Tamara Grimberg es licenciada en Artes de la Universidad Nacional de San Martín, profesora y fotógrafa documental recibida de la Asociación de Reporteros Gráficos (ARGRA). Oriunda de Villa Maipú, San Martín, actualmente está cursando un máster de fotografía documental en Madrid a partir de una beca que ganó con uno de sus trabajos más resonantes.
“Lo que puede un cuerpo” es una investigación y ensayo fotográfico que llevó adelante desde 2016 sobre uno de los abusos eclesiásticos de más trascendencia política y mediática en nuestro país: los abusos sexuales perpetrados en la Fundación Felices Los Niños durante los 90 y los 2000 por los cuales el padre Julio Cesar Grassi fue condenado en 2002 a 15 años de prisión. “Decido presentarme con este trabajo a la beca porque no quiero ganar con otros trabajos, lo que necesito es apoyo para este proyecto que necesitamos visibilizar”, cuenta Tamara en una entrevista en exclusiva con Zorzal Diario y Feminacida.
Los abusos sexuales eclesiásticos conforman el 4 por ciento de los abusos. Pero Tamara cree que en esa cifra se esconde parte de lo que después se traslada a los abusos intrafamiliares que conforman un índice mayor. “Tienen una correspondencia la institución familia con la iglesia”, dice. Con la diferencia que la institución iglesia tiene sus propias leyes. Por lo tanto, lo considera un doble abuso. Ella cree que hay algo que lo hace aún más particular y perverso. Por ejemplo, el lema central del Padre Grassi era: “El padre de los que no tienen padre”. “¿Hay algo más indefenso que une niñe que vive en la calle?”, se pregunta.
Cinco millones de dólares y 65 hectáreas cedidas en 1993 por el Ministerio de Economía de Domingo Cavallo fueron necesarios para la apertura de la Fundación Felices Los Niños. La ONG a cargo del Padre Grassi, con sede en Hurlingham, provincia de Buenos Aires, llegó a tener 17 hogares distribuidos en todo el país por los que transitaron más de 6000 niñas y niños alejados de sus familias por distintas causas, para realizar lo que Grassi llamó en el juicio, “su obra”.
Tamara cuenta que el inicio de este ensayo fue en 2016 cuando comenzó a dar clases en uno de los espacios educativos con orientación en artes que funciona dentro del predio de la fundación. Actualmente hay once escuelas, una con especialidad en artes, una escuela agraria, primarias, secundarias y una escuela especial. Muchas de ellas ya funcionaban antes de que existiera la fundación. La artista advierte que se dio cuenta dónde estaba y todo lo que significaba cuando llegó a su primera entrevista laboral.
“Cuando empecé a trabajar, la gente que ya laburaba ahí no hablaba del tema. Si preguntabas nadie te decía nada. Muchas de las personas que trabajaban con él, y los chicos que habían tomado la comunión con él, por ejemplo, lo defendían a muerte así que era un tema tabú. Recién las personas nuevas veníamos con la mirada y con la noción de que sabíamos que ahí habían ocurrido hechos aberrantes”, continúa.
Lo único que Tamara recordaba de ese tema fueron las coberturas e informes televisivos que veía cuando tenía 12 años. Mediante charlas con sus alumnos y alumnas se animó a recorrer las instalaciones que quedaron abandonadas de la fundación, fuera de horario laboral o durante su horario de almuerzo.
Por desidia y falta de recursos, cuenta que era muy impactante ver abandonadas las obras que habían sido construidas a partir de donaciones en los años 90. Situada en esa época, Tamara lo caracteriza como que “tiraban manteca al techo”. Pisos de porcelanato y griferías francesas, entre los materiales de lujo con los que se había construido.
Durante esos primeros años Tamara recién comenzaba a estudiar en ARGRA, por lo tanto, creía que solamente iba a ser un mero registro fotográfico. Después de investigar y profundizar ella misma sobre el tema, decidió mostrarle su trabajo a uno de sus docentes, Martín Acosta, quien le aconsejó que siguiera y avanzara en esa investigación.
“En ese momento le dije a Martín que siguiera él con la investigación, yo sentía que me quedaba un poco grande. Pero no, me incentivó a seguir y me acompañó durante el proceso de edición y selección de las fotos”, relata.
Después de dos años de trabajo, muy poca gente sabía en la escuela lo que estaba haciendo, pero con una primera edición y ya avanzada la investigación decidió escribirle a Miriam Lewin, escritora y periodista de investigación, actualmente a cargo de la Defensoría del Público. “Me contestó al toque y me propuso encontrarnos al otro día. Ahí empezamos también un vínculo que me permitió llegar a distintas personas para seguir con la investigación”, enfatiza Tamara.
A partir de Miriam Lewin se contactó con Juan Pablo Gallego, fiscal y querellante en la causa y, a través de él, con Enrique Estola, el psiquiatra que hizo las pericias de la causa. “Los entrevisté dos veces. Me interesaba mucho ir más por un camino de la evocación, entonces decidí no contactarme con sobrevivientes en ese momento”, asegura la fotógrafa.
El trabajo y la edición final consta de 42 fotos. Tamara recuerda uno de los consejos que le dieron cuando finalizó la primera etapa de este proyecto: “Nadie va a querer exponer esto, nadie va a querer darte recursos para que sigas con esto porque nadie va a ir en contra de la iglesia acá en Buenos Aires por más que todos te digan que si, no va a pasar. Ahora viene el trabajo de verdad”.
Y tenían razón. De todas las becas a las que se postuló con este trabajo, no quedó en ninguna. En todos los espacios donde quiso hacer una muestra no se lo permitieron.
Tamara cuenta que, en general, los curas abusadores tienen un modus operandi determinado para sostener el ocultamiento y esconderse detrás de los traslados. Tienen una presencia mediática muy fuerte; también en las comunidades. En cambio, con las personas que sobreviven a un abuso sexual pasa lo contrario: por la vergüenza terminan visualmente ínfimas.
“Pensé en cómo generar una imagen de los sobrevivientes. Es muy alta la tasa de suicidios, entonces realmente creo que son personas que sobreviven y, por lo general, en los medios los llaman desde el morbo de contar con detalle lo que les pasó. Yo cuando me vinculo con elles no es para eso, yo no quiero usar eso. Quiero poder mostrarlos con la actitud política que implica sobrevivir”, reivindica la artista.
Hoy Grassi vive en el pabellón 16 del penal de Campana y cumpliría su pena de 15 años por abuso sexual y corrupción de menores en 2026. Es el primer cura de Argentina que está en el registro de violadores. Sin embargo, no le sacaron los hábitos: actualmente puede dar misa. Dice que no lo hace porque no quiere.
Tamara vendió todas sus cosas para poder pagar el viaje a Madrid. Está en España desde el 8 de septiembre. Allí volvió a encontrarse y entrevistar a Juan Pablo Gallego y conoció a Diego Solana, expertos internacionales que por primera vez en la historia participan de la auditoría a la Conferencia Episcopal Española. “Este modelo debería replicarse en el resto del mundo. Se realizarán protocolos de acción y les sobrevivientes tendrán una reparación después de tanto sufrimiento”, concluye.