curamos entre nosotros”, afirman varios vecinos en El espanto, documental dirigido por Martín Bechimol y Pablo Aparo. Y así es: malestares físicos, emocionales y espirituales son gestionados hasta su mejora absoluta por los curanderos que hay entre los habitantes. Pero hay una sola molestia cuya cura escapa de sus prácticas esotéricas. 

No, espanto no curo. Con eso no me meto.

Hace mucho no había un caso de espanto en El Dorado, pero una señora presenta todos los síntomas. La preocupación de los oriundos es total: aparte del “infierno grande”, este pueblo chico tiene como característica la cercanía entre vecinos y los recursos aprendidos de curandería que funcionan como puentes entre ellos y que no están dando resultado esta vez. 

La intriga y la curiosidad empiezan a cultivarse no solo porque nadie está logrando ayudar a la vecina espantada, sino por la cautela y el pudor con los que los residentes se refieren a este mal.

El espanto solo ataca mujeres y, aunque parecía incurable, no es así. Jorge tiene unos 70 años, vive del otro lado del puente de la pequeña localidad agraria y efectivamente lo cura. Mujeres de alrededores se acercan a su humilde casa siempre solas porque es condición para la cura y se van desespantadas. Parece haber claridad sobre los métodos de Jorge, pero reserva absoluta al respecto. 

El espanto propone un paseo intrigante por las conductas de un pueblo regido por creencias que contemplan como inamovibles a las estructuras clásicas conservadoras de la familia, el matrimonio, los roles de género y la actividad sexual, que resulta perversa si no se enmarca en los entramados mencionados. 

Todas las mujeres de El Dorado están casadas desde adolescentes. Todas con hombres de la misma localidad. “Gracias a Dios, eso no tenemos”, explicita uno de los curanderos entrevistados refiriéndose a los homosexuales. Sin embargo, vuelve a traer el famoso dicho sobre los “pueblos chicos; infiernos grandes”. 


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Todo lo que pasa en El Dorado se sabe, y hay quienes fueron vistos acercándose a lo de Jorge solos, en la noche, cuya identidad es reservada (al menos para los documentalistas y los espectadores). 

Entonces, la verdad, como siempre, entra en discusión: se define según el alcance del rumor, figura retórica que, en diálogo con los mitos y las leyendas que el pueblo se apropió, se instala sin cuestionamientos en los habitantes. ¿El rumor tendrá el mismo destino en los espectadores?

En El espanto —estrenado en 2017 y disponible gratis en Cine AR—, la incomodidad rompe la cuarta pared en reiteradas ocasiones e invita a ser parte de una lógica cultural que pondera las construcciones mitológicas con las que se nutre El Dorado por sobre los constructos y creencias que otras partes de la sociedad, tal vez mayormente occidentalizadas, desestima seguido. Tal es el caso de la medicina tradicional. 

En pos de construir la verdad sobre el pueblo, sobre el espanto, será inevitable el recorrido por los valores propios y ajenos. ¿En qué creen y en qué creemos?


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