Viste un pullover amarillo, holgado y con polera. Un jean celeste y una cartera marrón suela completan el atuendo. Los zapatos no se llegan a ver, pero parecen altos. Las manos están cruzadas adelante y el pelo azabache, bien lacio y batido. “Tenera é la donna”, reza la publicidad de ropa interior donde ella posa en la estación de Venecia. Está en Italia y sonríe. Sonríe mucho, como quien conoce por primera vez la libertad.
“Con esta foto la conocí a Claudia Pía Baudracco”, señala María Belén Correa, su íntima amiga. Resulta que Yoel, su compañera de casa, le mostró algunas fotos de su viaje a Italia. Entre ellas, la de una chica "muy bonita y morocha” le llamó la atención. Además, el póster y el color del polerón fueron muy difíciles de olvidar.
Al poco tiempo, Claudia Pía se presentó con otro nombre en la agencia donde trabajaba María Belén. La persecución policial le pisaba los talones y no quería ser reconocida. Prometió volver al día siguiente, pero eso nunca pasó.
El recuerdo de María Belén seguía latiendo. Al año, logró mudarse sola a un departamento en la calle Armenia. Un día, Claudia Pía pasó en moto a visitar a una amiga que vivía justo a la vuelta de la casa de María Belén. “¿Cómo estás?”, le preguntó. “Vivo acá”, le contestó María Belén. Al poco tiempo Claudia Pía se instaló allí y empezaron a convivir.
El 25 de junio de 1993, el día del cumpleaños de María Belén, Claudia Pía o más bien “La Gorda”, para sus amigas, le organizó una fiesta sorpresa en el departamento. El clima de celebración duró poco porque dos compañeras no pudieron llegar. Era complejo estar escondiéndose de la policía todo el tiempo. “De todas las chicas que estábamos ahí, la única que había conocido la libertad había sido Claudia Pía por haber estado en Italia”, confirma María Belén. Desesperadas, le pedían consejos a La Gorda para irse de Argentina. No se aguantaba más.
Claudia Pía no quería volver a Europa. Vivir escapando no era una opción ni para ella ni para sus amigas. Ese mismo día se fundó la Asociación de Travestis de Argentina (ATA), que luego se convertiría en Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de Argentina (ATTTA). La lucha por voltear los edictos policiales empezaba.
Una casa llena de gente
Las dos usan jean clarito y botinetas negras. Están sentadas en la cama. Las distingue el color de pelo: Claudia Pía lo lleva negro y María Belén, rubio platinado. El respaldo resalta: un tapizado con los colores del fuego cuelga detrás y las adorna. Ambas esbozan una sonrisa sin forzarla. Ni se imaginan que esa foto estaría pegada durante mucho tiempo en el pizarrón del “Área de Moralidad” del Departamento Central de la Policía.
“Pía era una amiga totalmente imperfecta como todas las personas. No era una santa, como normalmente se pinta a las activistas o como se trata de armar a los y las próceres, perfectos e intachables. Era muy amiguera. Le gustaban muchísimo las reuniones con mucha gente. Y le gustaba vivir con mucha gente también. Era autoritaria, problemática, le gustaba que las cosas se hicieran como ella quería”, describe María Belén.
Vivieron unos cuatro años juntas. Convivir con Claudia Pía implicaba tener gente en casa todo el tiempo, todos los días. No había feriados, ni sábados, ni domingos. El departamento se convirtió en la sede de reuniones de ATTTA. La periodicidad de los encuentros llamó la atención de la policía y un día allanaron el lugar. Fue así que tomaron la decisión de separarse y dividirse en grupos para hacer las reuniones en otras casas o, incluso, en bares. Había que protegerse y ya eran muchas personas. “Fue solo separarnos en la convivencia, claro que seguimos siendo amigas”, aclara María Belén.
Durante la década del 90, los Códigos Contravencionales de Faltas provinciales establecían una serie de artículos que criminalizaban el travestismo y la transexualidad, y exponían a la población travesti trans a la violencia institucional más cruda y sistemática: golpes, maltratos, privación ilegítima de la libertad, torturas y asesinatos. “Hay que voltear los edictos, provincia por provincia”, se propuso Claudia Pía.
La caja de Pía
Tesoro. Suma de cosas de mucho valor o muy dignas de estimación. Cantidad de objetos valiosos reunidos y guardados. Conjunto escondido de cosas preciosas.
En la cómoda de Claudia Pía había tres portarretratos. Una foto de su infancia para mostrar que no tenía cirugías en los ojos. Otra en su moto para lucir el cuerpo de su juventud, o como ella decía: la fusión de Elizabeth Taylor y Verónica Castro. La tercera era con Federico, su gato, ni bien regresó de Europa. Una copia que costó mucho encontrar porque La Gorda solía regalarla a sus amistades.
Tenía un tesoro y sabía dónde guardarlo, dónde cuidarlo: un espacio seguro y sin humedad. Nada iba a perderse ni a deteriorarse. “La caja de Pía” fue el nombre que le puso María Belén cuando la encontró en el sótano de la casa de Quilmes, donde La Gorda vivió junto a su amiga María Marta Aversa. Había fotos, postales, cartas, negativos, esquelas, listas, tickets aéreos, documentos, tarjetas de llamadas telefónicas. “El material que se salvó fue analógico y precisamente lo que ella había escondido en ese lugar”, revela María Belén. Las seis mil imágenes digitalizadas hoy están reunidas en el libro Si te viera tu madre. Activismos y andanzas de Claudia Pía Baudracco.
Claudia Pía y María Belén soñaron juntas un espacio físico que reuniera a compañeras sobrevivientes, con sus recuerdos y sus imágenes. Lo que en 2012 empezó como una galería virtual en Facebook, en 2014 se convirtió en un trabajo concreto de recopilación y preservación para su conservación y protección: así se fundó el Archivo de la Memoria Trans. La Gorda no llegó a verlo, pero hasta la actualidad lo sigue construyendo. "Siempre decimos que son cosas que ella va armando con el tiempo", confía su amiga.
“Ensamblamos recuerdos para hacer el retrato de las amigas que ya no están. En la disputa por la versión real de la anécdota, descubrimos detalles que habíamos olvidado, pero que otra compañera guardó y que están en la órbita de nuestras estrellas”, manifiesta el prólogo del primer libro del archivo. ¿Una forma de definir la magia? Tal vez.
Los viajes de La Gorda
El viento les corre los pelos. María Belén mantiene el rubio esta vez, pero Claudia Pía se anima a un rojo bubbaloo. Ambas posan apoyadas en la baranda de ¿un catamarán? ¿un yate? No se llega a distinguir. Lo cierto es que están en el mar. Las sonrisas no son las únicas que van en composé: la malla que lleva La Gorda es del mismo celeste que el pareo de su amiga. Todo se armoniza. ¿Habrán encontrado tantos azules juntos alguna otra vez?
La foto es de un viaje de amigas a Camboriú, al sur de Brasil. Era el año 2000. Durante tres meses Claudia Pía vivió allí e invitaba a sus más íntimas a pasar unos días. A su familia, básicamente. Sin embargo, Mar del Plata era el destino predilecto para las vacaciones, muchas veces interrumpidas por los tiempos en la cárcel. ¿Cuándo iba a ser posible viajar en libertad?
El proceso para voltear los edictos policiales comenzó en 1994 cuando Ángela Vanni, abogada apodada por Carlos Jáuregui como “la mamá de las travestis”, ingresó a ATTTA para trabajar estrategias afines a ese objetivo. Fue así como Claudia Pía cargó la lucha en sus espaldas y viajó por todo el país en pos de los Derechos Humanos de la población travesti trans. Los primeros códigos contravencionales que cayeron fueron los de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Pero había que federalizar. Santiago del Estero fue la provincia bisagra y la primera en incorporarse a ATTTA en 2004.
“Nos tocó ser pioneras, nos tocó estar acá en la historia. La verdad es que a mí me pone muy feliz llevar 18 años trabajando en esto. Si no tuviera esta agenda completa, no tendría sentido mi vida. A lo mejor, hubiese tenido otro proyecto de vida y no hubiera sido activista. Si hubiera nacido en un mundo con mayor igualdad, me podría haber realizado como madre, haber tenido un marido y haber tenido hijitos e hijitas y una vida común como cualquier otra mujer. Pero bueno, me tocó hacer la historia y acá estoy trabajando”, le había dicho Claudia Pía a Javier Capuano. Un tesista que, a mediados de 2010, entrevistó a La Gorda para trabajar en un plan de comunicación que logre la aprobación de la Ley de Identidad de Género.
Claudia Pía decía que sus hijos e hijas eran cada sede de ATTTA que se conformaba en cada provincia. Como quien ve en la militancia a su familia, a su motor de existencia. Sus compañeras la llamaban la “embajadora” de la Ley de Identidad de Género, pero “paradójicamente quedó fuera de todos los honores”, en palabras de su amiga María Belén.
La Gorda murió temprano, un 18 de marzo de 2012. Tenía 41 años. Solo quedaban por derogar los edictos de Mendoza y Formosa. En el resto de las provincias ya se habían revocado. En menos de dos meses se sancionaría la Ley N° 26.743 de Identidad de Género: Baudracco no llegó a celebrar la victoria.
Tal vez, la pasión que Claudia Pía tenía por la fotografía hoy tenga una explicación más bien trascendental: existir, resistir y perdurar. O más terrenal: ejercitar la memoria trans. Esa memoria que hoy guarda su otro tesoro, el de la identidad. El más preciado, el más soñado, el más deseado.