Lola, su madre y su abuela comparten una cama matrimonial mientras la luz de un televisor de tubo ilumina sus rostros contra una pared de empapelado de flores. Están cautivadas por Camila, el film clásico de María Luisa Bemberg. Alguien llora, Lola apaga la televisión y se levanta abruptamente. "Bellísima, pero muy triste", dice la abuela entre lágrimas mientras su hija asiente.
Con esta escena comienza Alemania y anticipa lo que está por venir: una adolescente enfrentando decisiones adultas, luchando por encontrar su lugar en el mundo, buscando refugio en la cultura mientras su familia se sumerge, por momentos, en la melancolía de un pasado ya desvanecido.
La ópera prima de la cineasta María Zanetti es una coproducción con España que se estrenó hace dos semanas en los cines nacionales, pero antes tuvo un importante recorrido en festivales: fue premiada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en el Festival Iberoamericano de Cinema (Ceará), en la Muestra Competitiva de Largometraje Iberoamericano y tuvo una Mención Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Punta del Este.
Protagonizada por la sorprendente Maite Aguilar, este coming of age se sumerge en la vida de Lola, una adolescente de 16 años que encuentra en Alemania un oasis con el que soñar en medio de un hogar disfuncional. Mientras su hermana mayor, Julieta (Miranda Delaserna), lucha contra trastornos psiquiátricos, Lola se enfrenta al desafío de cuidar a su hermano menor, mantener sus estudios, tener amigas y gustar de chicos. Sus padres, por su parte, naufragan en ese hogar lleno de miedos y preguntas, sin saber muy bien hacia dónde ir.
En Alemania se destaca la lucha de una familia de clase media por mantenerse a flote, tanto emocional como económicamente. ¿Cómo se vive en un hogar disfuncional? ¿Cómo hacen esos padres para no desmoronarse frente a una realidad que los atraviesa? ¿Cómo es acompañar —y vivir— con una persona con un trastorno bipolar?
En este sentido, la película no busca la generalización, sino que invita a sumergirse en las emociones de cada personaje, explorando sus complejidades y contradicciones a lo largo de sus 87 minutos. Se mete con lo íntimo de una forma muy natural y con detalles pequeños que le dan a lo doméstico un enfoque singular: subir el televisor cuando Lola pregunta por Alemania, mirar cómo su hermana se escapa por la ventana para verse con un novio en Navidad, jugar al sudoku con su abuela, salir a manejar con un papá con poca paciencia.
La directora propone mirar el mundo desde los ojos de una adolescente que no se encuentra en ningún lado. Ese refugio que alguna vez había sido la familia ya no existe o, por lo menos, no de la misma manera. Esto funciona como un punto de inflexión que la impulsa a buscar nuevas experiencias y a duelar eso que alguna vez fue.
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Lola está llena de palabras que no puede decir. Habla, pregunta, mira, se enoja y entra en un viaje de descubrimiento personal del que difícilmente salga siendo quién era, como nosotres luego de ver la película. Este cambio de mirada, tanto hacia ella misma como hacia el mundo que la rodea, le permite empezar a ver todo con ojos adultos. Aquí, la soledad juega un rol clave para que esta adolescente empiece a buscar su deseo y entender sus emociones que, como las de cualquier otro, están a flor de piel.
Zanetti, además, teje hábilmente un collage de la cultura argentina en la película. Alemania es una obra con una identidad cinematográfica argentina marcada, tanto en su estética como en referencias culturales de la época. Desde fragmentos que remiten a “La Ciénaga” hasta personajes que se sumergen en la música de Rosario Bléfari o de Virus, en bares con bandas emergentes, en la lectura de revistas juveniles, encontrando en esta dimensión cultural un refugio ante la soledad y las incertidumbres de la adolescencia.
Alemania es, sobre todo, un retrato de lo íntimo, de lo singular de los vínculos, de lo singular de una familia, y responde de manera auténtica a su tiempo. Una forma de hacer de lo privado algo público. Una invitación para llorar en una sala de cine llena. Una razón más, como si faltaran, para seguir defendiendo la producción nacional de historias que nos hagan emocionar porque cada una tiene, en sus creadores, en sus personajes, en sus calles y en su música, un poco de quienes somos.