Un hombre de 62 años atacó a cuatro mujeres en el barrio porteño de Barracas. Durante la madrugada del lunes incendió con una bomba molotov el cuarto del hotel familiar donde se hospedaban. Pamela Cobas, de 52 años, falleció horas más tarde producto de las quemaduras, mientras que Mercedes Roxana Figueroa, de la misma edad, Sofía Castro Riglos, de 49, y Andrea Amarante, de 42, permanecen internadas en el Hospital Penna. Además, otras siete personas fueron atendidas por heridas provocadas por el fuego.
La noticia se conoció como un crimen de odio dado que, según testimonios de los inquilinos, algunas de las mujeres que dormían en la habitación eran lesbianas y por eso este vecino ―del cual no circula el nombre― las habría atacado.
Los hechos volvieron a abrir preguntas sobre la permeabilidad de los discursos de odio en la sociedad. En las recientes declaraciones de Nicolás Márquez, amigo y biógrafo de Javier Milei ―entrevistado por Ernesto Tenembaum en Radio con Vos―, asoman pistas, ideas que aparecían retraídas en el escenario público y ya no lo están. “La homofobia no existe”, dijo Márquez y días después un hombre prende fuego a cuatro mujeres e intenta suicidarse. No existe gran valor en adivinar la linealidad entre los dichos y los hechos, no se trata de eso, sino de reconocer cómo los límites de respeto hacia los otros se borran y el odio arremete con fuerza. ¿Cómo trazarlos nuevamente?
No es la primera vez que funcionarios del Gobierno y gente cercana al círculo libertario ―o lo que sea que sean― se expresan de manera despectiva y, si se permite la valoración, tremendamente ignorante, sobre el movimiento LGBTIQ+. Hace no mucho Diana Mondino arrojó su frase más célebre —al menos hasta hace días cuando la destronó con “todos los chinos son iguales”. Fue cuando, en una entrevista con La Nación+, comparó la homosexualidad con tener piojos.
Consultado también en relación al matrimonio igualitario, el ahora presidente afirmaba estar de acuerdo con que cada uno “haga lo que quiera” porque el matrimonio es un contrato, e inmediatamente mostraba la hilacha: “Si vos querés estar con un elefante... Si tenés el consentimiento del elefante, es tu problema y del elefante”, deslizó sin ponerse colorado.
No hace falta rascar mucho para encontrar la verdadera concepción que el fascismo tiene sobre la homosexualidad. Así como son viejas sus recetas en cuanto a políticas ecolnómicas y sociales, así sus ideas se dejan ver detrás del velo de la falsa libertad, figurita repetida. Tampoco hace falta alejarse demasiado en la línea de tiempo para que los dichos de los personajes de este momento de nuestra historia cobren sentido: no fue hasta 1990 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó a la homosexualidad de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE). Por eso, las preguntas nunca sobran y la luz de alarma no debería apagarse.
Según el informe de la Federación Argentina LGBT, en 2023 hubo 133 crímenes de odio basados en la orientación sexual, la identidad o expresión de género de las víctimas. Esto representa un aumento sobre la cifra del 2022, que había sido de 129 casos. Tal como afirma el propio Marquez en la entrevista mencionada, formar parte del colectivo representa un riesgo para la salud y la vida de las personas, pero no —como él piensa— por el simple hecho de no ser heterosexual sino más bien por la marginalidad y la violencia que el sector tolera históricamente.
La desigualdad que promueve esta problemática es la misma que este gobierno profundiza; y la violencia que promueve se traduce en escenas como la ocurridas el lunes en Barracas. El desmantelamiento del INADI, la eliminación del Ministerio de Mujeres y Géneros, junto con muchas otras —podríamos decir todas— políticas sociales que este gobierno se llevó puestas, hablan del lugar hacia donde se dirige el proyecto.
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Los medios en el medio
La invitación de Tenembaun al biógrafo de Milei a discutir no pasó desapercibida después de semejante noticia. “En nombre del supuesto pluralismo crítico, las parrafadas sobre la homosexualidad como insanía subvencionada por el Estado lograron hoy quemar y dejar agónica a una pareja de lesbianas. Felicitaciones a los periodistas 'ecuánimes' que les dan aire a estos criminales. Bárbaro che”, publicó el escritor Franco Torchia en sus redes.
El debate sobre cuánto aportan las voces que acreditan la violencia y la refuerzan se abre y se trenza con la idea de libertad de expresión. No hay conclusiones sino opiniones que vuelven a ubicar a los medios como protagonistas de esta escena. Pero el lugar a la discusión es urgente, porque como suele decirse, las víctimas las pone el colectivo LGBTIQ+, y más aún, quienes no gozan ni siquiera del derecho básico a una vivienda, como en este caso.
“Con el fascismo no se debate, el fascismo se combate”, fue otra frase que comenzó a circular a partir de la pregunta por el lugar que se da a cortas voces en los medios. Lo cierto es que, más allá de cuán lejos lleguen, estas ideas ya circulan entre nosotros.
En el caso de Barracas, lejos del impulso y el desparpajo, la acción fue premeditada. Un hombre planeó un ataque múltiple, se encargó de conseguir los elementos para fabricar una bomba casera y llevar a cabo su plan para luego intentar suicidarse. Desde ese primer momento hasta el momento en que consumó el hecho pasó tiempo, pero sobre todo pasaron oportunidades en que pudo haberse arrepentido y reflexionado.
Allí cabe la pregunta hacia sus pares y, por supuesto, al Estado. ¿En todo ese tiempo no hay obstáculos que ayuden a que las dudas sobre asesinar crezcan más que el odio? ¿Qué papel tienen los hombres que no matan pero son muchas veces espectadores del resentimiento y al no involucrarse permiten que se expanda? ¿Cómo exigirle al Estado presencia y prevención si es el propio Gobierno es el que se encarga de estirar los límites de la violencia y poner palabras e ideas al desprecio?
Hola, qué podemos hacer por Sofía?