Manuel Puig publicó por primera vez Boquitas pintadas en el año 1969 y probablemente no imaginó que, 50 años después, se la recordaría como una obra pionera en darle voz a mujeres de diferentes clases socioeconómicas, todas oprimidas por las normas sociales de su época.
Reeditada este año por Seix Barral y distribuida por el Grupo Planeta, la novela se inspira en los sucesos y costumbres del pueblo natal de Puig y retrata cómo se entrelazan las vidas de los habitantes de Coronel Vallejos, un pueblo perdido en la pampa bonaerense a fines de los años 30.
¿A qué metas pueden aspirar los personajes según los códigos morales y materiales de su época y geografía? ¿Cuáles son los mandatos que deben cumplir las mujeres al alcanzar la joven adultez? ¿Qué caminos tienen habilitados recorrer para mantener o elevar su status social?
"Mi querida amiga: Estoy sola en el mundo, sola (…). Mire, yo me voy a morir con esta vida que hago, nada más que trabajar en la casa y renegar con los chicos (...). No aguanto más todos los días lo mismo”.
Boquitas pintadas, Manuel Puig
Presentada como un folletín en 16 entregas, Boquitas pintadas sigue, por un lado, la vida de Juan Carlos Etchepare, un hombre sin rumbo y con una enfermedad galopante que se divide entre tres mujeres: Nené, Mabel y la viuda Di Carlo. Por el otro, cuenta las desventuras de Raba, la empleada doméstica del doctor del pueblo, y Pancho, el albañil devenido en Policía.
El autor recurre a estereotipos sociales y representativos de su época: la chica bien que se convierte en maestra, la joven de clase trabajadora nostálgica por un amorío juvenil que se ve atrapada en un matrimonio insoportable, el galán holgazán que sólo quiere aparentar un status económico más elevado y la empleada doméstica de orígenes humildes que acaso sea la que recibe el final más amable, a modo de leve redención por sus padecimientos.
Afilado observador, Puig posa su lente, detiene su mirada empapada por el mundo cinematográfico y le da lugar al lenguaje coloquial para convertir a estos estereotipos en personajes profundos y entrañables, que tienen ilusiones, reprimen deseos y construyen aspiraciones.
Lo original de la novela reside en cómo el autor narra la historia que viaja en la línea temporal a través de un collage de textos y formatos diferentes: cartas, diarios íntimos, caóticos monólogos internos, apuntes, avisos fúnebres, artículos de prensa y hasta la lectura de una baraja de tarot a manos de la gitana del pueblo. Además, se las ingenia para hablar de sexualidad, exploración, deseo y abusos de poder casi sin ser explícito y logra bucear en el fondo de los pensamientos de les protagonistas.
“No escribí Boquitas... como una parodia, sino como la historia de gentes de la pequeña burguesía que, como primera generación de argentinos, debía inventarse un estilo”, proclama en Renace el folletín, una nota publicada en conjunto con la guionista y periodista argentina Aída Bortnik en 1969.
Pensada como una novela experimental, Puig plasma una mirada punzante sobre la vida rural y aborda temas que se repiten en todo su trabajo: el peso de los códigos morales, el sexo visto como pecado, prejuicios varios y la imposición de mandatos y aspiraciones a mujeres y disidencias, inspirado sin dudas en la propia opresión que él mismo sufrió. Ante el creciente homoodio que lo acechaba y amenazas del gobierno de facto, el escritor se vio obligado a exiliarse en México durante la última dictadura militar luego de publicar la novela El beso de la mujer araña (1976).
A través de su pluma, Manuel Puig rompió moldes y logró con Boquitas pintadas una novela inolvidable que permite viajar a la vida opaca de un pueblo bonaerense en el siglo XX, pero también reflexionar acerca de su vigencia en los tiempos que corren.