Mi Carrito

Dorita, la maestra presente ahora y siempre

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Rodeada de muchas amigas, alegre y sociable por naturaleza. Hoy estaría seguramente en una fiesta, con un pucho en su mano y bailando al son de su sonrisa.

Dora María de Luján Acosta nació en época invernal,  un 24 de agosto de 1951 en Buenos Aires. Hija de Angélica Dora y Alberto, fue la mayor de las hermanas de este matrimonio de clase media.

Dorita, así la apodaban quienes que la conocían, su familia, sus amigas y sus compañerxs de militancia. Se caracterizaba por ser una mujer divertida, activa y de carácter. De contextura mediana, bajita, pelo negro azabache con grandes ondas, ojos color café oscuro, tez trigueña y de sonrisa compradora. Esa sonrisa acompañada de  grandes lentes que, según cuenta su hermana, atrajo varios candidatos y ganó muchos admiradores. Su baja estatura no era algo por lo que ella sintiera orgullo: usaba plataformas para sumarse unos centímetros. Sin embargo, lo aprovechaba en ciertas ocasiones. En la escuela, era la primera de la fila y tenía el placer de tomarle la mano a su maestra.

Creció en una casa familiar en el barrio de Flores, rodeada no solo por sus padres y su hermana María, sino también por su tía materna Rosita, docente de filosofía y escritora. Seguramente de allí venía su vocación. Recibida en el año 1969 en el mismo colegio donde transitó su primaria, Dorita se conviertió en maestra

Cuenta su hermana, que se destacaba en la escuela por sus calificaciones. Todos los años tenía excelentes notas y llegó a  ser abanderada y cuadro de honor. 

De espíritu aventurero, le gustaba viajar. Allí aprovechaba para leer, y  mucho. Cortázar, Bioy Casares, Borges, se encontraban en su repertorio. Más tarde comenzó a interesarse por lecturas con carácter social como Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Los discos de vinilos también formaban parte de su cotidianidad, sonaba en ellos Mercedes Sosa y Daniel Viglietti.

Con su hermana supo construir un lazo muy fuerte. Eran compinches y cómplices de secretos y confidencias, sobre todo los domingos cuando recostadas en sus camas se contaban las aventuras que habían tenido el día anterior. María la describe como una mujer fuerte, mandona y de carácter. Con personalidades muy diferentes, Dorita y María aún así no siempre se contaban todo, no porque no quisieran sino porque debían cuidarse la una a la otra. 

Durante sus primeros pasos como maestra llegó a realizar varias suplencias en la escuela Mallinckrodt, en el barrio de Retiro y cerca de la villa 31. Todas las mañanas Dorita llegaba con su guardapolvo blanco y caminaba por la única calle de cemento que en ese tiempo había. En ese entonces el nombre del Padre Carlos Mugica comenzaba a resonar más fuerte que nunca en el asentamiento. En 1974, el cura del barrio fue asesinado. A Dorita la noticia la angustió mucho. Tanto que a pesar de la insipiente lluvia, ella y su amiga emprendieron viaje para asistir a su velorio.

Dorita nunca se quedaría quieta. Comenzó una nueva carrera universitaria en la Facultad de Filosofía y Letras, que poco después abandonó para emprender otra. Es aquí donde su compromiso político se materializa. Militante del JUV (Juventud Universitaria Peronista) y del peronismo de base, reafirmó sus ideales y convicciones sin imaginarse que ese deseo de militancia sería el que marcaría su vida y el de su familia.

En pleno agosto del '74 ella y su hermana se encontraron a escondidas en la escuela. Ese día, recuerda María, entraba por la ventana un rayo de luz inmenso. Sentadas frente a frente en el escritorio, mientras Dorita corregía, se miraron, sonrieron y sin decir palabras celebraron, como nunca antes, el solo hecho de estar juntas. 

El departamento del próspero barrio de Recoleta sería testigo de la desaparición de Dorita. El 1 de marzo de 1977 sin mediar palabras irrumpen en su casa y en presencia de sus padres se la llevan. No hay registros acerca de su paradero. Nunca más nadie la vio. 

Las palabras de su hermana

"No puedo imaginarme a Dorita hoy. Sigo viéndola como entonces, joven, pícara, sonriente. No me la puedo imaginar con canas, hijos, nietos. La vida de Dorita quedó trunca en el tiempo, con sus sueños, sus proyectos, inmóvil, inconclusa. El hoy para la historia de vida de Dorita, está perpetuada en la historia de las futuras maestras del profesorado “Dora Acosta”. Quizás sería una profe más del “Dorita” y todos los 24 de marzo marcharía para recordar a los 30 mil detenidos desaparecidos, y gritar: '¡Presentes! Ahora y Siempre', con los dos dedos en V".

- Este artículo fue producido en el marco del Taller de Periodismo Feminista de Feminacida -

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