Con 19 episodios de 20 minutos, Derry Girls cuenta entre risas cómo es adolecer en medio de un conflicto armado. En los 90s, cinco amigos de Irlanda del Norte van a una escuela católica, en apariencia conservadora, pero dirigida por una monja que reza por la selección irlandesa de fútbol y expresa sus opiniones non sanctas. Hace más de 20 años que su ciudad es el escenario de una guerra sangrienta.
Esta comedia transcurre en una ciudad divida política y religiosamente, llamada Londonderry para los protestantes o Derry para los católicos. El conflicto armado entre estos dos grupos paramilitares y la Fuerza Armada Británica duró 30 años y se llevó consigo miles de vidas, pero no fue por motivos religiosos, sino de soberanía política. Los católicos proponían la independencia nacional y los protestantes eran pro-británicos.
“Ser una chica Derry es un maldito estado mental”
Las protagonistas de la serie son cuatro chicas norinlandesas, amigas de la secundaria católica y de esta ciudad segmentada. En una serie estadounidense, cada una de ellas completaría un arquetipo definido: Erin, la rubia y ambiciosa protagonista, sería una prodigiosa periodista joven; Michelle, la conflictuada, sedienta de vida y cómica, sería la chica sin ningún pensamiento original, pero la más popular del colegio; Clare, ansiosa, lesbiana y orientada a metas, sería la estudiante obsesionada con sus aplicaciones a universidades; y Orla, loca y poco convencional, sería una grosa del arte. Pero acá, en esta producción irlandesa, son personajes multidimensionales y reales en su adolescencia: todavía no desarrollaron de lleno sus potencialidades, están descubriendo quiénes son y tienen problemas típicos de adolescente.
No son perfectas, son raras, están confundidas y perdidas con la dirección que va a tener su vida. Son adolescentes atravesadas por una guerra, pero un día su mayor preocupación puede ser un examen para el que están poco preparadas.
La antagonista es Jenny, una chica que no es particularmente mala ni cruel, pero es molesta y eso, tan absurdamente adolescente y sumamente ordinario, es suficiente para el grupo. Sin embargo, el mayor antagonismo es el conflicto bélico siempre presente, siempre en tensión, pero limitado al ruido de una radio o una TV. Recién en la tercera y última temporada, con la madurez de las protagonistas y una posibilidad concreta de alcanzar la paz, el conflicto se debate en primer plano.
El primer día de clases llega James, el primo de Michelle, de Gran Bretaña. En vez de ir a la escuela católica de varones, va a la femenina “por su seguridad”. En la ciudad es el “pequeño niño inglés” y siempre está acompañado por el resto del grupo. En su personaje se juegan las disputas de la historia: un Imperio y una colonia, un disparador de un conflicto armado y los diferentes modos de ser varón. James habita la sensibilidad con seguridad y, por esto, los otros no terminan de verlo como varón o, en todo caso, lo identifican dentro de lo no-heterosexual. No es rudo, está en peligro por ser inglés entre irlandeses y hacia el final de la temporada grita orgulloso que es una “chica Derry”, adoptando al grupo y a la ciudad.
¿Quiénes son esos adultos que miran las noticias por la tele?
En los 70s, cuando las madres del grupo tenían la edad de sus hijos iban a la misma escuela católica. Una noche fueron a un baile escolar, pero la organización de las monjas era muy conservadora y ya no tenían ganas de bailar. De repente, los alrededores de la escuela entraron en estado de alerta: el ejército republicano podía bombardear. Nadie entró en pánico, pero las jóvenes buscaron la forma de exprimirle diversión a la aburrición del encierro y lo ocultaron por dos décadas. Su rebelde secreto, magníficamente dramatizado, resultó ser un pequeño tatuaje de hermandad. La serie apunta a defender a con todo su corazón el derecho a ser adolescente, incluso en los tiempos más pálidos.
El primer día de clases, las protagonistas quieren desafiar el código de vestimenta para ser más “fieles a sus identidades” y parecer más geniales, pero sus familias las detienen y les hacen cumplir la norma. Mientras tanto, la tele irrumpe. Una bomba hizo estallar un puente camino al colegio. Lejos del shock, el primer comentario de la madre es: “¿Significa que no pueden ir a la escuela? Las tuve todo el verano, me están derritiendo la cabeza”. La vida cotidiana cambia por complejo con el conflicto, pero de alguna manera también continúa. Crecer entre bombas aleja el espanto y convierte al humor en medicina.
Casi todos los adultos procesan la realidad desde lo humorístico, con chistes desafiantes, secos y rápidos. La Hermana Michael, quien dirige en la actualidad el colegio, es la adulta que está más cerca de las adolescencias en esos momentos de crudo crecimiento y que, al mismo tiempo, tiene noción de lo que está pasando. Esta posición privilegiada la lleva a cuestionar su fe y las instituciones religiosas. Es la interlocutora de los espectadores adultos de la serie: hace la crítica social, está involucrada en el crecimiento de esas jóvenes y llama a que reflexionen y, eventualmente, actúen por una realidad más justa.
En la casa está prendida de fondo la televisión que a los espectadores nos ubica en el estado del conflicto. Aunque, a veces, el aparato congrega y puede unir los puntos más álgidos: mientras el grupo baila lleno de éxtasis y placer en un acto escolar, un suegro que odia al esposo de su hija le pone la mano en el hombro y la familia se abraza. Los jóvenes bailan con The Cranberries y la familia mira paralizada y conmovida las imágenes de otro bombardeo que sin querer mató a civiles.
Una historia necesaria
La primera temporada de la serie fue la más vista de la historia de la televisión de Irlanda del Norte, cautivando principalmente a la franja etaria que no vivió el conflicto y a la que creció o estaba en plena adolescencia en ese momento, como los protagonistas y como la directora de la serie. Derry girls viene a ocupar un vacío en las narrativas de la historia de Irlanda y para eso elige el lugar particular de un grupo de jóvenes, mayormente mujeres. Ellas pueden contar una historia cruda desde su experiencia, sin perder la frescura y la maravilla de la adolescencia ni espectacularizar la violencia o banalizar un momento histórico.
Primero producida por Channel 4, uno de los canales públicos de Reino Unido, y luego añadida a la plataforma internacional Netflix, la serie nos invita a ver gentilmente la crudeza de la vida: el esplendor inocente de la juventud y de fondo, al mismo tiempo, una guerra que atraviesa y marca generaciones enteras.