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¿Cuánto vale el amor?

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“No me importa demasiado el dinero. El dinero no puede comprarme amor”, cantaban los Beatles en 1964. Y aunque el afecto por otras personas no pasa por lo material, no se puede negar que la plata tiene un lugar importante —sino central— en las sociedades capitalistas. Los vínculos sexoafectivos no escapan a ellas.

Como cada 14 de febrero proponemos desidealizar el amor romántico: esta vez, para pensar qué rol juega el dinero en las relaciones y cómo se organizan económicamente las parejas. ¿Cómo planificar las finanzas en conjunto con otra persona? ¿Cuándo hay amor deja de importar lo material? ¿Cómo delimitar lo que es tuyo, mío o nuestro? ¿Y qué implicancia tiene en todo esto la brecha salarial de género? 

Por Delfina Tremouilleres y Emilia Holstein


Al pensar en lo económico, las representaciones que generalmente surgen están vinculadas con los números, la racionalidad o la frialdad de las transacciones monetarias. En cambio, las relaciones de pareja son el espacio del amor, el cariño, el cuidado y los sentimientos. Podríamos decir que, a priori, son dos mundos alejados uno del otro. O al menos eso propone el amor romántico y los votos matrimoniales lo refuerzan: “En la salud y en la enfermedad ,en la riqueza y en la pobreza”. Se debe renunciar a todo por amor, incluso al dinero. Pero, ¿eso es posible en este mundo?

La economía se encuentra presente en todos los vínculos y los determina. Esta es la forma en que se mediatizan las relaciones humanas en sociedades en donde casi todo es una mercancía que se puede comprar o vender. 

Es necesario, entonces, reconocer que el dinero está presente también en la intimidad de las parejas: cuando salen a comer, cuando planean una escapada de fin de semana o cuando piensan en convivir. Y esto no debería ser un problema, siempre y cuando pueda ser un tema a conversar para llegar a acuerdos equitativos.  

Cuentas claras conservan relaciones

Desde pozos comunes hasta un arreglo porcentual según los ingresos, en cada relación se generan distintas dinámicas para responder a la economía compartida y poder dividir los gastos. 

Belén vive con su novia, desde que se mudaron ella gana más y tiene un sueldo fijo. Ambas acordaron pagar un porcentaje de todos los gastos según el salario de cada una: así lo hacen con los impuestos, la comida y el alquiler. “Cada tanto hacemos una revisión. Por ejemplo, cuando empezamos a vivir juntas, ella ganaba un poco menos, entonces el porcentaje que aportaba era menor. Ahora está ganando un poco más y yo sigo ganando lo mismo, entonces ajustamos este porcentaje”, explica a Feminacida

En cambio, Mariana tiene otro acuerdo con su novio: se dividen las cosas a pagar, luego las anotan y se van fijando cuál es el monto que aportó cada une para ajustar en el futuro. La división es menos fina o minuciosa, lo que algunas veces llevó a discusiones, pero también creen que no necesitan contar peso a peso cuánto se gasta. 

Las posibilidades son variadas, y aunque a veces esa flexibilidad respecto a los números se intensifica más en los vínculos amorosos (y no así, por ejemplo, en las amistades), es necesario mantener las cuentas claras. 

Leonela Murazzo es licenciada en Psicología, feminista y diplomada en Género. Para ella, la clave está en el diálogo: “Nadie es adivine de nadie. Las parejas son proyectos, y ahí también se puede charlar de para dónde se está yendo, qué cosa puede ser individual y qué cosas son compartidas”.

En la misma línea, para la comunicadora y economista Sofía Cueva, creadora del sitio Feminanzas, es central poder hablar con la pareja sobre dinero, estar al tanto de sus ingresos, sus objetivos de gasto y de ahorro, sus deudas y metas financieras. Solo a partir de esa base, es posible pensar un presupuesto u organización económica en conjunto.

“Lo que se recomienda con los gastos cuando la pareja convive, o si tienen que hacer bastantes gastos de manera unificada, es que no se divida 50 y 50 sino que se gaste un porcentaje del sueldo. Por ejemplo, si viven juntes se puede plantear que cada persona ponga el 70% de su sueldo en la casa y el otro 30% les queda para ahorrar. ¿Por qué? Porque si hay una persona que gana más que la otra, lo que termina pasando es que quien gana menos pone el 100% de su sueldo y la persona que gana más ahorra un gran porcentaje. Así, quien gana menos queda desamparade y si llegan a cortar o divorciarse quien no pudo ahorrar está en una situación económica muy vulnerable y, por lo tanto, no tiene tanto poder de decisión sobre las cosas que van pasando sobre su vida. Y lo que suele ocurrir es que quien gana menos es la mujer”, señala en diálogo con Feminacida.

En efecto, de acuerdo al informe de Ecofeminita del 2° cuatrimestre de 2022 en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares, las mujeres perciben ingresos que, en promedio, son un 25,3 por ciento menores que los de los varones y, en el mercado de trabajo, ellas ganan un 28,1 por ciento menos que los hombres.


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Las consecuencias de estas desigualdades son palpables. Dante tiene 25 años, es propietario de un departamento y con su novia dividen casi todos los gastos al 50 por ciento, menos las expensas. “Al ser mío el departamento, encontramos esa dinámica. Además, a ella le interesa poder generar una base de ahorros porque le preocupa que, al vivir en mi casa los dos, si el día de mañana nos separamos no tiene dónde ir. Eso le permite ahorrar un poquito más”.

Sabemos a esta altura que no somos medias naranjas y que una pareja no son dos, sino uno más uno. Hay que tener en cuenta, entonces, las individualidades. Por eso, Cueva refuerza: “Para armar un presupuesto en conjunto, primero cada persona tiene que tener su propio presupuesto individual. Lo que se recomienda es que, si bien son una pareja, cada persona tenga su propio dinero, ahorre su propio dinero y tenga sus metas individuales. Es muy importante que los gastos se dividan proporcionalmente y que si llegan a tener capacidad de ahorro, que las dos personas puedan hacerlo, y no solo una”.

Luego de varios años de convivencia, en los que los ingresos de ambos fueron variando —ahora ella gana un poco más, pero también sucedió al revés—, Mariano y Catalina (quienes tienen dos hijes de 6 y 2 años) decidieron hacer un fondo común del que retiran la plata que necesitan para cubrir cualquier gasto. Siempre queda algo de dinero en sus cuentas personales para que cada une pueda hacer lo que quiera con él. En este caso, los ahorros también son compartidos.

Justicialismo afectivo

Usar una aplicación para anotar y separar consumos, pensar porcentajes de aporte que sean acordes a los ingresos de cada persona o dividir por gastos “más grandes” y “más pequeños” de acuerdo a la situación de cada une. Hay múltiples opciones, pero parece ser que la fórmula “50 y 50” para todo no es la más equitativa.

Si en una relación une puede ahorrar mientras que le otre da el 100 por ciento de su salario para el hogar, la balanza se desajusta. Y es un problema: mientras que une construye su independencia financiera, la otra persona cada vez tiene menos control sobre su economía y, por lo tanto, sobre sus deseos. 

“No es justo que si una persona gana 100 ponga 10 y que quien gana 20 también ponga 10.  Debería haber una proporcionalidad. Las mujeres nos vemos muy afectadas en esto porque mayormente nuestro salario es menor al de los hombres, y nos encontramos siempre en desventaja”, afirma Fabiana, quien durante mucho tiempo tuvo un sueldo muy por debajo que el de su novio.

La idea de la dependencia económica a la hora de dividir cuentas aparece con frecuencia entre las personas entrevistadas; sobre todo al imaginar que la posibilidad de una separación existe. Si se termina el amor, ¿quién paga los platos rotos?


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Desde lo simbólico, Murazzo entiende que lo económico inscribe a los sujetos en ciertos lugares dentro de lo social y también en las parejas. Por ejemplo, “el que ayuda”, “la mamá luchona”, “la que paga”, “el que se endeuda”, “el que no puede pagar” son lugares en relación al dinero que se ponen en juego en los vínculos. “Hay que ver si las diferencias de ingresos construyen relaciones de poder en que se juega el sometimiento de una parte por otra, o si aún habiendo diferencias se puede accionar la construcción de algo conjunto para la emancipación”, explica.

En este sentido, es importante hablar sobre violencia económica, que implica a todas aquellas prácticas que impactan negativamente y afectan la subsistencia económica de una persona. Según los datos públicos de la Línea 144, más del 40 por ciento de las 24.558 intervenciones que se realizaron en el 2022 estaban vinculadas con este tipo de violencia, tipificada en la Ley 26.485 de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres.

Si bien la violencia económica ha sido invisibilizada a lo largo del tiempo, lo cierto es que no es menor ya que limita la independencia de la mujer, la sujeta al varón violento y le hace más difícil salir de la relación. Por ejemplo, Fabiana atravesó situaciones de violencia con su expareja pero la plata fue lo que la detenía a la hora de irse: “Pensé en separarme pero muchas veces creía que sería imposible poder hacerlo, porque dependía económicamente de él”.

A la hora de reconocer esta violencia, la psicóloga alerta que es necesario mirar cada caso pero que hay un rasgo común a todos: “En el momento en que deja de potenciar, incentivar a le otre, y colabora con interrumpir, volver dependiente o dañar a la otra persona empieza a dar la pauta de que hay algo que no está funcionando para la construcción sino para la mortificación”.

¿Contigo pan y cebolla?

Puede que tener una charla sobre plata con alguien a quien se ama parezca banal o poco sensible. Sin embargo, las personas entrevistadas para esta nota que conversaron con sus parejas sobre el tema se consideran más cómodas con las decisiones que toman y también reconocen que los problemas preexistentes se fueron solucionando luego de hablarlos. 

Porque aunque nos enseñaron que el amor es desinteresado, no se puede desconocer que está atravesado —y de hecho, profundamente ligado— con el capital. “El tema del amor como sentimiento dispuesto a todo creo que es un problema, porque el amor no tiene que estar dispuesto a todo. Creo que el amor tiene sus límites y eso es también condición necesaria para que se desarrolle, es de cierta manera para cada quien, no de cualquier forma. Pero más allá de eso, el capitalismo, la propiedad privada, los salarios, el dinero son parte de los vínculos que armamos”, dice la psicóloga Leonela Murazzo. 

Ahora bien, ¿de qué manera interactúan las emociones con los números? ¿Aparecen contradicciones al pensar en el amor y el dinero? 

Para Cueva pensar en lo económico no tiene que ver con negar lo afectivo. “Se considera que muchas veces las mujeres tienen que hacer trabajo gratis por amor y que si piden remuneración es algo que está mal. Y hay que entender que lo económico no tiene nada que ver con el amor, querer recibir algo a cambio de todo su esfuerzo está bien, no significa que se ame menos a la otra persona”, sostiene. Además, en general se vincula el dinero con lo masculino y cuando una mujer lo pide se la trata de fría o avara, como si su rol natural fuese cuidar sin pedir nada a cambio.

En esa línea, Dante afirma: “Creo que lo económico siempre importa, porque atraviesa todo. No dejaría a una pareja porque tenga poca o mucha plata. Pero no comemos de amor. Por lo menos en la relación que tenemos con mi novia el tema de lo económico es muy hablado. Vemos las maneras de organizar las cosas. Incluso poder construir desde el amor una economía de pareja sana que le permita a cada uno cumplir con sus objetivos”. 

Sabrina vive con su pareja hace varios años y le costó acomodarse a esta convivencia. Para ella lo esencial es poder hablar sobre lo económico: “Dicen que donde hay plata, hay mierda. Creo que donde hay plata y amor, tiene que haber diálogo transparente para cuidarlo. Para mi si amamos a alguien la plata te tiene que importar el doble, más si convivís con esa persona”.

No existen fórmulas perfectas para organizar la economía en las parejas, pero quizás pueden arriesgarse algunas conclusiones para llegar a acuerdos más equitativos. El diálogo sincero como principal herramienta para evitar desajustes y malos entendidos, la posibilidad de diferenciar las situaciones individuales dentro de la relación y también de contemplar las desigualdades de clase y de género que están presentes en toda la sociedad son algunas puntas. “El amor puede funcionar como potencia que invite a revisar para que podamos estar mejor. Ese empuje necesario para decir, queremos compartir, queremos ser felices. ¿Cómo lo hacemos?”, concluye Murazzo.


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