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Lo que esconde "Argentina Studios": la historia de María, sobreviviente de una red de trata online

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Bajo la promesa de convertir a mujeres jóvenes en youtubers, influencers y modelos, “Argentina Studios” se presentaba como una agencia de “modelos webcam”. María pudo escapar de esta organización clandestina de explotación sexual. En esta entrevista con Feminacida, alerta a las jóvenes sobre cómo estas redes ilegales logran captar nuevas víctimas. 


Con la cámara apagada para reservar su identidad, María dialogó casi tres horas vía Zoom con Feminacida para contar su historia: ella es sobreviviente de una red de trata online que funcionaba bajo el nombre Argentina Studios

Con otros nombres como “Rosario Models”, “Soul”, “Webcam Group” y “MR Studios”, esta falsa agencia de “modelos webcam” captaba chicas de entre 15 y 35 años para comercializar fotografías y transmisiones pornográficas en vivo por distintas plataformas de streaming como “chaturbate.com”, “xlovecam”, “stripchat.com” y “cam.cam4.com”, entre otros. 

Con la promesa de trabajos relacionados al modelaje pagados en dólares o de convertirse en youtuber o influencer, estas agencias realizaban publicidades en tono juvenil que aparecían en Internet y redes sociales como Instagram y Tik Tok. 

Tras haber sido explotada en casas y hoteles “ubicados en pleno Palermo o San Telmo”, María logró denunciar lo sucedido. Hablar la salvó a ella y a muchas de sus compañeras. Hoy elige contar su historia públicamente para alertar a potenciales víctimas de estas redes ilegales de explotación de personas y también a los consumidores de pornografía machista sobre los costos reales que tiene el disfrute de ellos. 

Este contenido se produce, se distribuye y se replica por distintas páginas pornográficas e, incluso, redes sociales. Sin ir más lejos, en 2020, uno de los sitios de pornografía más visitados, PornHub, borró dos tercios de su contenido por difusión de violencia sexual hacia mujeres, diversidades e infancias. A falta de una Educación Sexual Integral correctamente implementada en las escuelas, la pornografía mainstream se convierte en el aula de aprendizaje de la sexualidad, creando mujeres-objeto y hombres que sostienen su masculinidad desde el consumo de cuerpos cosificados de mujeres, especialmente desde un enfoque donde prima la humillación y la violencia. 

“Es muy importante contar lo que me hicieron, porque esta gente bombardea con publicidad constante en tonos muy juveniles y captan a un montón de chicas jovencitas. Quiero que sepan que esto ni siquiera es sólo una estafa, es la muerte”, advierte María.

Durante pandemia de Covid-19, María atravesaba una situación de extrema vulnerabilidad económica y de violencia doméstica. Siendo madre soltera de un menor de edad, empezó a vender contenido erótico por Internet desde su casa, pero el dinero que ganaba por ello no alcanzaba para mudarse. Buscó entonces alguna oferta laboral que le transmitiera “seriedad” y fue así que se topó con las publicidades de Argentina Studios

María desterró muchos mitos relacionados a este tipo de redes: “La propuesta es bastante estética. A veces, cuando la gente piensa en la trata de personas, imagina un lugar oscuro en una provincia remota”. Sin embargo, ella avisa que, al principio, estas estructuras criminales generan un buen ambiente de trabajo, provocan entusiasmo e ilusión. Así, los explotadores logran una manipulación casi completa de la víctima, pero para esto necesitan primero “quebrarlas”.

María tenía 31 años cuando fue captada. Ella era la más grande en edad respecto a sus compañeras, por lo que allí dentro tomó un rol protector hacia sus compañeras. Y acá afuera también: “Necesito hacer hincapié en que las chicas que vayan a estos lugares puedan darse cuenta y hablar a tiempo. Hoy si buscás en Internet, casi no hay información sobre chicas que hayan logrado salir. Por eso es tan importante concientizar sobre esto. No es una oferta laboral, es una carnicería”.

Con su denuncia, María logró que la Justicia llevara a cabo veinte allanamientos, el secuestro de materiales probatorios y que procesaran a sus explotadores con bases en en Bolívar 893, Av. Cabildo 3054, Av. San Juan 1271, Piedras 545, México 614 y Güemes 3602. Y en Montevideo 745, de la ciudad de Rosario, Santa Fe.

El pasado 30 de noviembre, la Sala I de la Cámara Criminal y Correccional Federal confirmó el procesamiento de los jefes de esta organización y quienes obtenían las ganancias de la explotación sexual de las víctimas: Manuel Frías, Javier Zlatkis y Michael Rivas Grisales, y se sospecha de la intervención de Hernán Botbol, propietario de “Taringa!” y “Poringa!”.  

Quienes regenteaban los lugares de explotación eran Laura Belén Rodríguez —alias “Mía Greco”— y María Fernanda Tejada Ponce. Mientras que las personas que oficiaban de “monitores” procurando la explotación directa de cada una de las víctimas eran Andry Claro Berroterán y Andry Claro Berroterán. 

Para mantener a las víctimas cautivas, se utilizaban “coaches”, quienes se encargaban de extraer información sensible de cada una de ellas para luego utilizarla mediante amenazas en caso de que quisieran abandonar el lugar. La persona encargada de esto, además de Laura Belén Rodríguez, era Macarena Verónica Acosta. Por otro lado, se detuvo a la fotógrafa Thifani Naomy Jota Buyones, quien se encargaba de registrar violaciones para luego venderlas en Internet. 

Finalmente, la gestión de los pagos se realizaba a través de criptomonedas, que se monetizaban luego a través de una página web regenteada por los jefes de la organización y que luego, derivaban el dinero a una casa de cambio ilegal a cargo de Edwin Albeiro Rojas. 

A pesar de que María logró denunciar este lugar, por un año la causa estuvo inmóvil: mediaba en la Justicia un pedido de archivo por “falta de pruebas”. Fuentes de la Defensoría General de la Nación detallaron a este medio que “sólo se hicieron algunas medidas encomendadas a la policía de la zona, muy mínimas. No allanaron el lugar y no les permitieron a las chicas declarar”. Las fuerzas de seguridad “no encontraron” el lugar denunciado. Y, según detalla la víctima, a estas mismas fuerzas pertenecería el perpetrador de la violación que dio origen a un embarazo.

La investigación a cargo de la Fiscalía Federal N°1 había comenzado a comienzos de 2021 con la denuncia de la Asociación Madres Víctimas de Trata que encabeza Margarita Meiras, pero el fiscal Ramiro González había pedido que la causa se archive en junio de 2022.

Así fue como esta causa casi queda sepultada por el mal accionar judicial y policial, pero la víctima tuvo el coraje de insistir. A partir de junio del corriente año, logró el acompañamiento del Programa de Asistencia y Patrocinio Jurídico a Víctimas de Delitos de la Defensoría General de la Nación, coordinado por el Dr. Pablo Rovatti y con intervención de la defensora Coadyuvante, Clarisa Moreyra. Hasta entonces, “estas casas seguían funcionando”.


Hacé click acá para conocer el fallo completo

—¿Argentina Models fue tu primer trabajo erótico?
—Yo ya había trabajado en un estudio webcam que transmitía en distintas páginas de contenido para adultos. En ese entonces, yo vivía una situación muy difícil en mi casa. Sufría violencia económica, no me dejaban trabajar ni estudiar. Tenía un menor a cargo, soy madre. Y mi familia me demandaba dinero para seguir viviendo con mi nene en esa casa y una carga horaria full time en las tareas de cuidado, de maternidad, por lo que conseguir un trabajo fuera de casa era imposible. En ese estado de desesperación llegué a hacer encuentros sexuales presenciales para poder cubrir esta demanda que se me imponía. Pensé que haciendo estos trabajos virtuales estaría más protegida, por lo que busqué en Internet algún lugar de este tipo que pareciera serio, y lo primero que me apareció fueron las propagandas de este lugar en cuestión. Eran súper lindas las páginas, linda la fotografía, y quedaba cerca de donde yo vivía. Me comuniqué y me citaron en un hotel muy lindo. Nos dijeron que nos daban una capacitación de una semana antes de ponernos en frente de una cámara y que nos enseñarían a usar los programas para transmitir en vivo.

—Hablás en plural, ¿cuántas chicas había?
—Había varios turnos, los horarios eran un poco desvirtuados, por lo que no sé exactamente cuántas eran. En mi turno, el de la tarde/noche, había tres chicas más. Me convenía ese horario porque en mi casa podía ir a hacer las tareas de cuidado. Para que me dejaran ir, prometí a mi familia que les iba a dar una suma de dinero bastante grande. Ellos nos prometían que íbamos a ganar alrededor de mil dólares por mes, o más.

—¿Eran mayores de edad?
—No lo sé con exactitud. La mayoría tenía alrededor de 20 años. Sí vi chicas muy jóvenes ahí, especialmente en el último tiempo, cuando empezaron a traer extranjeras y adolescentes. 

—¿Qué edad tenés?
—Tengo 33 ahora. En ese momento tenía 31, y ahí adentro era la más grande de todas.

—¿Cómo comienza tu experiencia dentro de este lugar?
—Para empezar, nos dijeron que teníamos que hacer una sesión de fotos, para armar los perfiles de las páginas, con la ropa que quisiéramos. Yo llevé mi ropa. Eran dos pisos, con varias habitaciones, cada una era como un monoambiente, tenían un baño y una cocinita. Era muy lindo. También había un monitor (con un hombre que vigila cada habitación, sesión de fotos y transmisión) que nos observaba siempre por si necesitábamos algo o no entendíamos algo. Estos monitores estaban en las sesiones de fotos, además del fotógrafo. Hice las fotos, me sentí bien, cómoda. Al principio, todo era lindo, estético, perfecto. El trato era fantástico. Yo vivía una situación muy violenta en mi casa, por lo que ahí me sentía muy bien. Nos daban heladerita con la comida que quisiéramos. Teníamos que transmitir ocho horas y nos daban media hora para almorzar, pero siempre nos dejaban un poco más de tiempo. Eran súper atentos, querían saber de nuestra vida. Los viernes nos hacían sentar en grupitos e íbamos una por una hablando de nuestra vida y lo que queríamos hacer con el dinero que íbamos a ganar. Era esperanzador escucharnos. Nos dieron un contrato para firmar, que lo leí por arriba. Sí me llamó la atención que no podía renunciar a menos que avisara 15 días antes. Pero como el lugar estaba bien para mí, lo acepté.

—¿Dónde hiciste las capacitaciones para aprender a transmitir?
—Después de las sesiones de fotos, me llamaron para que vaya a otra casa que queda en Palermo para hacer esa capacitación respecto a los programas para transmitir. Era una casa chica, con una habitación. Entraban y salían chicas todo el tiempo. Ahí nos mostraban los programas, las cosas que teníamos que encender y tener en cuenta para iniciar sesión. Ahí me dijeron que estaba lista para arrancar a trabajar y el lunes siguiente empecé. 

—¿Cuándo pasó todo esto?
—En época de cuarentena. En un momento se había dictado de nuevo que había que permanecer en casa y que no se podía salir. Yo estaba cerca del lugar y caminaba hasta allí, pero mis compañeras no, así que les hacían certificados truchos de que trabajaban en limpieza o algo así para que pudieran llegar.

—¿Cuándo empezaste a darte cuenta de que ese lugar no era el sueño que prometían?

—Estuvimos un tiempo muy bien. Pero de un momento a otro nos empezaron a decir que íbamos a tener que hacer otra sesión de fotos y que iban a ser explícitas. Yo entendía que con "explícitas" iban a ser desnudas, pero no. Nos hicieron hacer fotos en situaciones bastante humillantes. También nos dijeron que si no podíamos hacer esa sesión de fotos, nos las iban a cobrar. Aún no estábamos cobrando casi nada, así que teníamos miedo de directamente quedarnos sin sueldo. Hasta el fotógrafo se sintió muy mal haciéndonos esas fotos. El monitor que hipotéticamente estaba para cuidarnos y asesorarnos, mientras hacíamos esas fotos, nos obligaba a ser penetradas con juguetes o con dildos. Nos ponían la pantalla de luz en la cara y se reía de nosotras. Una compañera fue atada porque dijeron que iba a quedar mejor la producción haciendo algo de sadomasoquismo, pero una vez atada le empezaron a hacer un montón de cosas horribles. Cabe aclarar también que la mayoría de nosotras teníamos una situación muy difícil en nuestras casas. Y este tipo de cosas se hacen con una especie de espejismo. Nosotras cuando estábamos ahí adentro nos decían que íbamos a ser famosas, que íbamos a tener un montón de dinero, que íbamos a estar genial. Esto hacía mucho contraste con la vida que yo tenía. En un principio yo amaba estar ahí. Cuando esto empezaba a fallar, de alguna manera, nos sentíamos responsables de eso, porque ellos nos hacían responsables. Nos decían que no rendíamos, que no dábamos todo, y en un lugar donde estabas tan bien, llega un momento en el que decís "bueno, algo mal estoy haciendo yo" o "algo pasa conmigo". Tratábamos todo el tiempo de buscar esta aprobación para poder volver al principio. Gradualmente, te van quebrando la voluntad ante muchas cosas bajo este tipo de espejismo, de humillarnos y tratarnos mal, pero que por momentos era todo lo contrario: tener reuniones, comer juntos, nos reímos y todo está bien.

¿Sufrieron daños físicos en estas sesiones?
—Sí. Cuando nos tocó el turno a mi compañera y a mí, yo escuchaba cómo gritaba hasta que no pude más. Me di media vuelta y salí de la habitación. Se me aflojaron las piernas. Les pedí a los superiores que por favor necesitaba comer, que hacía mucho no me daban tiempo de descanso, y me dijeron que en 20 minutos tenía que estar conectada de nuevo. En ese tiempo, me enfermé de Covid, al igual que otras compañeras. A algunas les hicieron hacer la cuarentena dentro del estudio del hotel en el que a veces grabábamos, así "no bajaban su productividad". Ellas, con fiebre y con problemas para respirar, tenían que estar el mayor tiempo posible conectadas, frente a la cámara. A mí me pidieron lo mismo, y les pedí que por favor no, que yo tenía un niño, que tenía que cuidarlo. No podía estar en el estudio todo el día. De hecho, hacía malabares para poder estar en los dos lados. Otra compañera con una situación similar se opuso también, así que no nos pagaron nada, porque nos decían que nosotras teníamos mala predisposición por no quedarnos dentro del lugar. Ahí empezó a ser un poco tensa la situación en el lugar.

—¿Cómo funcionaba la página web donde transmitían?
—Las páginas se manejan por fichas, que se llaman "tokens", y los tipos que te ven te ponen esas fichas para que hagas una u otra cosa. Al principio, éramos libres de hacer lo que queríamos, no había problemas con eso. Algunas bailábamos con la ropa que nosotras quisiéramos, otras tocaban instrumentos, y otras incluso charlaban con los clientes. Era algo muy "tranquilo". Pero un día llegamos y nuestra tabla de precios era otra, se nos exigían cosas pornográficas fuertes, y nuestro monitor nos decía que eso nos iba a dar más plata. Nos decían que esto era para ayudarnos, porque no estábamos llegando a la meta, que era hacer mil fichas en cada página, que son 50 dólares. Pero para llegar a mil fichas tenías que hacer cosas muy fuertes, porque todo este mercado se maneja con el morbo y las cosas extremas. Estábamos en una situación ya de mucha presión y cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos muy dañadas y muy comprometidas al mismo tiempo, porque éramos las que poníamos el cuerpo y la cara en esto, pero ellos no. Tenían una gran ventaja sobre nosotras, sin contar que para abrir estas páginas muchas veces ellos tenían nuestra documentación. Nos sacaban fotos con nuestra documentación, se la quedaban un tiempo. Yo la tuve que pedir por favor, que tenía que hacer un trámite con mi maternidad, porque sino se la quedaban. 

—¿Cuántas horas al día transmitían?
—Los tiempos empeoraron cuando nos mudaron a una casona, que no tenía agua en los baños, no tenía calefacción y ya no nos dejaban frenar a comer, así que eran ocho horas las teníamos que trabajar sin descanso. Decían que eso también bajaba nuestra productividad. Esto tenía un costo muy alto para nosotras. Cuando dormía, yo ya soñaba que estaba transmitiendo. Dormía en un colchoncito al lado de la cama de mi hijo y a veces él se pasaba conmigo y yo estaba en un estado de vigilancia constante, incluso en mi casa, porque de alguna manera pensaba que estaba adelante de la cámara. Me despertaba y lo tapaba a mi nene porque pensaba que lo iban a ver. Esto fue muy, muy feo. El grado de alienación que estábamos teniendo, de estar 8 horas como mínimo expuesta sexualmente, sonriendo, y siendo monitoreadas. En el último tiempo que estuve, las jornadas llegaban a 16 horas.

—Según comentaste, las formas de mantenerlas cautivas era a través de generarles deuda y dependencia con el lugar, ¿alguna lograba saldarlas?
—No, al contrario. Las deudas con el lugar cada vez eran mayores. Nos decían que les debíamos horas si llegábamos tarde. Y empezó todo a ser insoportable. Si no cumplías con la jornada de al menos 8 horas, te endeudaban, te ponían una multa y el único día libre que era el domingo, te lo hacían trabajar. Si nos quejábamos o decíamos que no nos sentíamos bien, teníamos a disposición un "psicólogo". Yo ya no tenía tiempo físico para ir a ese psicólogo, pero una de mis compañeras sí fue, y lo único que te decía era que tenías que ser más positiva y más productiva y que depende de vos tener dinero. Además, nos hacían tener charlas online con mujeres de Colombia de esta industria para que ellas nos dijeran que era normal que tuviéramos estados depresivos o rechazo con nuestro cuerpo, que era un proceso, que había muchos tabúes con la sexualidad y que nosotras al estar ahí estábamos superando todos esos tipos de tabúes implantados socialmente, que estábamos creciendo y trascendiendo. Yo ya no sentía nada. Emocionalmente, en ese momento estaba en piloto automático, pero el cuerpo me venía avisando que todo esto era demasiado. No podía dormir, y luego me costaba despertar. Incluso, me rompí dos dientes por bruxismo. Sí me preocupaban mis compañeras, porque las escuchaba desde mi cuarto llorar o gritar. Mucho más tarde, cuando pude hacer terapia, hablé sobre mi estado donde yo ya no sentía nada, sólo sentía o veía lo que les hacían a las demás. Pero no podía ver lo que me estaban haciendo a mí. Por eso empecé a hablar, y decirles a los monitores que si nos enfermábamos, no teníamos lugares que nos atendieran en estos contextos. Así que empezaron a considerarme como la "oveja negra" del grupo.

—¿Cómo eran las “condiciones de trabajo” en la nueva casona de grabación?
—En la última casa que estuvimos hacían 5 grados. El frío de invierno era insoportable, incluso en nuestros vestidores. Llegábamos, teníamos que sacarnos lo que teníamos puesto, ponernos la lencería, no podíamos entrar comida o bebida, ni nada. Nos controlaban todo lo que entrábamos ahí. Así que empezamos a esconder comida en los bolsitos de maquillaje, y cada tanto comíamos a escondidas, sin cubiertos ni nada, como animales en el piso, intentando que no nos apuntara la cámara. Estábamos muy debilitadas, nos enfermábamos todo el tiempo, lo cual no era razón para dejar de transmitir. Además, seguíamos en pandemia, por lo que exponerse a ir a una guardia era casi sentenciante. Estaban colapsadas, y nosotras no contábamos con obra social para atendernos en algún espacio privado. La mayoría de nosotras empezó a tener problemas de consumo. Yo consumía alcohol, especialmente para poder conciliar el sueño. No podía desconectarme. Uno de los monitores, con el que teníamos buena relación, nos reveló que las chicas del turno de la mañana venían drogadas y que se quedaban dormidas frente a las pantallas. Ellas estaban en una situación mucho peor que la nuestra, también porque llevaban más tiempo en ese lugar. En el hotel donde vivían, un hombre les vendía drogas. En ellas veíamos un poco nuestro futuro. La cabeza no aguantaba tanta violencia y humillación y a veces el consumo era el único refugio para algunas.

—¿Pudiste hablar con tus compañeras sobre lo que estaban viviendo ahí dentro?
—Casi nada. No nos permitían hablar entre nosotras. De hecho, nunca supe cuántas chicas había, ya que entraban y salían constantemente, generando un ambiente muy cambiante. No teníamos la oportunidad de conocernos ni de hablar mucho entre nosotras, ya que también estábamos divididas en habitaciones y turnos diferentes. No había tiempo ni espacio para eso. En ese momento, incluso se nos negaba el acceso al baño, advirtiéndonos que si tardábamos mucho, podríamos ser sancionadas con la suspensión de nuestras cuentas. Recuerdo que una vez, al dirigirme al baño, escuché a una compañera llorando. Fui a verla y la encontré semidesnuda y con carteles en el cuerpo con el precio que los clientes debían pagar para poder terminar de desnudarla. Tenía los labios violetas por el frío, temblaba y decía ya no podía más. Cuando el monitor nos vio, me enviaron de vuelta a mi cuarto, asegurándome de que él se encargaría de la situación.  También nos hacían poner la música muy fuerte en cada habitación, por lo que no nos enterábamos de lo que pasaba en el resto de la casona. Por otro lado, había chicas extranjeras de Chile o Colombia que no las traían a la casa, sino que las alojaban en un hotel que también les pertenecía. Por otro lado, es importante remarcar de algo que hoy me doy cuenta: ellos fomentaban fuertemente la rivalidad entre nosotras, dividiéndonos con rumores falsos. Nos decían constantemente que una compañera ganaba más que otra o que alguien había dicho algo negativo sobre una. Sin embargo, hubo una ocasión en la que los monitores estaban en la cocina, y nos reunimos un grupo de chicas para charlar en un rincón. 

—Entiendo que al haber poco espacio para el diálogo, hablaron directamente de lo que les era relevante a ustedes: ¿Cuál fue el tema que abordaron en esa cocina?
—Lo primero de lo que hablamos fue de cómo estábamos. Una compañera compartió que tenía problemas para dormir; yo mencioné que estaba tan alienada con el lugar que hasta soñaba con transmitir, que me costaba identificar a veces cuándo dormía y cuándo estaba despierta. Así nos dimos cuenta de que todas estábamos viviendo lo mismo. Fue un momento muy impactante, ya que entendimos que no estábamos locas, que el problema no éramos nosotras mismas, sino que algo grave estaba ocurriendo.

—Una vez que tomaste conocimiento de que tus compañeras vivían lo mismo que vos, ¿dimensionaste lo que estaba pasando ahí en realidad?
—Sí, aunque tarde. Hasta entonces, notaba las injusticias y protestaba, pero no percibía la gravedad de la situación en la que estábamos involucradas. Cuando empecé a comprender que nos estaban causando mucho daño, comencé a notar que había chicas que se autolesionaban, pero los empleadores las maquillaban para que no se notara frente a la cámara. Personalmente, registré también el rechazo que me daba ver mi cuerpo. Después de tantas horas de exposición en el estudio, yo aplicaba maquillaje sobre maquillaje, dejando mi rostro arruinado. Al mismo tiempo que yo empezaba a despertar, la situación en el lugar recrudecía a niveles mucho mayores. Para las transmisiones, nos obligaron a utilizar un juguete sexual intravaginal, controlado por bluetooth y vinculado a las páginas, que proporcionaba vibraciones leves o intensas según la cantidad de dinero que los espectadores pagaban. Las vibraciones más intensas resultaban muy violentas, y el peso del dispositivo era incómodo. La batería duraba entre dos y tres horas, dependiendo de la cantidad de vibraciones que habían producido. Teníamos que recargarlo durante media hora y luego reintroducirlo en nuestro cuerpo. En este punto, la situación se volvía aún más complicada, ya que mi cuerpo ya no soportaba las exigencias. Surgieron lesiones internas e infecciones urinarias, y ante la falta de acceso a atención médica durante la cuarentena, buscábamos remedios caseros como el vinagre de manzana. Los tratos deshumanizados se extendían incluso a nuestro período, ya que teníamos un solo día para menstruar. El resto de los días, debíamos utilizar esponjas de baño que cortábamos y nos colocábamos en la vagina, lo que también provocaba numerosas lesiones y complicaciones de salud.

—¿Los explotadores les dieron algún tipo de asistencia mínima ante estos casos?
—No, ellos la única asistencia que nos daban era entregarnos energizantes para cuando no podíamos más. Más tarde, ingresó al estudio una mujer que afirmaba ser socia, una actriz porno, quien nos instó a usar sustancias relajantes como pastillas. Después, una de las chicas del turno matutino había intentado suicidarse, situación que ya había ocurrido con otra chica. En estos casos, nos permitían ausentarse unos días para recuperarse.

—¿Cuál fue tu límite?
—Que quedé embarazada mientras estaba allí. Comenzaron a presionarme, diciéndome que a los 31 años ya no sería útil en esa industria, y que a los 35 sería aún más difícil conseguir otro trabajo porque yo no tenía estudios pero sí un nene que mantener. Insistían en que mi única salida era seguir trabajando ahí, asegurándome que así podría mudarme y salvar a mi hijo. Mi autoestima estaba por los suelos; realmente sentía que no valía nada. Afrontar la maternidad en esas condiciones me generaba mucho miedo. Una vez fuera de ese lugar, pude hacer terapia con un psiquiatra, y allí me diagnosticaron "anexitimia", es decir, la incapacidad de sentir emociones ante lo que estaba experimentando. Dada mi exposición constante a entornos hostiles, las situaciones de violencia se normalizaban para mí.  Y, por otro lado, habían empezado a traer chicas extranjeras o de otras provincias que ni siquiera conocían la zona. También contrataban micros enormes, negros y polarizados, para llevar chicas a Rosario. No sabíamos bien a quiénes se llevaban, intentábamos verificar los perfiles de nuestras compañeras en las páginas, y muchas veces ya no las veíamos más, lo que nos generaba desesperación.

—¿Pudiste decidir qué hacer con tu embarazo?
—Me obligaron a someterme a un aborto frente a la cámara, utilizando pastillas. Querían comercializarlo como contenido underground. Ese día había más cámaras. Mi mente ya no respondía. En las páginas en las que transmitía, no se permitía mostrar sangre. Mi concentración estaba en no desmayarme y no ensuciar el lugar, ya que eso también conllevaba cargos económicos. Sentí un pánico profundo, inmovilizante. Sentí que me moría. Pero yo era la mayor del lugar, y sabía que si yo me quebraba, las demás entrarían en pánico, y eso no era lo que deseaba. Bailaba mientras me desangraba, sonriendo al mismo tiempo. Procuraba mantenerme firme, aunque sin lograrlo. Incluso en el chat los clientes me preguntaban si estaba bien, ya que mi rostro mostraba una palidez gris muy marcada.

—¿Qué te llevó a querer hacer pública tu historia?
—Revivir todo esto es muy doloroso para mí, pero es crucial contarlo debido a la gravedad de estos lugares. A veces se minimiza con la publicidad que promete riquezas al sumergirse en este estudio. Sin embargo, esto te lleva a la muerte; no es solo una estafa, sino una amenaza mortal. Es fundamental concienciar a las chicas para que puedan darse cuenta y hablar a tiempo. Actualmente, hay escasa información en Internet y muy pocas chicas han salido de estos lugares. Es una carnicería, y por eso es tan vital crear conciencia al respecto. Mis videos siguen en línea, y la gente continúa consumiendo ese contenido.

—¿Hay un factor común entre las chicas que lograron captar?
—Sí, existe una situación de vulnerabilidad económica. Nuestro país atraviesa una situación compleja, y estas redes crecen en contextos así. La propuesta es bastante estetizada. A veces, cuando la gente piensa en la trata de personas, imagina un lugar oscuro en una provincia remota, algo lejano, pero aquí sucedió en Palermo, en Güemes y Cabildo, en Bolívar y Estados Unidos, en pleno San Telmo. No es que te citen a una oferta laboral en el fondo del conurbano. Son lugares muy bonitos, y juegan mucho con eso. Hay una sensación de cenicienta, te llevan a lugares hermosos, te tratan como una estrella, crean perfiles en redes sociales y compran seguidores. Al mismo tiempo, los consumidores de este contenido te dicen todo el tiempo que sos hermosa, te halagan. Esto, multiplicado por tantas horas de exposición, comienza a generar una gran disociación. Durante el día, te llaman más por tu nombre de fantasía que por tu nombre real, y terminás pasando más horas dentro que afuera. Buscan chicas jóvenes y más vulnerables, no solo por lo estético, ya que hay mucho consumo pedófilo donde infantilizan a las chicas haciéndolas usar chupetes o mamaderas frente a la cámara, sino porque es más fácil quebrar la voluntad de una chica que aún está formando su personalidad. 

¿Cómo captaban a chicas nuevas?
—Las publicidades para ingresar a estos lugares se encuentran en Instagram o TikTok, dirigidas a un público muy joven, con un tono juvenil. A nosotras mismas nos decían que si traíamos gente de TikTok, recibiríamos un extra de dinero. Yo evitaba hacerlo porque sabía que esa plataforma era mayormente utilizada por un público infantil, lo que me llevaba a temer lo peor. Ellos decían que esto era una red de estudios de modelos. En un momento, hicieron una publicidad en TikTok con una de las modelos aparentando ser más joven a propósito, asegurando que podían convertirlas en youtuber o en influencer. 

—¿Fue sólo en Buenos Aires?
—No, de hecho, una de las coachs elogiaba mi delgadez (45 kg) y me decía que estaban armando otro estudio en Rosario, proponiéndome llevarme para ser coach de otras chicas. Desde ya, tenía miedo de no poder volver a casa. También nos decían que nos querían llevar de viaje a Chile o México porque estaban creando nuevos grupos. Fue ahí que creamos un grupo de WhatsApp y empezamos a planear cómo salir de ahí. Les advertí a las chicas que no entregaran ni hicieran pasaportes. Las chicas comenzaron a irse sin decir nada, abandonando sus cosas en el lugar como si fueran a regresar al día siguiente, ya que también estaban endeudadas con los explotadores y no podían simplemente irse. Esto no era fácil, había que hacerlo con cuidado. Estábamos amenazadas. A una de las chicas una vez le dijeron que si ella se iba, iban a agarrar a su hermanita de 13 años para que pagara su deuda trabajando con ellos. Como una a una empezaron a dejar de venir las chicas, me acusaron de armar un grupo conspirativo, aunque negué tal afirmación. Hasta que un día dejé de ir yo. Pasé una semana encerrada en casa, con muchísimo miedo. Solo salía para llevar a mi hijo al colegio, regresaba mirando a todos lados por avenidas anchas, y el teléfono no dejaba de sonar.


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—Te fuiste del lugar, te escondiste, ¿cuál fue el siguiente paso?
—Intenté denunciar el lugar con una abogada particular. Fue muy difícil avanzar con la denuncia. Al principio, no recibí una asesoría adecuada. Y, para colmo, la Justicia pedía archivar la causa por falta de pruebas. La causa no avanzaba bien debido a las personas que la llevaban inicialmente. En un acto de desesperación, llamé al 145, ya que cada vez abrían más lugares, más chicas desaparecían, y no podíamos declarar, ya que las personas que nos habían asesorado en la denuncia nos lo impedían. Finalmente, articulando con la línea 145, recibí ayuda de una ONG llamada Red Viva, que fue muy colaborativa. Y ahí me conectaron con la Protex (Procuraduría de Trata y Explotación de Personas). Cuando la Defensoría General de la Nación asumió la causa en junio de 2023, descubrimos que estas casas aún estaban en funcionamiento. No se habían llevado a cabo allanamientos ni ninguna acción concreta.

—Si hay personas que están pasando por situaciones similares, ¿qué les recomendás?
—Recomiendo que se acerquen a la Protex, que llame al 145, es lo más seguro. En mi caso, resultó ser la opción más segura. Se pueden solicitar medidas de seguridad y denunciar de forma anónima. Fue crucial la llamada de ella al 145, ya que permitió la intervención de Protex, que impulsó la causa de manera significativa. 


Si sos víctima de trata o podés aportar información sobre estas redes, podés llamar a la línea 145 de manera gratuita y anónima, todos los días, las 24 horas. Denunciar salva vidas.


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1 Comments

  1. Marilyn

    Tremendo leer esto. Gracias por visibilizar este tipo de temas. Abrazo fuerte a Maria por poder contar y denunciar.

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